martes, 28 de mayo de 2013

El Puma

N0 hay mucho que decir de mi, naci en Bogotá, tengo 26 años, me llamo José Luis Rodríguez y me dicen el Puma, vivo o mas bien vivía, arriba en el barrio aguas claras, digo Viví porque le echaron candado a mi pieza, ya eran dos meses, que debía, y bueno, al menos ya no tengo que evitar llegar temprano a mi casa, solo quien ha escondido por mucho tiempo algo, puede hacerse una imagen de cómo me siento, evitar hacer cualquier ruido, sentirse ladrón evitar ir al baño, tampoco era mucho lo que tenia, todo lo que poseo se reduce a una maleta, con un par de tenis, dos pantalones, un saco de los chicago Bulls, y un tarro de Gel, por lo demás, la cama era prestada y la cobija no cubría nada el frio, que baja en la madrugada, para decirle a uno, está solo, usted siempre esta solo
La Pieza era más una choza, yo tenía que meter por los espacios de la madera pedazos de periódicos de los de Carrefour, tenía un afiche del nacional y un calendario de hace como cinco años, nunca tuve nada, entonces no me apena perder nada, bueno si hay algo que me tiene rabón el tarro de gel estaba nuevo.

Doña Otilia es una anciana que tiene cinco hijos, los manes ya no viven en el barrio les dicen los burros y son cosa seria, ella hace el de sahumerio, todos los domingos, la casa se llena de humo con olor a eucalipto y café, uno no puede hacer uso del baño, porque siempre está tapado, y la mierda flota, el agua tampoco sube, entonces uno se baña a totumadas, en el tanque, lo que si tenía propio la viejita, es que le da a uno tinto, rico con agua panela, y me dice, no se baya sin tomar tragos, no camine descalzo, no entre a una pieza que lleve mucho tiempo cerrada, sin dejarla ventearse, cuídese del sereno, no se deje los pies mojados, y muchas cosas que la verdad lo hacen a uno sentirse como tranquilo, como importante para alguien, pero se canso y creo que aguanto más que mi Propia madre, así que todo bien, sin resentimientos.

Trabajo vendiendo hojas de eucalipto y flores, repartiendo publicidad de Carrefour, trabajo en lo que salga, en lo que caiga, no importa, me le mido a todo, yo he robado, jaloneado, he sido taquillero en la hoya que había en el puente, haya uno ve las Lucas allí, conseguí mi saco de los Chicagos Bulls, un Man lo dejo, por una papeleta, es que el vicio es cosa seria, menos mal yo lo he dejado, por temporadas, porque también me he dado garra, lo que pasa, es que a veces uno dice voy a parrar, y es como si cogiera impulso, y me voy con toda, otras veces uno si para enserio, a mi me paso algo muy triste, algo que no me deja estar tranquilo, algo que sembró una tristeza infinita en mi alma, por eso no hecho más pegante.

Sucedió que una noche del año pasado, durante la época del invierno, yo estaba viviendo con una nena, Marisol, se llamaba, ella era propia conmigo, me decía, no Marica, no se de tan duro, bajele al basuko vea como esta de flaco y cochino, y esos dientes todos pichos, ella se preocupaba por mi, trabajaba en un restaurante de abastos y me llegaba siempre con algo de comer, servido con amor, sin envidias, legal, a veces galeabamos juntos, y veíamos cosas hermosas, la luna llena era mágica, parecía una oblea gigante llena de queso,  la noche era cálida, hermosa, misteriosa, no había videos feos, eran fantasías con ese color, cálido de recuerdo como el de las películas de Cantinflas,   pero entonces la chamita de la Mujer se ponía a llorar, y nos aterrizaba, Marisol, temía que le quitaran otro hijito, entonces terminábamos todos paniqueados, rezando juntos que si se nos pasaba rápido íbamos a dejar de meter vicio.

