jueves, 12 de diciembre de 2013

El absurdo estado de la inconsciencia

POR:
Giovanni Quiceno
El absurdo estado de la inconsciencia Angustiante, desastroso, así había sido el año para Maclovio Chitiva, profesor por obligación, padre de familia de tres niños, ninguno de él; esclavo, muy a su pesar, de la pornografía, pero de buen corazón; y digo de buen corazón porque era de esas personas capaces de sacarse el pan de la boca por dárselo a quien se lo pidiese. Maclovio siempre fue un mediocre, un conformista, una persona pusilánime y con muy pocos idealismos. A pesar de tener mujer, Maclovio aún tenía la fea costumbre de masturbarse, vicio que cogió desde la adolescencia cuando encontró una revista pornográfica que su padre había descuidado debajo del colchón; desde que adquirió ese vicio no lo pudo dejar jamás. Pobre Maclovio, sus revisticas vulgares, eran un retrato de lo que era su miserable carácter: ver y no tocar. Desear y no tener; ni para sí, ni mucho menos para dar. Maclovio no era licenciado como tal, había estudiado sistemas en un Instituto del barrio Restrepo y por vueltas que da la vida había ido a parar de profesor a un colegio cristiano llamado “El Redil ”, allá entró a trabajar recomendado por un pastor de esos podridos de la iglesia a donde asistía los domingos. Pero ese colegio de cristiano no tenía nada y menos sus profesores; el de educación física, era un solterón, pasadito de kilos, medio bufón, de malos gustos, que morboseaba a las niñas y las ponía a hacer ejercicios físicos que excitaban su mente enferma, esto cuando hacía clase porque de resto los dejaba jugar microfútbol todo el tiempo. La de español era una señora extravagante, supersticiosa y ordinaria; preocupada más por vender sus productos de Ebel y de Avon que de preparar una buena clase. El de sociales era un gordito con ínfulas de “apóstol Pablo” que siempre mantenía con una camiseta del che Guevara pero que en lugar del rostro del revolucionario tenía el de Jesucristo, además le había mandado a poner un letrero que decía Jesús no es religión es revolución, le gustaba hacer bromas pero ¡ay! de que se las hicieran a él. El de matemáticas, que era el mismo de física era un tipo que siempre vivía diciendo que Pitágoras había descubierto la existencia de Dios por medio de una fórmula matemática y que como divino era Dios el ser humano estaba hecho de una proporción divina, y entonces empezaba a tomarle las medidas a uno del hombro hasta el brazo y luego hasta el codo y después comenzaba a dividir y a sumar hasta que le daba un número el cual decía que era el de la proporción divina y que el mismo número daba si uno hacía los mismos cálculos de la planta de los pies hasta la cabeza y el ombligo. El de inglés enseñaba el idioma por medio de las canciones de un grupo de música cristiana, estaba cuadrado a escondidas con una estudiante de grado décimo con la cual se encontraba cada 15 días en el Restrepo no exactamente para ir a orar. Y la rectora ni se diga, era un vieja usurera que ni siquiera pagaba el escalafón, que lo iba a pagar si ni quiera había invertido en hacerse al menos una especialización en educación o en gestión educativa, que sé yo. Era una vieja negrera que hablaba de la gracia de Dios, de la bendición y la prosperidad pero que exprimía a sus trabajadores lo más que podía aprovechándose de la necesidad de cada uno. Este era más o menos el círculo laboral en el que se desenvolvía Maclovio Chitiva, pero en lo personal y en lo familiar la cosa era más desalentadora, su mujer le conseguía computadoras para que arreglara en casa los fines de semana, le controlaba el sueldo, la vida y hasta las ilusiones. Pero Maclovio era resignado, y como dije antes, conformista, no se compraba ropa pensando en sus tres hijos, por quienes era capaz de dar hasta la vida a pesar de no ser suyos, por eso a veces se le veía mal arreglado, con la misma ropa, y a pesar de que se hubiera bañado desprendía un olor desagradable. En algunas ocasiones saliendo del trabajo