domingo, 16 de junio de 2013

se estalla kengi

TROGLODITA
Lo recuerdo muy bien señor Juez, fue la tarde del 1 de abril de 1996, vivíamos en una vereda cerca a la Calera, Treinta y seis, si así se llama la vereda, allí estuvimos tres años con mi esposa Ana. Las imágenes de aquel día nunca se borraran de mi mente, esa tarde noche la lluvia caía como hilos delgados que se bifurcaban sobre la densa maleza, y justo en medio de los matorrales asimétricos de verdes profundos lo vimos por primera vez, sus pupilas estaban dilatadas y nos observaba con gran recelo, lo contemplamos durante varios minutos sin pronunciar palabra, hasta que no sé de donde mi esposa saco valor para acercársele, de tal manera que de un momento a otro vi como se abrazaban mutuamente, ella acariciaba su mojado pelaje, y este se aferraba a su cuello, mientras que me observaba entre curioso e irónico.
Al cruzar el camino enlodado llegamos a nuestra casa, mi esposa preparó bebidas calientes y le ofreció a nuestro nuevo y peculiar huésped, yo no podía quitar mi mirada de ese asqueroso animal, Ana me dijo con un tono burlesco que no lo mirara así que era inofensivo, pero para mí, el tener un chimpancé en la casa era algo que no me agradaba, y así se lo hice saber Ana, que lo mejor era entregarlo al otro día a la sociedad protectora de animales, ella con una risa despaciosa me dio a entender que sí.
Al día siguiente al llegar de trabajar me encontré con la sorpresa de ver la cara exótica del animal, que ahora me obligaban a llamar Boris, andaba por la casa como si fuese nuestra mascota de hace muchos años, le juro señor juez que ese día me sentía abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me adormecían los nervios, quería gritar, luchar a golpes con los inmensos arboles que rodeaban la casa…. y súbitamente todo se me rompía adentro, todo me gritaba a los oídos mi imperiosa inutilidad.
Así fueron pasando los días, el animal había tomado un lugar muy importante en el corazón de Ana. Por la noche cuando llegaba de trabajar y veía como Ana le daba la comida como si fuese un niño, mis pensamientos oscilaban entre levantarme y darle una patada en la cabeza o arrojarle a la cara el contenido de mi pocillo de café, pero recapacitándolo me decía que de promoverse un altercado allí, el que llevaría todas las de perder era yo, y cuando me disponía a marcharme contra mi voluntad porque aquel demonio peludo me llenaba de ira, él, obsequiándome con la más graciosa sonrisa de su repertorio que dejaba al descubierto su amarilla dentadura, me seguía con su enferma mirada, hasta hacerme encerrar en la alcoba. Todas las noches me encontraba en medio de situaciones que me dan pena mencionarlas en este sitio, pero eran cosas salidas de los cabellos, aunque para Ana todo era normal, y justificaba mis repudios diciendo que eran celos, ¡celos de un animal!, lo creería usted señor juez, de un animal, al pasar unos meses mi vida se había vuelto insoportable, había caído en el fondo de una angustia que se iba solidificando en conformidad. Por otra parte, si hubiera que justificar mis pensamientos de odio, esa justificación debería llamarse Sufrimiento. Soy un hombre que ha padecido mucho. No negaré que dichos martirios han encontrado su umbral en mi desproporcionada sensibilidad, tan agudizada que cuando me encontraba frente a situaciones donde se requiere carácter, donde se debe ser el macho alfa, donde se debe demostrar de que madera están hecho los hombres, siempre me acobardaba y he dejado que pasen no solo una sino tantísimas veces por encima de mi dignidad, pisoteando mis opiniones, haciéndome siempre a un lado y dejando que el destino hago su cometido conmigo. Y con Boris no fue distinto, termine cediéndole un espacio muy importante en mi casa, todo por no desobedecer a mi esposa, y evitar así enfrentamientos que al final terminaría yo pidiendo perdón, sintiéndome mal y creyéndome una mala persona. Siempre dudé que Ana me quisiera con el mismo ímpetu que a mí me hacía pensar en ella durante todo el día, como en una imagen sobrenatural. Por momentos la sentía edificada en mi existencia semejante a una inmensa roca en el medio de un río. Y esta impresión de ser la corriente dividida en dos subcorrientes cada día más pequeñas por el crecimiento de la roca, era el sentimiento de enamoramiento y anulación que Ana despertaba en mí. ¿Comprenden ustedes? Al final terminamos amando la inmensa roca que corta el flujo de nuestras vidas, y la divide en dos existencias. Naturalmente, ella desde el primer día que nos casamos, me hizo sentir con su frialdad sonriente el peso de su soberanía. Sin poder concretar en qué consistía el dominio que ejercía sobre mí, éste se traducía como la fuerza de un Newton sobre mi personalidad. Frente a ella me sentía imbécil, inferior sin poder descubrir en qué residía ambas cosas.