Lo paila y es que en mi vida siempre pasa algo paila,  paila las mañanas, paila los recuerdos, paila mi mama, paila, paila,  por eso me asustan los momentos felices, porque después la vida se da garra conmigo y me da duro, duro, duro, como diciéndome vea pirobo, eso le pasa, por eso no me amaño, no creo, no espero, pero con Marisol era diferente, de verdad era diferente, con decir que ella saco un préstamo y me mando a arreglar toda la dentadura, me veía una chimba, pero esa noche de lluvias, esa noche que no se olvida el barrio ramaajal, Dios  se dio garra, no era suficiente ser pobres, no era suficiente aguantar hambre, no era suficiente no tener, no ser, llovió y llovió, y las putas tejas no aguantaron, y comenzó a llover por dentro, nosotros estábamos muy asustados, ella cargaba a su niñita hermosa, y yo comencé a galear, pa jodernos más la niña tosa y tosa, y la mujer llore que llore, a la niña le dio fiebre, yo le dije pere, que ya va a parar, y las tape con un plástico, pero seguía lloviendo una gorronea, como si el cielo fueran gotas de ángeles suicidas, yo me fui en el video, y escuchaba las gotas como si yo fuera un grano de maíz pira, en una hoya gigante, y entonces estallaba, pero era una chimba de paloma, entonces yo cogía a la niña y a su mama y me las llevaba para un lugar donde no llovía, y hacia calor.

De repente se vino la casa de arriba, la tierra de arriba, el barro, de estos barrios de mierda, barrios de nosotros los pobres, donde siempre están lejos, siempre están llenos los colectivos, se vino encima, la tienda de doña Flor, y los roscones que no podíamos comprar, se vino encima el televisor plasma de la cucha de la droguería, se vino encima los postes de luz, sin luz, se vino encima las ropas tendidas en cuerdas al viento, se vino encima los mercados de familias en acción, se vino encima los recibos sin pagar, se vino encima una imagen del niño Dios, y allí quedo, Marisol y su Hijita, dos flores de esperanza, enterradas entre la mierda de vida que nos toco a nosotros.

Eso salió por el periódico, pero a nadie le importo, lo único que decían era que eso pasa por vivir en lotes ilegales, Yo seguí mi vida, solo, triste, ni los dientes me quedaron, porque hace quince días, los hijueputas tombos me vieron vendiendo pitazos de bazuco y como alcance a botar la papeleta y la pipa, y los deje sanos, los manes me cascaron, me dieron con lo que su sucia humanidad les permite, me dieron, me reventaron, me rompieron los dientes, y yo lloraba, lloraba, ellos reían, yo lloraba esta vida, lloraba por la chamita, lloraba por la mujer, lloraba porque la puta casa no cayó encima mío..

sábado, 18 de mayo de 2013

Popelino


Popelino sabía que los sentimientos sufren de la grave edad y caen como las tetas sin brassier de las abuelas.
Por eso para no hacerlos evidentes y tener que mostrarlos arrugados (si hay algo de mal aspecto es un sentimiento ajado) hablaba y hablaba y tapaba y tapaba… sus emociones.
Aprendió que la algarabía es silencio porque es mucho lo que calla.
Hablar es el afrodisiaco de las beatas con sexo reprimido que en lugar de orar por una pena, clamaban por un pene.
Asi es que Popelino ejercía la verbodictarrea, que es que con sus simplonadas ponía a sus amigos y a sus amigas a mover la cabeza como muñeco de carro y lo ejercía porque sabía que al cambiar el paisaje y llegar a “su hogar” como le decía al lugar donde dormía, el verbalismo fluido otro personaje lo ejercía.