se iba para un prostíbulo, se tomaba una o dos cervezas y salía de repente sin acabar la cerveza, casi corriendo, afanado, hacia su casa. No era otra la forma de sobrellevar la mala vida que se hacía día tras día. Tras sus falsas atenciones y modales, se escondía su repudio por la realidad que le atrapaba en el polvo de aquellas obsoletas máquinas que arreglaba. Todo era insuficiente para vivir del modo en que lo había logrado hacer, sin embargo la vida insistía. Cogía de nuevo, a las mujeres desnudas, esas que veía en sus revistas y en los lugares que había visitado, cerraba los ojos, precariamente las imaginaba y soltaba como un loco a llorar, sin que nadie le escuchara. Maldecía una y otra vez, con la pasión con la que se recita una plegaria, su destino. Pobrecillo hombre, era invisible para la buena suerte. Sus compañeros se habían convertido en un fastidio para él, no soportaba sus chistes, los comentarios que hacían en la mañana sobre los realitys y las telenovelas de la noche anterior. Insolentes!! les gritaba callado, después de que les saludaba al inicio de las infernales jornadas laborales. Este hombre a pesar de tener sus vicios tenía arranques de ternura, se compadecía de los animales y sobretodo de los niños, y hablo de los niños en general, no soportaba que ninguno sufriera por ningún motivo, por eso un día yendo hacía su casa le regaló a un señor con el que se encontró en la buseta un pollo que se había ganado en el colegio. Un pollo, tal cual, un pollo que rifaron sus compañeros de trabajo y que para fortuna de Maclovio le había correspondido gracias a la suerte. Ese día en el colegio habían estado celebrando no sé qué cosa y al final entre bromas y malos chistes resultaron con la sorpresa de la rifa del famoso pollo. En fin, ahí iba Maclovio con su pollo, ni siquiera lo destapó para olfatearlo, sólo pensaba en llegar a casa y ofrecérselo a sus hijos, ah claro y a su mujer, pero ni ella ni ellos lo habrían de disfrutar sencillamente porque la vida y el destino así lo querían. Al salir Maclovio del colegio cogió su buseta, La suba rincón, y de una fue a sentarse atrás como tanto le gustaba, como lo había hecho siempre, en el rincón, así había vivido toda su vida, arrinconándose, dejando que la vida lo arrinconara siempre. A las pocas cuadras se subió un señor el cual se sentó en el único puesto que quedaba libre. Venía triste, acongojado, con el cansancio y la angustia dibujados en su rostro y en su alma; ahora venía ahí junto a Maclovio, cabizbajo, no evitaba mostrar su preocupación la cual no fue indiferente para el profesor, quien como dije, era una persona compasiva, con extraños arranques de caridad y humanidad. A los diez minutos el pollo había cambiado de dueño. Maclovio Chitiva esa noche durmió tranquilo, había hecho una buena acción, en su alma se sentía feliz, se imaginaba a ese hombre, al que le había regalado el pollo, al desempleado, al que había estado buscando trabajo todo el día, llegando a su hogar y compartiendo con sus dos hijos, (porque tenía dos hijos, según la conversación que tuvieron en la buseta) el pollo que él le había dado. Si hubiera podido darle más lo hubiera hecho. Al otro día Maclovio se despertó con una sonrisa en su boca, la buena obra que había hecho con ese hombre lo llenaba de satisfacción, era un suceso que de alguna manera le daba un poco de sentido a su vida carente de heroísmo. ese día llegó al trabajo un poco más temprano que de costumbre, la sala de profesores estaba vacía, poco a poco empezaron a llegar sus compañeros, llegó la profesora de español con sus revistas bajo el brazo, estaba extraña, saludó a Maclovio sin mirarlo a los ojos; luego el de inglés, lo saludó sin evitar soltar una sonrisa nerviosa; después entraron el de sociales y el de educación física y cuando vieron al profesor Maclovio se soltaron a reír y le dijeron: Hombre Maclovio que tal el pollo, pero no pongas esa cara hombre, discúlpanos, era sólo una bromita… ¡ El próximo pollo sí va a ser de verdad !

