sábado, 4 de mayo de 2013

laberinto de Sombras, de Juliana


EL  LABERINTO DE SOMBRAS
Movido por un recuerdo difuso y macabro que le asistió aquella tarde y que le robó la tranquilidad, se alistó para la calle, impulsado por el deseo de recomponer aquella visión pasajera. Obligado por un remordimiento injustificado, salió de casa y se hallo rápidamente  cansado, caminando por las largas avenidas del barrio, apartando desesperado sus ojos del fulgor  excesivo que producían los avisos del comercio, evadiendo el hollín repugnante de los restaurantes y separando con repulsión una y otra vez las suelas de la inmundicia  y del agua descompuesta de los desaguaderos laterales de los andenes. Avanzaba, asintiendo  con recelo  los figurines y  las muecas  hostiles de las gentes que transitaban por la misma vía tratando de hacerse impalpable. Exhalaba inútilmente el humo de su cigarrillo, tratando de recobrar la cordura de sus nervios,  mientras seguía en su memoria a las imágenes atroces de aquella remembranza. Le parecía que cuando caminaba, los lugares trataban de recordarle  otro crepúsculo parecido al de ese día. Sentía que debía regresar a un sitio, al otro lado del  barrio. La desesperación le dictaba en voz alta que debía encontrar el sosiego de su destino, pero  el vallado, que había decidido atravesar (de nuevo) para llegar prontamente, le sugestionaba la cabeza con más preocupaciones. Entró indeciso a los pastales, no avanzaba en pasos, sin antes recorrer con sus irritados ojos, rápida y minuciosamente los recodos del horizonte  de la noche que avecinaba, tratándole de ganarle distancia a aquella otra sombra anónima que desde que salió, le custodiaba. En vano articulaba con sus pies dos o tres zancadas, para abarcar siquiera un metro del suelo que  aleatoriamente se iba deformando ante su  angustia. Llegando al centro del vallado, la ansiedad era tal, que sus pies empañados por el polvo, se alzaban sólo a razón del miedo, de que le asaltasen por la espalda, aunque lo  único que encontraba al reparar el lugar, era la imagen difusa  de sí mismo y la de la mancha que cada vez se hacia más obscura. Temeroso, se imaginaba tendido en el polvo, reducido por el peligro de aquella negrura que le perseguía los pies. Mientras espantaba la sombra aligerando la marcha, el peso del delirio  le carcomía la mirada con visiones desteñidas de bellos rostros desfigurados. Salía ya, de la polvareda, haciéndosele cada vez  mas imposible controlar las murmuraciones que el miedo fabricaba en su mente, cuando halló una edificación compuesta por decenas de pequeñas viviendas.  Por fin llegaba, pensó, mientras que una sonrisa forzada le adornaba la cara, como haciéndole evidente el  gozo de haber logrado salir de este pequeño infierno conocido y llegar a la seguridad  de aquella gran caja de ladrillos que desde hace horas se le asomaba en el recuerdo. Acortó la marcha, y como si nadie lo pudiese detener, sobrepaso la portería y aguardó sin calma, con las manos en los bolsillos, en el parque escuchando las risas y los gritos de los niños que  abusaban con sus juegos de la resistencia de las fibras del columpio y de la solidez del plano del deslizadero. Mientras oía  con fastidio  los múltiples chillidos  de los infantes  que desfilaban ante él, de un lado para otro como partículas de polen, gotas de sudor, le alargaban las facciones de su rostro pálido y agotado por la angustia. Su mente intentaba ignorar el panorama, pero su rostro  fabricaba involuntariamente un gesto  de indignación para aquellos vecinos que asomados a sus ventanas, inutilizaban  el tiempo con sus televisores encendidos.