sábado, 11 de mayo de 2013

El Físico, Su Humo, Su Caos, Su Cafe




utarquía


Han pasado varios años desde que Don Anselmo se ha recluido en una alcoba que ocupa apenas una cuarta parte de su enorme casa, ya que las otras tres cuartas partes las tiene totalmente abarrotada de chécheres, dedicó varios años de su vida a la investigación científica, en busca de la tan anhelada gravedad cuántica, pero sus 60 años de consagración no le dejaron más que una jugosa pensión y su perro, que al igual que muchas mascotas después de varios años de compartir con sus dueños terminan por adoptar la figura de estos.
Luego de tomar su primer sorbo de café y rechupar la colilla de su cigarro, limpia su arrugado rostro con un trapo húmedo, prende otro cigarro, y se sienta en su vieja silla mecedora a observar por la ventana, con una mueca misantrópica, con los vértices de la boca caídos, expresión marchita que se descompone para saludar insignificantemente a alguna vecina. Desde allí sus pensamientos se bifurcan en diversos vectores, todos ellos en igual magnitud pero en distintas direcciones, sin duda por carencia de ideas e intereses vitales más importantes. El tiempo pasaba no como esa abstracción matemática que estremece la sesera de todos sus colegas con patentes de sabios, si no como una borrasca efímera que engulle a la humanidad, y que le ha dejado en su rostro oblicuo un sin número de arrugas, poco cabello teñido de blanco leche, y una serie de movimientos involuntarios en sus manos, las cuales mantenía sumergidas en su bata gris de cuadros, mientras que su frente se le abultaba sobre el ceño, en arduo trabajo de reflexión.
Ese día vio como llegaron tres obreros los cuales lentamente fueron armando un andamio, el objetivo era arreglar la fachada de la casa de al frente, Don Anselmo los examinaba en silencio, aun sumergido en profundas meditaciones, se decía así mismo
-los hombres creen ciegamente en la ciencia, quien garantiza que aquella estructura de hierro, va a soportar sus robustos cuerpos, el hombre se olvida del cuerpo cuando su espíritu vive vehementemente; cuando su sensibilidad, remando forzosamente, hace que vea que todo es una rutina que se repite a lo largo de sus miserables vidas. ¿Si hubiese descifrado los secretos de la maldita gravedad cuántica, no sería una minucia más feliz de lo que soy ahora? No, estaría igual padeciendo las mismas enfermedades, sentado en esta misma silla esperando pronto la muerte. El destino es único y despiadado”.-
Su discernimiento le sirve únicamente para entender que las energías de su cuerpo se extinguieron hasta aplastarlo, reduciéndolo a un punto de nostalgia, en la funeraria soledad del cuarto. Hasta le parece haber salido fuera de sí mismo, ser el espía invisible que escudriña la angustia de aquellos hombres que trabajan derrotados, con los ojos perdidos en una fachada deteriorada, y sostenidos por una viga de acero suspendida entre cielo y tierra.
Cuando dos de los tres hombres laboraban a cinco metros del suelo su tercer compañero movió el andamio. El viejo atisbo como el oxidado polígono oscilaba y cada vez se cargaba más a los cables de alta tensión, una carcajada se dibujo en su cara, sabía muy bien la tragedia que estaba a punto de ocurrir, pero no quiso hacer nada para evitarlo, simplemente vive simultáneamente dos existencias: una, fantasmagórica, que se ha detenido a mirar con regocijo a los hombres abrazados por la desgracia, y después otra, la de sí mismo, en la que se siente un buzo explorador, que se encuentra sumergido en las profundidades de su alma y con las manos extendidas va palpando temblorosamente sus horribles sentimientos.
Luego de mover la estructura de hierro y que esta sufriera una pequeña deformación, el obrero le puso una piedra a una de las ruedas para trancarla y siguió en sus labores, de un momento a otro la piedra cedió y la estructura se corrió y rozó las cuerdas de alta tensión.
