TROGLODITA
Lo recuerdo muy bien señor Juez, fue la tarde del 1 de abril de 1996, vivíamos en una vereda cerca a la Calera, Treinta y seis, si así se llama la vereda, allí estuvimos tres años con mi esposa Ana. Las imágenes de aquel día nunca se borraran de mi mente, esa tarde noche la lluvia caía como hilos delgados que se bifurcaban sobre la densa maleza, y justo en medio de los matorrales asimétricos de verdes profundos lo vimos por primera vez, sus pupilas estaban dilatadas y nos observaba con gran recelo, lo contemplamos durante varios minutos sin pronunciar palabra, hasta que no sé de donde mi esposa saco valor para acercársele, de tal manera que de un momento a otro vi como se abrazaban mutuamente, ella acariciaba su mojado pelaje, y este se aferraba a su cuello, mientras que me observaba entre curioso e irónico.
Al cruzar el camino enlodado llegamos a nuestra casa, mi esposa preparó bebidas calientes y le ofreció a nuestro nuevo y peculiar huésped, yo no podía quitar mi mirada de ese asqueroso animal, Ana me dijo con un tono burlesco que no lo mirara así que era inofensivo, pero para mí, el tener un chimpancé en la casa era algo que no me agradaba, y así se lo hice saber Ana, que lo mejor era entregarlo al otro día a la sociedad protectora de animales, ella con una risa despaciosa me dio a entender que sí.
Al día siguiente al llegar de trabajar me encontré con la sorpresa de ver la cara exótica del animal, que ahora me obligaban a llamar Boris, andaba por la casa como si fuese nuestra mascota de hace muchos años, le juro señor juez que ese día me sentía abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me adormecían los nervios, quería gritar, luchar a golpes con los inmensos arboles que rodeaban la casa…. y súbitamente todo se me rompía adentro, todo me gritaba a los oídos mi imperiosa inutilidad.
Así fueron pasando los días, el animal había tomado un lugar muy importante en el corazón de Ana. Por la noche cuando llegaba de trabajar y veía como Ana le daba la comida como si fuese un niño, mis pensamientos oscilaban entre levantarme y darle una patada en la cabeza o arrojarle a la cara el contenido de mi pocillo de café, pero recapacitándolo me decía que de promoverse un altercado allí, el que llevaría todas las de perder era yo, y cuando me disponía a marcharme contra mi voluntad porque aquel demonio peludo me llenaba de ira, él, obsequiándome con la más graciosa sonrisa de su repertorio que dejaba al descubierto su amarilla dentadura, me seguía con su enferma mirada, hasta hacerme encerrar en la alcoba. Todas las noches me encontraba en medio de situaciones que me dan pena mencionarlas en este sitio, pero eran cosas salidas de los cabellos, aunque para Ana todo era normal, y justificaba mis repudios diciendo que eran celos, ¡celos de un animal!, lo creería usted señor juez, de un animal, al pasar unos meses mi vida se había vuelto insoportable, había caído en el fondo de una angustia que se iba solidificando en conformidad. Por otra parte, si hubiera que justificar mis pensamientos de odio, esa justificación debería llamarse Sufrimiento. Soy un hombre que ha padecido mucho. No negaré que dichos martirios han encontrado su umbral en mi desproporcionada sensibilidad, tan agudizada que cuando me encontraba frente a situaciones donde se requiere carácter, donde se debe ser el macho alfa, donde se debe demostrar de que madera están hecho los hombres, siempre me acobardaba y he dejado que pasen no solo una sino tantísimas veces por encima de mi dignidad, pisoteando mis opiniones, haciéndome siempre a un lado y dejando que el destino hago su cometido conmigo. Y con Boris no fue distinto, termine cediéndole un espacio muy importante en mi casa, todo por no desobedecer a mi esposa, y evitar así enfrentamientos que al final terminaría yo pidiendo perdón, sintiéndome mal y creyéndome una mala persona. Siempre dudé que Ana me quisiera con el mismo ímpetu que a mí me hacía pensar en ella durante todo el día, como en una imagen sobrenatural. Por momentos la sentía edificada en mi existencia semejante a una inmensa roca en el medio de un río. Y esta impresión de ser la corriente dividida en dos subcorrientes cada día más pequeñas por el crecimiento de la roca, era el sentimiento de enamoramiento y anulación que Ana despertaba en mí. ¿Comprenden ustedes? Al final terminamos amando la inmensa roca que corta el flujo de nuestras vidas, y la divide en dos existencias. Naturalmente, ella desde el primer día que nos casamos, me hizo sentir con su frialdad sonriente el peso de su soberanía. Sin poder concretar en qué consistía el dominio que ejercía sobre mí, éste se traducía como la fuerza de un Newton sobre mi personalidad. Frente a ella me sentía imbécil, inferior sin poder descubrir en qué residía ambas cosas.