Volviendo a mi actual situación diré que si hay algo que me reprocho, es haber dejado que ese animal pisara mi casa. Hasta aquí creo que si yo no hubiese buscado en internet acerca de la crianza de los chimpancés, aun estaríamos viviendo con la bestia peluda, tuvieron que pasar siete meses desde que Boris estaba con nosotros, para que yo me enterara por cosas del destino que este maldito animal había asesinado a su antigua dueña de manera brutal, dejándole el rostro desfigurado e irreconocible, ya que las fotos que aparecían en la pagina donde vi la noticia eran bastantes claras, a medida que leía temblaba de frío en la oscuridad. El agua se estrellaba rabiosamente contra el tejado. Involuntariamente me titilaban los miembros, y por mi espíritu resbalaba una manta helada que acobijaba mis pensamientos, el semblante de imploración de la señora dueña de Boris, me rodeaba la mente, inmóvil, frente a la pantalla del computador, escuchaba las suplicas que está increpaba ante el animal enfurecido. En el silencio de esa noche, que el miedo hacía cómplice de la justicia inquisidora, resonó el silbido de las lechuzas, y un chimbilá volando cruzó por la ventana. Sonido que me hizo brincar del susto, y de manera inmediata llame a Ana para mostrarle la noticia.
Cuando Ana terminó de leer me miró de manera triste, sabía que estábamos en peligro, creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje árido, su existencia se desboronaba frente a mí, entonces me acerque y temblorosos nos estrechábamos uno contra otro, mientras que Boris desde la puerta nos observaba, yo se que ustedes no me lo van a creer pero el maldito animal parecía entender que lo habíamos descubierto, porque de un momento a otro emprendió la huida; con mi esposa lo buscamos por toda la casa e incluso salimos al patio en medio de un fuerte ventarrón que doblaba violentamente la copa de los árboles, pero fue inútil porque no lo encontramos por ningún lado. Al día siguiente le dije al compadre Guillermo que me vendiera un rifle, pues sabía que Boris tarde que temprano regresaría, el compadre me lo dio a buen precio, eso sí, primero escucho mi historia y no paro de reír a mandíbula abierta, no me creyó nada de lo narrado. Al volver a casa, me encontré a Ana llorando, inmóvil, la mejilla posando en la palma de la mano y el brazo desnudo apoyado en la mesa, fijos los ojos en la sala la cual estaba totalmente destruida, al parecer Boris aprovecho que no estábamos e ingreso a la casa destruyendo cuanto mueble había, yo estaba triste. Enormemente triste, como no se lo imaginan ustedes. Comprendía que tenía que ser el hombre de la casa, papel que me atormentaba pensar; comprendía que ese acto me comprometía con Ana y era necesario tomar cartas en el asunto. Al llegar la noche, no acostamos con un temor infinito que se filtraba por nuestra respiración y no obligaba suspirar de manera exagerada, la desesperación me agrandaba las venas, y sentía entre mis huesos y mi carne el aumento de un impulso antes desconocido a mis sensaciones. Así permanecí horas exasperado, en una abstracción dolorosa esperando que llegara un nuevo día.
Durante la siguientes semanas no pudimos dormir tranquilamente, algún ruido que escuchásemos nos llevaba a pensar en el endemoniado animal, solo hasta que aquella noche escuchamos los gritos infernales de Boris en la sala, al bajar con cautela y apuntando con el rifle por fin lo vimos sentado en la sala, Ana retrocedió a medida que yo me acercaba a él, y en ese momento, ¿saben ustedes lo que se le ocurre al maldito Primate? Pues: mostrar su asquerosa dentadura y doblar su labio, como si me estuviese pidiendo un beso, luego los ojos del chimpancé se llenaron de una claridad sombría, entonces moví lentamente el dedo apretando el gatillo, y de repente Pum…. salió el disparo, pero la bala pego en el piso y luego reboto dejando un agujero en el techo, entonces Boris de un salto salió por la ventana en cuestión de segundos. Para mi defensa debo aclarar que nunca antes había disparado un arma por tal motivo tenía una mala puntería. Ese fue la última vez que vi a Boris. Yo me inclino a creer que el asunto hubiese terminado ahí, pero lamentablemente no fue así.
El 15 de Noviembre de 1996, en horas de la noche encontré el cadáver de mi esposa con un disparo de rifle en la cabeza, se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si alguien podrá creer que un chimpancé disparó un rifle y que atino justo en la cabeza de Ana