Un violento sonido invadió las calles, cilindros alargados de luz se esparcen por la habitación iluminando el empolvado rostro del anciano, una energía despiadada se abalanza sobre su cuerpo, recorriendo los canales de sus venas, llevando una alegría infinita, que lo hace brincar de dicha, para luego arrojar contra sus ojos visiones de un pasado extinto, donde realizaba minuciosos cálculos de electrodinámica. Finalmente cansado de tan esplendoroso espectáculo, lentamente sobre el asiento se arquea, se acurruca, quiere achicarse, y como los grandes felinos da un gran salto a su presa espectral, cae sobre la alfombra y despierta en cuclillas, sorprendido. Todo sucedió muy rápido, tanto así que quedó con una desazón sombría en su corazón, por la corta duración del suceso. Al ver nuevamente por la ventana, observó que en medio de la calle estaban tirados los dos cuerpos calcinados. Sacude la cabeza, semejante a un hombre que tuviera las sienes colmadas de avispas. Es tan terrible todo lo que adivina, que abre la boca para sorber un gran trago de aire. Se sienta otra vez en la mecedora, ha dejado de ser él. Dirige su mirada diagonal hacia el rostro avejentado de su perro y a la vez este lo mira con sus parpados caídos y lagañosos. El pasado se le hunde en su osamenta como una barra de hierro ardiente, una imagen rectangular toca con su filo perpendicular el borde de su imaginación. Recuerda perfectamente el postulado que alguna vez propuso:
“Con cierta densidad de carga eléctrica bajo la acción de una fuerza de Lorentz, es factible encontrar el rejuvenecimiento de las células de Langerhans”
Don Anselmo creyó, durante algunos años en la juventud eterna, y con la trágica escena que había presenciado, esta vieja idea redunda de su espíritu para su pecho. Afuera en la calle, las autoridades ya se habían hecho presente, recogiendo los cuerpos crujientes de los obreros entre un tumulto de transeúntes y fisgones, Don Anselmo ha palidecido como si de su corazón emergiera algún tipo de culpa lechosa que le pinta la cara, con el cigarrillo humeando entre los labios y las manos en los bolsillos observa con detenimiento toda la escena. Sobre su cabeza gira un piñón de acero. Son sus ideas. Adentro de su cabeza un piñón de menor diámetro rueda también. Son sus sensaciones. Sensaciones e ideas giran en sentido contrario. Cuando el engranaje de alucinaciones se detiene logra visualizar el montaje experimental de su postulado, es fácil se repite, los instrumentos están en el sotano.
La noche llego más oscura que de costumbre, Don Anselmo luego de haber visto el levantamiento de los cadáveres, aplana su cuerpo sobre la cama, el cansancio se postra sobre su humanidad obligándolo a permanecer inmóvil, su cara queda rígida con la mirada puesta sobre el techo. La cama está tan gastada que aun sin movimiento alguno rechina el elástico. Entrecierra lentamente los párpados, mientras que sus pensamientos caen a un mundo plagado de números, ecuaciones, formulas, cargas eléctricas, todo girando entorno de su cabeza. Una fuerza invisible lo mece, hasta el punto de marearlo, su estomago le resuena con el crujir de sus tripas, lentamente cae en un abismo profundo, dejando que su extremidades se disuelvan, así logra pasar la noche.
Un rayo paralelo se filtra por la persiana, bañándole la cara. Levanta su mezquino cuerpo, sirve café, toma un sorbo, prende un cigarrillo, y se sienta en su vieja silla mecedora a observar por la ventana. Desde allí divisa con ansias los cables de alta tensión los cuales aún siguen pegados al andamio, permanece inmóvil durante toda la mañana, al ver que sus rodillas le duelen intensamente, decide bajar lentamente por una escalera en forma de caracol, hasta llegar al sótano, el cual estaba repleto de implementos de electricidad y magnetismo, busca de manera parsimoniosa un par de cables, y unos cuantos imanes pegados a la fuerza por los polos iguales.
Don Anselmo sale de su casa, extiende varios metros de cables por la calle hasta alcanzar el andamio, conecta con precaución las puntas peladas que muestran el cobre. Luego toma los imanes y los coloca en sus bolsillos, finalmente cierra el circuito con su boca, apretando con sus dientes los cables, y sintiendo como su piel se rejuvenecía, galopa en pleno recuerdo. Los ojos del anciano se han dilatado. Un frío glacial sube hasta su cuello. Una dulzura infinitesimal lo adormece sobre el asfalto que muy bien conocía. Sonríe incoherentemente, y se ve a sí mismo joven, y con grandes ideas para desenmascarar la gravedad cuántica.