Volviendo a mi actual situación diré que si hay algo que me reprocho, es haber dejado que ese animal pisara mi casa. Hasta aquí creo que si yo no hubiese buscado en internet acerca de la crianza de los chimpancés, aun estaríamos viviendo con la bestia peluda, tuvieron que pasar siete meses desde que Boris estaba con nosotros, para que yo me enterara por cosas del destino que este maldito animal había asesinado a su antigua dueña de manera brutal, dejándole el rostro desfigurado e irreconocible, ya que las fotos que aparecían en la pagina donde vi la noticia eran bastantes claras, a medida que leía temblaba de frío en la oscuridad. El agua se estrellaba rabiosamente contra el tejado. Involuntariamente me titilaban los miembros, y por mi espíritu resbalaba una manta helada que acobijaba mis pensamientos, el semblante de imploración de la señora dueña de Boris, me rodeaba la mente, inmóvil, frente a la pantalla del computador, escuchaba las suplicas que está increpaba ante el animal enfurecido. En el silencio de esa noche, que el miedo hacía cómplice de la justicia inquisidora, resonó el silbido de las lechuzas, y un chimbilá volando cruzó por la ventana. Sonido que me hizo brincar del susto, y de manera inmediata llame a Ana para mostrarle la noticia.
Cuando Ana terminó de leer me miró de manera triste, sabía que estábamos en peligro, creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje árido, su existencia se desboronaba frente a mí, entonces me acerque y temblorosos nos estrechábamos uno contra otro, mientras que Boris desde la puerta nos observaba, yo se que ustedes no me lo van a creer pero el maldito animal parecía entender que lo habíamos descubierto, porque de un momento a otro emprendió la huida; con mi esposa lo buscamos por toda la casa e incluso salimos al patio en medio de un fuerte ventarrón que doblaba violentamente la copa de los árboles, pero fue inútil porque no lo encontramos por ningún lado. Al día siguiente le dije al compadre Guillermo que me vendiera un rifle, pues sabía que Boris tarde que temprano regresaría, el compadre me lo dio a buen precio, eso sí, primero escucho mi historia y no paro de reír a mandíbula abierta, no me creyó nada de lo narrado. Al volver a casa, me encontré a Ana llorando, inmóvil, la mejilla posando en la palma de la mano y el brazo desnudo apoyado en la mesa, fijos los ojos en la sala la cual estaba totalmente destruida, al parecer Boris aprovecho que no estábamos e ingreso a la casa destruyendo cuanto mueble había, yo estaba triste. Enormemente triste, como no se lo imaginan ustedes. Comprendía que tenía que ser el hombre de la casa, papel que me atormentaba pensar; comprendía que ese acto me comprometía con Ana y era necesario tomar cartas en el asunto. Al llegar la noche, no acostamos con un temor infinito que se filtraba por nuestra respiración y no obligaba suspirar de manera exagerada, la desesperación me agrandaba las venas, y sentía entre mis huesos y mi carne el aumento de un impulso antes desconocido a mis sensaciones. Así permanecí horas exasperado, en una abstracción dolorosa esperando que llegara un nuevo día.
Durante la siguientes semanas no pudimos dormir tranquilamente, algún ruido que escuchásemos nos llevaba a pensar en el endemoniado animal, solo hasta que aquella noche escuchamos los gritos infernales de Boris en la sala, al bajar con cautela y apuntando con el rifle por fin lo vimos sentado en la sala, Ana retrocedió a medida que yo me acercaba a él, y en ese momento, ¿saben ustedes lo que se le ocurre al maldito Primate? Pues: mostrar su asquerosa dentadura y doblar su labio, como si me estuviese pidiendo un beso, luego los ojos del chimpancé se llenaron de una claridad sombría, entonces moví lentamente el dedo apretando el gatillo, y de repente Pum…. salió el disparo, pero la bala pego en el piso y luego reboto dejando un agujero en el techo, entonces Boris de un salto salió por la ventana en cuestión de segundos. Para mi defensa debo aclarar que nunca antes había disparado un arma por tal motivo tenía una mala puntería. Ese fue la última vez que vi a Boris. Yo me inclino a creer que el asunto hubiese terminado ahí, pero lamentablemente no fue así.