martes, 11 de junio de 2013

Una noche sin sueños

Una noche más sin sueños, de esas que pasan al compás de canto lúgubre de un reloj que nunca marca la hora, pero no deja de hacer ruido llenando de ecos absurdos las paredes vestidas de sombras, tic, tic, tic, calor en los pies, calor en la espalda, tic, tic, tic, una vuelta, dos vueltas, almohada que talla, una vuelta dos vueltas, tic, tic, tic, me doy por vencido, me levanto, busco agua y un cigarrillo, para torturarme observo el reloj, mierda no sirve está parado en las 6 30am, los sonidos de la noche llegan como visitantes inesperados un celador en su cicla, y su pito, todo está bien se supone, algunos borrachos buscando arrullo, una alarma descarada, tic, tic, tic, enciendo mi cigarrillo, a esa hora me duelen los pulmones, me duele la cabeza, me duele el alma, tic, tic, tic, orino, sin fuerza, por costumbre, camino de un lado a otro como un espanto, tic, tic, tic, la noche no pasa, los segundos se pegan en ese tedio maldito que pulula por mis ideas, tic, tic, tic, enciendo mi computador, todos duermen, dejan sus fotos sonrientes, como para decirme, ey juan, usted no duerme, mire mi tarde, mire como la pase con mis amigas, mi familia, mire donde estuve, yo chismoseo su vida como un paracito como una ave de rapiña, me canso, siempre me canso, tic, tic, tic, pienso en mañana, otro día, lúgubre día, cansado, con cara de dolor de cálculos renales, esa mueca siniestra que me pongo en el alba cuando no puedo dormir.
Salgo al frente de mi casa, fumo otro cigarrillo, la noche eriza mis bellos, tos, tos, tos, tic, tic, tic, un maldito perro no ha hecho si no ladrar toda la noche, tic, tic, guao, tic, tos, tos, fumo de nuevo quiero ser humo azul, elevarme por los techos, llegar al cielo, ser bruma, sobre esta ciudad que duerme y ha olvidado soñar, guao, guao, tic, tic, tic, tos, tos, no sé por qué , pero lloro, mis ojos se quiebran en llanto, solo, me repito, llega mi único amigo, me dice, que hace Juan, usted no tiene remedio, yo le hecho el humo en la cara, a él le gusta, que le pasa, no se monte en maricadas, duerma, yo lo tomo entre mis brazos, acaricio su lomo, está herido, que le pasa loco, él me dice, nada, una nena, ya sabe, yo lo caliento, tranquilo, mañana se le pasa, él me dice, sí, siempre se me pasa, a mí no me pasa nada, venga me dice, deje esa cara, no, hoy no quiero buscar la noche y sus demonios, tos, tos, tos, ese cigarrillo lo va a matar, acaso cree que no lo sé, le respondo, fumar es tomar un atajo hacia la muerte, el sueño eterno.
Ya se puso filósofo, Juan, por eso usted no duerme. Deje de pensar maricadas y venga, listo, le dije, y caminamos, lento por toda la mitad de la calle, como dos sombras sin penumbra, a la larga y ancha de la oscuridad que es nuestra existencia, suba por aquí, me dijo yo ágilmente trepe, caminamos por los tejados, me mostro un patio, mire, un anciano, veía un programa de televisión, hablaban de vacas y marranos, su mirada estaba perdida entre la televisión y los recuerdos, no tenía piyama, vestía muy elegantemente, tenía colonia, mi amigo me dijo, el espera la muerte, cuando su mujer murió él se quedó dormido, prometió que nunca más lo sorprendería la muerte, dormido, que cuando viniera por el estaría despierto, para gritarle, muerte puta, porque llego tarde.
Paso la policía, el que maneja, zigzagueaba, la noche el de atrás pegado a su celular, seguimos caminado, vimos una rata enorme, gris como esta ciudad, Pere, me dijo no haga ruido, y se lanzó sobre ella, me dio un pedazo, solo muérdala, no se la pase, sabe a mierda, las ratas son para quitar la sed de muerte, bebí su sangre, cálida y dulce, saltamos a otro tejado, otras casas, otros mundos, algunos dormían, el sueño apacible los arrullaba, amigo le dije, y esa casa, quien vive allí, era una fachada cubierta de matas, de esas enredaderas, pero enmarañadas como un trapero, hay vive una amiga, venga se la presento, subimos por un muro, las enredaderas tienden a caerse me advirtió, y allí estaba, un espejismo, un ángel, una ilusión de todas mis locuras, dormía, cálida, placentera, con un beso en sus labios, y las noches en sus cabellos, dormía a punto de caerse de la cama, pálida como la luna, que sueños, la acompañan, me dijo mi amigo, ella a veces  llora, parce, dormida se le escapan lágrimas, cuando no duerme, me regala cigarrillo, quiero acercarme le dije, usted vera, loco, pero amárrese duro, no querrá perderse, en esos ojos, en esas noches.