martes, 7 de mayo de 2013

Diana Escribe tampoco puede dormir


Y sintió ganas de matar. Ese pensamiento subversivo lo atacaba entre las 2:15 y las 3 de la mañana, cuando volvía de su estado  onírico al cual llegaba luego  de perderse entre el humo herbáceo que provoca  risa.  Su corazón  latía tan rápido que sentía vomitarlo junto a las ideas de muerte que calcinaban su espacio, idea de final  que le generaba ese ser dulce y endemoniado  que le había cambiado la vida.  Se sentó en la cama, luego se levantó y camino hasta el baño mojando de realidad su cara, cara que observaba en el espejo, cara desfigurada por el tiempo, la vida, la muerte, el cansancio, los recuerdos, la soledad, la compañía; sacudió sus manos que destilaban defunción y las seco manchando de pruebas la sabana con la que luego de apagar la luz, se arropo para  intentar  dormir.   El tictac del reloj evaporo la poca calma que yacía en su sitio y energizo la voz de su demonio “mátala- mátala- mátala”  le decía el grillo convertido en serpiente que vivía en algún lobby de su mente. Nuevamente se levantó y a oscuras encendió un cigarrillo quemando con él el veneno, la tranquilidad y la ansiedad que le producía escucharse así mismo. Vistió su escuálido cuerpo con algo de ropa abrigada, busco las llaves y salió de su refugio. En esa madrugada la luna  que lo acompaño silenciaba su mente, lo llevo a un viaje sin salida ni llegada, lo suspendió en esa nada de la que se alimenta, en la que noche a noche huye y él caminó hasta que el sol cerro sus pupilas.
Allí estaba, entre los arbustos que acolitaban su delito y su poder, observándola, viéndola, contemplando sus cejas, su boca, sus ojos, la armonía de su cuerpo y lo grisáceo de su alma y ella recostada en esa nada de verde oliva resaltaba las marcas de los bocetos de amor que pintaron sus días  y provocaban  su muerte y él perdido entre la excitación y la rabia mojaba  con su alma  recuerdos de días de amor y placer que hoy como metralla estallaba su cordura y ella atrapada entre el cinismo, el resentimiento , la vanidad y el goce extinguía la palidez  de su alma en un suspiro. Y él corrió. Corrió de regreso a su guarida, al ritmo del conteo de silabas que le cantaba la metamorfosis de su grillo. Llego, abrió la puerta y lo recibió el adiós de la vida ostentado  en el olor a putrefacción desde las patas de una rata que caminaba sobre su cuerpo y ella estaba allí, desnuda, bañada en el sudor  de la pasión inocente, fundida en un charco de sangre que limpiaba sus culpas y él la observa, celebra su muerte tras  una sonrisa y llora su ausencia al tocar su vagina húmeda, llena de promesas, de recuerdos, de viajes, de él. Y  sintió ganas de matar lo que quedaba de ella. Se sentó en la cama, luego se levantó y camino hasta el baño y trocó su placer lleno de culpas con pedazos de un espejo. 

no puedo dormir





Con el pucho de la vida apretado entre los labios, botando el humo exiguo de la existencia, esta es mi vida se lo repetía, y sin que nadie lo viera lloraba..., su enfermedad lo había arrojado a un ahora del que no podía escapar, siempre huía, encontraba la forma más cobarde de salir corriendo, se decía, es un mecanismo de defensa, no para sí, sino para proteger a los demás de si, de esa presencia terrorífica que infundía cuando con una mueca de sonrisa chocaba contra alguien, esas eran sus tristezas, un ocre pestilente que contagia la atmosfera de quienes lo acompañaban, aunque fuese un rato, aunque fuese un leve cruce de caminos, muchas veces, por eso simplemente cruzaba la calle, evitando cualquier contacto humano, por eso su mirada divagaba entre el vacio y la demencia, caminaba sin rumbo, caminaba sin recuerdos, autómata, sediento de algo incontable para repetírselo una y otra vez, algo para si, algo que lo lapidara día tras día, algo que le diera ese ultimo empujón, que hace que uno simplemente salte, al infinito, a ese infinito en el que creía, el de un sueño que no se recuerda, el del silencio absoluto, el de la oscuridad imperante, su reino no es de este mundo, su reino es el reino de la muerte, los senderos intransitados de la nada, la nada, lo aguardaba, esa era su esperanza, su única esperanza, su guarida, su verdadera naturaleza.