El 15 de Noviembre de 1996, en horas de la noche encontré el cadáver de mi esposa con un disparo de rifle en la cabeza, se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si alguien podrá creer que un chimpancé disparó un rifle y que atino justo en la cabeza de Ana
Lo recuerdo muy bien señor Juez, fue la tarde del 1 de abril de 1996, vivíamos en una vereda cerca a la Calera, Treinta y seis, si así se llama la vereda, allí estuvimos tres años con mi esposa Ana. Las imágenes de aquel día nunca se borraran de mi mente, esa tarde noche la lluvia caía como hilos delgados que se bifurcaban sobre la densa maleza, y justo en medio de los matorrales asimétricos de verdes profundos lo vimos por primera vez, sus pupilas estaban dilatadas y nos observaba con gran recelo, lo contemplamos durante varios minutos sin pronunciar palabra, hasta que no sé de donde mi esposa saco valor para acercársele, de tal manera que de un momento a otro vi como se abrazaban mutuamente, ella acariciaba su mojado pelaje, y este se aferraba a su cuello, mientras que me observaba entre curioso e irónico.
Al cruzar el camino enlodado llegamos a nuestra casa, mi esposa preparó bebidas calientes y le ofreció a nuestro nuevo y peculiar huésped, yo no podía quitar mi mirada de ese asqueroso animal, Ana me dijo con un tono burlesco que no lo mirara así que era inofensivo, pero para mí, el tener un chimpancé en la casa era algo que no me agradaba, y así se lo hice saber Ana, que lo mejor era entregarlo al otro día a la sociedad protectora de animales, ella con una risa despaciosa me dio a entender que sí.
Al día siguiente al llegar de trabajar me encontré con la sorpresa de ver la cara exótica del animal, que ahora me obligaban a llamar Boris, andaba por la casa como si fuese nuestra mascota de hace muchos años, le juro señor juez que ese día me sentía abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me adormecían los nervios, quería gritar, luchar a golpes con los inmensos arboles que rodeaban la casa…. y súbitamente todo se me rompía adentro, todo me gritaba a los oídos mi imperiosa inutilidad.
Así fueron pasando los días, el animal había tomado un lugar muy importante en el corazón de Ana. Por la noche cuando llegaba de trabajar y veía como Ana le daba la comida como si fuese un niño, mis pensamientos oscilaban entre levantarme y darle una patada en la cabeza o arrojarle a la cara el contenido de mi pocillo de café, pero recapacitándolo me decía que de promoverse un altercado allí, el que llevaría todas las de perder era yo, y cuando me disponía a marcharme contra mi voluntad porque aquel demonio peludo me llenaba de ira, él, obsequiándome con la más graciosa sonrisa de su repertorio que dejaba al descubierto su amarilla dentadura, me seguía con su enferma mirada, hasta hacerme encerrar en la alcoba. Todas las noches me encontraba en medio de situaciones que me dan pena mencionarlas en este sitio, pero eran cosas salidas de los cabellos, aunque para Ana todo era normal, y justificaba mis repudios diciendo que eran celos, ¡celos de un animal!, lo creería usted señor juez, de un animal, al pasar unos meses mi vida se había vuelto insoportable, había caído en el fondo de una angustia que se iba solidificando en conformidad. Por otra parte, si hubiera que justificar mis pensamientos de odio, esa justificación debería llamarse Sufrimiento. Soy un hombre que ha padecido mucho. No negaré que dichos martirios han encontrado su umbral en mi desproporcionada sensibilidad, tan agudizada que cuando me encontraba frente a situaciones donde se requiere carácter, donde se debe ser el macho alfa, donde se debe demostrar de que madera están hecho los hombres, siempre me acobardaba y he dejado que pasen no solo una sino tantísimas veces por encima de mi dignidad, pisoteando mis opiniones, haciéndome siempre a un lado y dejando que el destino hago su cometido conmigo. Y con Boris no fue distinto, termine cediéndole un espacio muy importante en mi casa, todo por no desobedecer a mi esposa, y evitar así enfrentamientos que al final terminaría yo pidiendo perdón, sintiéndome mal y creyéndome una mala persona. Siempre dudé que Ana me quisiera con el mismo ímpetu que a mí me hacía pensar en ella durante todo el día, como en una imagen sobrenatural. Por momentos la sentía edificada en mi existencia semejante a una inmensa roca en el medio de un río. Y esta impresión de ser la corriente dividida en dos subcorrientes cada día más pequeñas por el crecimiento de la roca, era el sentimiento de enamoramiento y anulación que Ana despertaba en mí. ¿Comprenden ustedes? Al final terminamos amando la inmensa roca que corta el flujo de nuestras vidas, y la divide en dos existencias. Naturalmente, ella desde el primer día que nos casamos, me hizo sentir con su frialdad sonriente el peso de su soberanía. Sin poder concretar en qué consistía el dominio que ejercía sobre mí, éste se traducía como la fuerza de un Newton sobre mi personalidad. Frente a ella me sentía imbécil, inferior sin poder descubrir en qué residía ambas cosas.