Recién retiraba su odio de uno de ellos,  cuando divisó la única expresión que se le hacía apta en ese espacio de frías  verticalidades de concreto.  Hacía tiempo que no le veía, pero tenía fija la imagen de la perfección del rostro de la joven, que por  última vez visitaría. Era como si ella, de manera inconsciente se propusiese a hacerle olvidar  la angustia por la que pasaba, encontrándole esa noche alivio al temor que le invadía. Ella no le advirtió ahí estancado, mientras dirigía su fino paso hacia la salida, pero en él en cambio  pudo ver cuando sus sombras, se abrazaron invisiblemente: la de ella abarcando con los brazos su cuello y una buena porción de la cabellera hirsuta que le colgaba un poco más abajo de los hombros y la de él, que ahora era menos grave y amenazadora, cuando posaba, un sereno y discreto roce de la mano en su mejilla. Mientras la joven se apartaba de aquel espacio,  asentó con su ansiedad, haber visto ante sí, la imagen de la divinidad de la carne.  Una vez más, se puso en marcha, tras ella, regresando al descuido del peligro exterior, del cual recién había escapado perturbado pero con firmes intenciones. El plan de aquietar la desesperación, alentaron su éxtasis por compartir los mismos pasos que ella; se le acercaba, al ritmo de la caminata una y otra vez, saboreando secretamente de un suspiro la fragancia sublime de su belleza, encendiendo en sus ojos, la podredumbre del rumbo de las calles, con la misma impresión de asco, que lo había acompañado hace unas horas, cuando apenas comenzaba a buscar las evidencias de su  trance.  Para cuando  habían recorrido quizá, tres o cuatro cuadras hacía el vallado,  el afán de los pasos persecutores, alertaron a la joven quien ya miraba con desconfianza de reojo al hombre, tratando de descubrir las intenciones que le seguían. Informado por la angustia de su divina precesora, aceleró cada vez más su  marcha hasta lograr hacerle volar los cabellos a la joven que escapaba con miedo hacia el anfiteatro de sombras  de un vallado solitario.
Con una visión comprimida en las pupilas, corrió mas ligeramente hasta arrebatarle al frio viento de la noche, el brazo débil de la victima y atrayéndola violentamente hasta sí,  contempló en su bello rostro, claramente el recuerdo que antes borroso se le presentaba en la memoria, todo se detuvo momentáneamente. Bajo esta pausa incomoda del tiempo, en el cual las miradas auguraban el destino desastroso  de ambas almas, aquel ser fatigado por la cacería, razonó  lo que querían sus visiones: recompensar con golpes, infanticidios, violaciones, palizas  y aberraciones, el odio   de la sombra que le gobierna.
Gozaba en ese instante, de que la desesperación que antes sentía y que casi le desase el cerebro, ahora se albergara en la inocencia de aquella joven, que habría ahora de padecer su método frívolo de tortura. Le ató a sus manos a dos puntillas que usó como estacas, le desnudó y cuando  estuvo agotado del grito y de la observación silenciosa  de su victima, empezó a decirle a la vez que giraba un pequeño frasco con la mano ensangrentada, cosas como que  quizá su mente tan solo tramaba jugar con ella y luego con suerte le dejaría ir, como lo hacen los gatos con los ratoncillos que no estiman para el hambre. O que tal vez hoy moriría de la manera más atroz, pero de la manera que conviniera su  maldad con la sombra que le hablaba, también le dijo que su condena igual que la de él, no estaba en sus manos, ni ese día, ni los días que le persiguió tramándole un final.
La joven apenas y tenía voz para pedirle misericordia por su vida, se ahogaba en un llanto como de niño enfermo, hasta que yació aparentemente dormida. Cuando esto sucedió el hombre recobró alientos para continuar su crimen, destapo el frasco que se hallaba ya tibio por el roce de sus manos, y comenzó a verter el contenido a gotas en el cuerpo, a la vez que le decía que este día le habría de revelar como era su sombra, la sustancia fue poco a poco carcomiendo la carne  y la muerte poco  a poco carcomiendo a la vida. Abría dado probablemente unas cuatro o cinco vueltas el reloj, cuando ya los últimos gritos de la joven se apagaron ante la acción del veneno corrosivo que ingirió su último aliento. Aquel hombre permaneció allí también como un ciego, examinando  fijamente con sus manos  la galería  de sangre y carne  dispersa por el pasto, hasta dormirse.
Mucho antes de que llegara la mañana, al otro día, el hombre despertó, sus ojos no vacilaron en partirse al repentino miedo que le ahogaba. Sin levantarse, giró sus ojos con ternura hacía el cadáver, sonrió y reconoció  el angustioso mensaje que traería la nueva sombra de esos días.

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