Con el pucho de la vida apretado entre los labios, era lo único que cargaba, eso y unas ganas incontenibles de escupir la vida, no tenia para un cigarrillo, mas de una vez mendigaba las colillas que alguien arrojase, las recogía como paloma hambrienta, como una gallina que vive con la mirada en el suelo, recogiendo mierda, para engullirla, para engullirse en sus pensamientos, leve, distraído, maquinalmente contaba sus días, otro más, solo falta otro más, y así se le paso la vida, esperando, aguardando, entre el humo de la vida, el humo de las expectativas, el humo que los otros expiran, el entre nubes de nicotina, sin nada más que las ganas de fumar, otro día, otro cigarrillo, otro sendero hacia la nada.


Algunas veces se figuraba fumándose a sí mismo, el era un cigarrillo entre sus labios, jugaba a ser torres de ceniza con su existencia, conteniendo el último suspiro para derrumbar la torre, y cuando no quedaba más de si, se arrojaba a un charco donde un perro lamia, donde un carro salpicaba a los transeúntes que van a prisa y siempre tarde, esta es mi vida, y sin que nadie lo viera lloraba.


El día marcado en la suela de su zapato llego, se prometió, sin ánimo de cumplirse, como siempre lo hizo, incapaz de cumplir alguna promesa por vaga que fuese, por sencilla que fuese, no compraría de nuevo un par de zapatos, estos eran los últimos, y propiamente dicho no los compro los recogió de la calle, como todo lo suyo, algo que alguien descarto, el siempre recogía algo, una hoja, una colilla, una conversación ajena, un beso, una caricia, el solo miraba, sin mirar miraba, su dedo gordo del pie, sobre salía, era el día, su fantástico día, camino cuesta arriba, cuesta abajo, la ansiedad la consumía, un cigarrillo por favor, un cigarrillo, nunca pidió nada, se conformo con lo que otros arrojaban, era un parasito, un hongo, un ser que arrastra su vida buscando un cigarrillo.


Doblo por la esquina donde un grafiti lo hacia detenerse a contemplar como los colores forman a su antojo figuras, esta vez no se movían, solo era una mujer que maquillaba su cráneo, la parca, la puta parca esta vez se burlaba de el, puta, le gritaba, puta leprosa, salió corriendo de allí, su zapato no aguanta la contienda contra el gris asfalto, y finalmente se rompe, llego la hora, se dijo resuelto, subió aquel puente largo que atraviesa la 68, se paró a ver como huyen los carros buscando sus hogares, vio a las personas cansadas apretujadas en aquella carrosa fúnebre rojo con negro, tras milenio de mierda, lo escupió desde lo alto, miro las estrellas, no sabía el nombre de las constelaciones, para él solo había bruma, noche gris y frio, a veces también había Luna llena y se sentía enamorado, se sentía extrañamanente arrojado a la vida, pero ya había llegado su hora, su zapato se lo decía, sus callos se lo recordaban, su pecueca se lo gritaba, llego la hora, dijo resuelto, pero un cigarrillo, solo eso deseo, un cigarrillo, callo en la cuenta que en realidad no le gustaba fumar, solo era el pretexto para buscar algo, para levantarse, para moverse, para extrañar algo, para necesitar algo.


Con el pucho de la Vida apretado entre los labios, escupe la colilla imaginaria, y se arroja sin pensarlo a un C 18 autopista Sur, su vida quedo desparramada, formando charcos de sangre y jardines de viseras, un joven que por allí caminaba dejo caer de sus labios un cigarrillo intacto, casi nuevo que se esfumo hacia la nada, como el pucho de la vida apretado entre los labios.

