martes, 7 de mayo de 2013

Diana Escribe tampoco puede dormir


Y sintió ganas de matar. Ese pensamiento subversivo lo atacaba entre las 2:15 y las 3 de la mañana, cuando volvía de su estado  onírico al cual llegaba luego  de perderse entre el humo herbáceo que provoca  risa.  Su corazón  latía tan rápido que sentía vomitarlo junto a las ideas de muerte que calcinaban su espacio, idea de final  que le generaba ese ser dulce y endemoniado  que le había cambiado la vida.  Se sentó en la cama, luego se levantó y camino hasta el baño mojando de realidad su cara, cara que observaba en el espejo, cara desfigurada por el tiempo, la vida, la muerte, el cansancio, los recuerdos, la soledad, la compañía; sacudió sus manos que destilaban defunción y las seco manchando de pruebas la sabana con la que luego de apagar la luz, se arropo para  intentar  dormir.   El tictac del reloj evaporo la poca calma que yacía en su sitio y energizo la voz de su demonio “mátala- mátala- mátala”  le decía el grillo convertido en serpiente que vivía en algún lobby de su mente. Nuevamente se levantó y a oscuras encendió un cigarrillo quemando con él el veneno, la tranquilidad y la ansiedad que le producía escucharse así mismo. Vistió su escuálido cuerpo con algo de ropa abrigada, busco las llaves y salió de su refugio. En esa madrugada la luna  que lo acompaño silenciaba su mente, lo llevo a un viaje sin salida ni llegada, lo suspendió en esa nada de la que se alimenta, en la que noche a noche huye y él caminó hasta que el sol cerro sus pupilas.
Allí estaba, entre los arbustos que acolitaban su delito y su poder, observándola, viéndola, contemplando sus cejas, su boca, sus ojos, la armonía de su cuerpo y lo grisáceo de su alma y ella recostada en esa nada de verde oliva resaltaba las marcas de los bocetos de amor que pintaron sus días  y provocaban  su muerte y él perdido entre la excitación y la rabia mojaba  con su alma  recuerdos de días de amor y placer que hoy como metralla estallaba su cordura y ella atrapada entre el cinismo, el resentimiento , la vanidad y el goce extinguía la palidez  de su alma en un suspiro. Y él corrió. Corrió de regreso a su guarida, al ritmo del conteo de silabas que le cantaba la metamorfosis de su grillo. Llego, abrió la puerta y lo recibió el adiós de la vida ostentado  en el olor a putrefacción desde las patas de una rata que caminaba sobre su cuerpo y ella estaba allí, desnuda, bañada en el sudor  de la pasión inocente, fundida en un charco de sangre que limpiaba sus culpas y él la observa, celebra su muerte tras  una sonrisa y llora su ausencia al tocar su vagina húmeda, llena de promesas, de recuerdos, de viajes, de él. Y  sintió ganas de matar lo que quedaba de ella. Se sentó en la cama, luego se levantó y camino hasta el baño y trocó su placer lleno de culpas con pedazos de un espejo. 

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