Y sintió ganas de matar. Ese pensamiento subversivo lo atacaba entre las
2:15 y las 3 de la mañana, cuando volvía de su estado onírico al cual llegaba luego de perderse entre el humo herbáceo que
provoca risa. Su corazón
latía tan rápido que sentía vomitarlo junto a las ideas de muerte que
calcinaban su espacio, idea de final que
le generaba ese ser dulce y endemoniado
que le había cambiado la vida. Se
sentó en la cama, luego se levantó y camino hasta el baño mojando de realidad
su cara, cara que observaba en el espejo, cara desfigurada por el tiempo, la
vida, la muerte, el cansancio, los recuerdos, la soledad, la compañía; sacudió
sus manos que destilaban defunción y las seco manchando de pruebas la sabana
con la que luego de apagar la luz, se arropo para intentar dormir.
El tictac del reloj evaporo la poca calma que yacía en su sitio y
energizo la voz de su demonio “mátala- mátala- mátala” le decía el grillo convertido en serpiente
que vivía en algún lobby de su mente. Nuevamente se levantó y a oscuras encendió
un cigarrillo quemando con él el veneno, la tranquilidad y la ansiedad que le producía
escucharse así mismo. Vistió su escuálido cuerpo con algo de ropa abrigada,
busco las llaves y salió de su refugio. En esa madrugada la luna que lo acompaño silenciaba su mente, lo llevo
a un viaje sin salida ni llegada, lo suspendió en esa nada de la que se
alimenta, en la que noche a noche huye y él caminó hasta que el sol cerro sus
pupilas.
Allí estaba, entre los arbustos que acolitaban su delito y su poder,
observándola, viéndola, contemplando sus cejas, su boca, sus ojos, la armonía
de su cuerpo y lo grisáceo de su alma y ella recostada en esa nada de verde
oliva resaltaba las marcas de los bocetos de amor que pintaron sus días y provocaban
su muerte y él perdido entre la excitación y la rabia mojaba con su alma
recuerdos de días de amor y placer que hoy como metralla estallaba su
cordura y ella atrapada entre el cinismo, el resentimiento , la vanidad y el
goce extinguía la palidez de su alma en
un suspiro. Y él corrió. Corrió de regreso a su guarida, al ritmo del conteo de
silabas que le cantaba la metamorfosis de su grillo. Llego, abrió la puerta y
lo recibió el adiós de la vida ostentado
en el olor a putrefacción desde las patas de una rata que caminaba sobre
su cuerpo y ella estaba allí, desnuda, bañada en el sudor de la pasión inocente, fundida en un charco
de sangre que limpiaba sus culpas y él la observa, celebra su muerte tras una sonrisa y llora su ausencia al tocar su
vagina húmeda, llena de promesas, de recuerdos, de viajes, de él. Y sintió ganas de matar lo que quedaba de ella.
Se sentó en la cama, luego se levantó y camino hasta el baño y trocó su placer
lleno de culpas con pedazos de un espejo.
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