sábado, 4 de mayo de 2013

laberinto de Sombras, de Juliana


EL  LABERINTO DE SOMBRAS
Movido por un recuerdo difuso y macabro que le asistió aquella tarde y que le robó la tranquilidad, se alistó para la calle, impulsado por el deseo de recomponer aquella visión pasajera. Obligado por un remordimiento injustificado, salió de casa y se hallo rápidamente  cansado, caminando por las largas avenidas del barrio, apartando desesperado sus ojos del fulgor  excesivo que producían los avisos del comercio, evadiendo el hollín repugnante de los restaurantes y separando con repulsión una y otra vez las suelas de la inmundicia  y del agua descompuesta de los desaguaderos laterales de los andenes. Avanzaba, asintiendo  con recelo  los figurines y  las muecas  hostiles de las gentes que transitaban por la misma vía tratando de hacerse impalpable. Exhalaba inútilmente el humo de su cigarrillo, tratando de recobrar la cordura de sus nervios,  mientras seguía en su memoria a las imágenes atroces de aquella remembranza. Le parecía que cuando caminaba, los lugares trataban de recordarle  otro crepúsculo parecido al de ese día. Sentía que debía regresar a un sitio, al otro lado del  barrio. La desesperación le dictaba en voz alta que debía encontrar el sosiego de su destino, pero  el vallado, que había decidido atravesar (de nuevo) para llegar prontamente, le sugestionaba la cabeza con más preocupaciones. Entró indeciso a los pastales, no avanzaba en pasos, sin antes recorrer con sus irritados ojos, rápida y minuciosamente los recodos del horizonte  de la noche que avecinaba, tratándole de ganarle distancia a aquella otra sombra anónima que desde que salió, le custodiaba. En vano articulaba con sus pies dos o tres zancadas, para abarcar siquiera un metro del suelo que  aleatoriamente se iba deformando ante su  angustia. Llegando al centro del vallado, la ansiedad era tal, que sus pies empañados por el polvo, se alzaban sólo a razón del miedo, de que le asaltasen por la espalda, aunque lo  único que encontraba al reparar el lugar, era la imagen difusa  de sí mismo y la de la mancha que cada vez se hacia más obscura. Temeroso, se imaginaba tendido en el polvo, reducido por el peligro de aquella negrura que le perseguía los pies. Mientras espantaba la sombra aligerando la marcha, el peso del delirio  le carcomía la mirada con visiones desteñidas de bellos rostros desfigurados. Salía ya, de la polvareda, haciéndosele cada vez  mas imposible controlar las murmuraciones que el miedo fabricaba en su mente, cuando halló una edificación compuesta por decenas de pequeñas viviendas.  Por fin llegaba, pensó, mientras que una sonrisa forzada le adornaba la cara, como haciéndole evidente el  gozo de haber logrado salir de este pequeño infierno conocido y llegar a la seguridad  de aquella gran caja de ladrillos que desde hace horas se le asomaba en el recuerdo. Acortó la marcha, y como si nadie lo pudiese detener, sobrepaso la portería y aguardó sin calma, con las manos en los bolsillos, en el parque escuchando las risas y los gritos de los niños que  abusaban con sus juegos de la resistencia de las fibras del columpio y de la solidez del plano del deslizadero. Mientras oía  con fastidio  los múltiples chillidos  de los infantes  que desfilaban ante él, de un lado para otro como partículas de polen, gotas de sudor, le alargaban las facciones de su rostro pálido y agotado por la angustia. Su mente intentaba ignorar el panorama, pero su rostro  fabricaba involuntariamente un gesto  de indignación para aquellos vecinos que asomados a sus ventanas, inutilizaban  el tiempo con sus televisores encendidos.