Me acerque sigiloso, la contemple, aun entre sombras ella iluminaba la noche oscura, su pecho parecía un bandolón, componiendo tristes canciones de calle, dulces canciones de calle, historias de amantes, separados por océanos más grandes que los existentes, loco, me quiero quedar acá, no marica, me dijo mi amigo, vámonos, tenía razón, se imagina le decía después, que usted se levantara y encontrara a alguien tendido a su lado, alguien que no ha visto nunca, sin resaca claro está, Pere, me acerque más a ella, bese sus labios, me llamo Juan le dije, espero verla en una noche sin sueños, le deje un cigarrillo en las manos, la olí, me embriague con ese aroma, como a ciudad, como a moras, como a un arroyo, como a un rayito de sol, como a luna llena, como a caballero de la noche, como a cerveza y tequila donde doña Ceci, vámonos, dijo mi amigo, y partimos, no quise hablar más, me sentía confundido, tristemente feliz, o felizmente triste, me entiende, si loco yo lo entiendo me decía, mi amigo, me dejo a la puerta de mi casa, tiene un cigarrillo le pregunte, no, y no debería fumar tanto. 

domingo, 9 de junio de 2013

Giovanni mefisto

Era un viernes si mal no recuerdo; como en el año 1998, estaba de alcalde el gomelito del Peñaloza, en fin, fue el día en que nos desalojaron de lo que para nosotros los ñeros era nuestro hogar, me refiero a la calle del cartucho, quisque la calle más peligrosa de Bogotá y quisque de Latinoamerica ah? Qué tal esta, pero que va hay otros sitios más peligrosos donde hasta pululan las ratas, y de cuello blanco. Pero bueno, les sigo contando, el día ese del desalojo yo estaba en mi carro de balineras echándome un maduro o sea un cacho de marihuana mezclado con bazuco, que traba tan aspera parcero la que tenía, cuando, juemadre, empecé a escuchar una algarabía ni la hijueputa, mario mario, empezó a gritar lechuza, los tombos ñero los tombos, pero pailas no nos dieron ni tiempo de correr. Sí estaba un poco paniquiado pero estaba pilotiando la vuelta sí pilla, lo único que escuchaba era un man de un megáfono que decía algo como tranquilisesen que somos de la alcaldía, que los vamos a reubicar, que tal y pascual, en fin, ese día venían unas quisque trabajadoras sociales, y unos pirobos que eran quisque sociólogos o algo así. La algarabía era reaspera, había resto de tombos, yo sí había escuchado que iban a acabar como fuera con el cartucho, incluso, unos días antes, el mismo día que se posesionó el paraco ese del Uribe cayó un rocket que mato como a 16 ñeritos, menos mal yo ese día estaba en cinco huecos o si no hubiera sido un susto muy gonorrea, en despúes nos enteramos que había sido un rocket enviado por la guerrilla al palacio presidencial, pero bueno les sigo contando, en medio del zafarrancho yo lo único que pensé fue en abrirme como fuera de ahí, que