Volviendo a mi actual situación diré que si hay algo que me reprocho, es haber dejado que ese animal pisara mi casa. Hasta aquí creo que si yo no hubiese buscado en internet acerca de la crianza de los chimpancés, aun estaríamos viviendo con la bestia peluda, tuvieron que pasar siete meses desde que Boris estaba con nosotros, para que yo me enterara por cosas del destino que este maldito animal había asesinado a su antigua dueña de manera brutal, dejándole el rostro desfigurado e irreconocible, ya que las fotos que aparecían en la pagina donde vi la noticia eran bastantes claras, a medida que leía temblaba de frío en la oscuridad. El agua se estrellaba rabiosamente contra el tejado. Involuntariamente me titilaban los miembros, y por mi espíritu resbalaba una manta helada que acobijaba mis pensamientos, el semblante de imploración de la señora dueña de Boris, me rodeaba la mente, inmóvil, frente a la pantalla del computador, escuchaba las suplicas que está increpaba ante el animal enfurecido. En el silencio de esa noche, que el miedo hacía cómplice de la justicia inquisidora, resonó el silbido de las lechuzas, y un chimbilá volando cruzó por la ventana. Sonido que me hizo brincar del susto, y de manera inmediata llame a Ana para mostrarle la noticia.
Cuando Ana terminó de leer me miró de manera triste, sabía que estábamos en peligro, creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje árido, su existencia se desboronaba frente a mí, entonces me acerque y temblorosos nos estrechábamos uno contra otro, mientras que Boris desde la puerta nos observaba, yo se que ustedes no me lo van a creer pero el maldito animal parecía entender que lo habíamos descubierto, porque de un momento a otro emprendió la huida; con mi esposa lo buscamos por toda la casa e incluso salimos al patio en medio de un fuerte ventarrón que doblaba violentamente la copa de los árboles, pero fue inútil porque no lo encontramos por ningún lado. Al día siguiente le dije al compadre Guillermo que me vendiera un rifle, pues sabía que Boris tarde que temprano regresaría, el compadre me lo dio a buen precio, eso sí, primero escucho mi historia y no paro de reír a mandíbula abierta, no me creyó nada de lo narrado. Al volver a casa, me encontré a Ana llorando, inmóvil, la mejilla posando en la palma de la mano y el brazo desnudo apoyado en la mesa, fijos los ojos en la sala la cual estaba totalmente destruida, al parecer Boris aprovecho que no estábamos e ingreso a la casa destruyendo cuanto mueble había, yo estaba triste. Enormemente triste, como no se lo imaginan ustedes. Comprendía que tenía que ser el hombre de la casa, papel que me atormentaba pensar; comprendía que ese acto me comprometía con Ana y era necesario tomar cartas en el asunto. Al llegar la noche, no acostamos con un temor infinito que se filtraba por nuestra respiración y no obligaba suspirar de manera exagerada, la desesperación me agrandaba las venas, y sentía entre mis huesos y mi carne el aumento de un impulso antes desconocido a mis sensaciones. Así permanecí horas exasperado, en una abstracción dolorosa esperando que llegara un nuevo día.
Durante la siguientes semanas no pudimos dormir tranquilamente, algún ruido que escuchásemos nos llevaba a pensar en el endemoniado animal, solo hasta que aquella noche escuchamos los gritos infernales de Boris en la sala, al bajar con cautela y apuntando con el rifle por fin lo vimos sentado en la sala, Ana retrocedió a medida que yo me acercaba a él, y en ese momento, ¿saben ustedes lo que se le ocurre al maldito Primate? Pues: mostrar su asquerosa dentadura y doblar su labio, como si me estuviese pidiendo un beso, luego los ojos del chimpancé se llenaron de una claridad sombría, entonces moví lentamente el dedo apretando el gatillo, y de repente Pum…. salió el disparo, pero la bala pego en el piso y luego reboto dejando un agujero en el techo, entonces Boris de un salto salió por la ventana en cuestión de segundos. Para mi defensa debo aclarar que nunca antes había disparado un arma por tal motivo tenía una mala puntería. Ese fue la última vez que vi a Boris. Yo me inclino a creer que el asunto hubiese terminado ahí, pero lamentablemente no fue así.
El 15 de Noviembre de 1996, en horas de la noche encontré el cadáver de mi esposa con un disparo de rifle en la cabeza, se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si alguien podrá creer que un chimpancé disparó un rifle y que atino justo en la cabeza de Ana