Recién retiraba su odio de uno de ellos,  cuando divisó la única expresión que se le hacía apta en ese espacio de frías  verticalidades de concreto.  Hacía tiempo que no le veía, pero tenía fija la imagen de la perfección del rostro de la joven, que por  última vez visitaría. Era como si ella, de manera inconsciente se propusiese a hacerle olvidar  la angustia por la que pasaba, encontrándole esa noche alivio al temor que le invadía. Ella no le advirtió ahí estancado, mientras dirigía su fino paso hacia la salida, pero en él en cambio  pudo ver cuando sus sombras, se abrazaron invisiblemente: la de ella abarcando con los brazos su cuello y una buena porción de la cabellera hirsuta que le colgaba un poco más abajo de los hombros y la de él, que ahora era menos grave y amenazadora, cuando posaba, un sereno y discreto roce de la mano en su mejilla. Mientras la joven se apartaba de aquel espacio,  asentó con su ansiedad, haber visto ante sí, la imagen de la divinidad de la carne.  Una vez más, se puso en marcha, tras ella, regresando al descuido del peligro exterior, del cual recién había escapado perturbado pero con firmes intenciones. El plan de aquietar la desesperación, alentaron su éxtasis por compartir los mismos pasos que ella; se le acercaba, al ritmo de la caminata una y otra vez, saboreando secretamente de un suspiro la fragancia sublime de su belleza, encendiendo en sus ojos, la podredumbre del rumbo de las calles, con la misma impresión de asco, que lo había acompañado hace unas horas, cuando apenas comenzaba a buscar las evidencias de su  trance.  Para cuando  habían recorrido quizá, tres o cuatro cuadras hacía el vallado,  el afán de los pasos persecutores, alertaron a la joven quien ya miraba con desconfianza de reojo al hombre, tratando de descubrir las intenciones que le seguían. Informado por la angustia de su divina precesora, aceleró cada vez más su  marcha hasta lograr hacerle volar los cabellos a la joven que escapaba con miedo hacia el anfiteatro de sombras  de un vallado solitario.
Con una visión comprimida en las pupilas, corrió mas ligeramente hasta arrebatarle al frio viento de la noche, el brazo débil de la victima y atrayéndola violentamente hasta sí,  contempló en su bello rostro, claramente el recuerdo que antes borroso se le presentaba en la memoria, todo se detuvo momentáneamente. Bajo esta pausa incomoda del tiempo, en el cual las miradas auguraban el destino desastroso  de ambas almas, aquel ser fatigado por la cacería, razonó  lo que querían sus visiones: recompensar con golpes, infanticidios, violaciones, palizas  y aberraciones, el odio   de la sombra que le gobierna.
Gozaba en ese instante, de que la desesperación que antes sentía y que casi le desase el cerebro, ahora se albergara en la inocencia de aquella joven, que habría ahora de padecer su método frívolo de tortura. Le ató a sus manos a dos puntillas que usó como estacas, le desnudó y cuando  estuvo agotado del grito y de la observación silenciosa  de su victima, empezó a decirle a la vez que giraba un pequeño frasco con la mano ensangrentada, cosas como que  quizá su mente tan solo tramaba jugar con ella y luego con suerte le dejaría ir, como lo hacen los gatos con los ratoncillos que no estiman para el hambre. O que tal vez hoy moriría de la manera más atroz, pero de la manera que conviniera su  maldad con la sombra que le hablaba, también le dijo que su condena igual que la de él, no estaba en sus manos, ni ese día, ni los días que le persiguió tramándole un final.
La joven apenas y tenía voz para pedirle misericordia por su vida, se ahogaba en un llanto como de niño enfermo, hasta que yació aparentemente dormida. Cuando esto sucedió el hombre recobró alientos para continuar su crimen, destapo el frasco que se hallaba ya tibio por el roce de sus manos, y comenzó a verter el contenido a gotas en el cuerpo, a la vez que le decía que este día le habría de revelar como era su sombra, la sustancia fue poco a poco carcomiendo la carne  y la muerte poco  a poco carcomiendo a la vida. Abría dado probablemente unas cuatro o cinco vueltas el reloj, cuando ya los últimos gritos de la joven se apagaron ante la acción del veneno corrosivo que ingirió su último aliento. Aquel hombre permaneció allí también como un ciego, examinando  fijamente con sus manos  la galería  de sangre y carne  dispersa por el pasto, hasta dormirse.
Mucho antes de que llegara la mañana, al otro día, el hombre despertó, sus ojos no vacilaron en partirse al repentino miedo que le ahogaba. Sin levantarse, giró sus ojos con ternura hacía el cadáver, sonrió y reconoció  el angustioso mensaje que traería la nueva sombra de esos días.