reubicación ni que mierda, toco fue coger pal Bronx, eso queda ahí detrás del batallón Ayacucho sí pilla, entonces fue cuando escuché un grito que a lo bien me hizo poner como dicen “la piel de gallina” y qué hice, pues uno de sapo quiere meter las narices en todo, pues me fui pa donde había escuchado el grito que les dije, cuando me acerque había un poco de gente alrededor de una vieja horrible, desgreñada, asquerosa, sucia; imagínese, si yo ando sucio y todo, como estaría esa vieja pa yo decir que estaba asquerosa y sucia, pero bueno le sigo contando, la vieja esta que parecía como sacada de una película de esas del exorcista tenía debajo de unos harapos asquerosísimos un niño o niña, creo que una niña a juzgar por lo que gritaba de manera tan desgarradora, que era algo como -mi hija, no me quiten a mi hija- , y habían junto a ella unos tombos y una trabajadora de la alcaldía, me imagino que una de esas trabajadoras sexuales, digo sociales, que le hablaba de llevar la niña a bienestar familiar temporalmente donde iba a recibir atención médica, alimentación, ecetera, estaban como dije tratando de convencer a la loca esa para entregara la niña que se movía debajo de los harapos. Pero nada, imposible, por más que le decían la vieja seguía ahí sentada, recostada contra la pared y agarraba antes con más fuerza la criatura esa a la cual parecía estar amamantando, si es que le salía algo de leche a la vieja esa. En ese momento me dio la pensadera porque aunque no lo crean yo quería estudiar filosofía en la Nacho, ese era mi sueño, entonces pensaba yo cómo podía una niña vivir en esas condiciones, también pensaba que lo mejor era que un sitio tan miserable y decadente como este se acabara. Pensaba en la desidia y la indiferencia de los gobernantes, en la Yazmín, un peladita de 12 años que le vendía su cuerpo a cualquier ñero por un bazuco, En Chinche, un niño de 9 años que robaba espejos en la caracas con decima, al frente del parque del voto Nacional y que murió hace una semana aquí, encima de sus propios orines, y abrazado a un tarro de pegante. Pensaba en estas y otras cosas cuando un grito aun mayor me sacó de mis filosóficos y existencialistas pensamientos, pues imaginesen la trabajadora social y los tombos habían decidido quitarle la niña a la fuerza a la loca esa, pero no fue fácil les tocó casi como entre cinco tombos, y en ese forcejeo estaban cuando a uno de los tombos se le ocurrió levantar el trapo que cubría a la niña, cuando de repente, y les juro que ya la traba se me había pasado, cuando de repente vi que una rata estaba royendo uno de los senos de esa horrible mujer quien al escuchar los gritos de los que allí se encontraban, soltó un grito aun más aterrador haciendo que la rata saltara y se metiera por una de las alcantarillas que se encontraba a pocos metros de allí.