domingo, 10 de noviembre de 2013

EL GOL DE MI VIDA

Por: Luis Giovanni Quiceno 


Pica, pala, pica, pala, pica, pala, pica, empezaba pidiendo yo, y como siempre me pedía primero al Cholo, ese era el mejor, un jugador de esos que la verdad no sé por qué no terminó jugando en Millonarios o en Santa Fe, o en un equipo Argentino, el Cholo era de esos que manejan los dos bordes, el externo y el interno, que levantan la cabeza, que tratan la pelota con estilo, con clase, que meten pases de profundidad, que hacen cambios de frente ,y que además sorprenden metiendo goles; por eso lo quería siempre en mi equipo, pero sobre todo porque era con el que mejor me entendía, entre los dos desbaratábamos defensas, construíamos paredes; mejor dicho, juntos hacíamos obras de arte con el balón en los pies, a lo Rincón y Valderrama, para que se hagan una idea. Después de pedir al Cholo, si el otro no lo había pedido, me pedía al gato, el mejor arquero del barrio, ese muchacho se le tiraba hasta a un tren, era bárbaro, no dejaba entrar ni las moscas a ese bendito arco, lo malo era que a veces se creía Higuita, y por salirse a atacar lo cogían, como dicen, con los pantalones abajo y nos metían unos goles de lo más pendejos. Luego, aunque en esa ocasión se me adelantaron , escogía a Pintuco, le decíamos así porque la primera vez que vino a jugar la gaseosa traía una camiseta de pinturas pintuco, “el color de la calidad” y como no le sabíamos el nombre le gritábamos cada vez que la tenía, acá pintuco, o tómela pintuco, o póngame a picar pintuco; jugaba de defensa, recio, si pasaba el balón no pasaba el jugador, y si pasaba el jugador no pasaba el balón, pero nunca pasaban los dos. Después me pedía al chamo, ese no era que jugara mucho pero le metía cojones a la vaina, era incansable, quizá porque antes de jugar se metía su baretico, pero bueno no hay que reprocharlo por eso, y no es que lo defienda, pero si Lance Armstrong ganó 7 tours de Francia gracias al doping, por qué el chamo no se podía meter un baretico antes de un partido. En fin, el resto ya eran jugadores de relleno, al que casi siempre tocaba dejar jugar sin excepción era al Romario porque era el que siempre prestaba el balón, le decíamos Romario por tronco, porque era una mezcla como entre ropero y armario, de ahí salió la sigla. El único que quedaba siempre sin pedir era pulga, el menor de todos, y para no dejarlo ahí, sentado y vestido con su uniforme chiviado del Barcelona, lo metíamos al gol. Se apostaba la gaseosa, pero más que eso se apostaba el honor, se dejaba todo en la cancha. Por ese entonces yo jugaba adelante, de puntero, porque lo mío era el gol, lo más bonito del fútbol, porque es que lo que uno siente cuando hace un gol no se puede describir, es una especie de éxtasis que lo eleva al cielo por unos segundos, sentir la admiración, generar la alegría, me hago entender? Por ese entonces era conocido con el sobrenombre de Maradona, por mis gambetas, mis definiciones, mis amagues, pero sobretodo me gané ese apodo porque un día en un campeonato acá en el barrio hice un gol con la mano que el árbitro no vio, aunque reconozco también que me gusta ese sobrenombre, a quien no le va a gustar que lo comparen con semejante mago del balón. Este partido tenía algo que lo hacía especial, decían que un empresario de esos que llaman “cazatalentos” iría a ver qué encontraba, que joya, que diamante en bruto podía hallar, y se decía que estaría ese domingo ahí en la cancha viéndonos jugar. Así que tocaba mostrar lo mejor de la vitrina, lucirse, quien quita que le sonara a uno la flauta y terminara jugando en primera, ¿ah? ya me imaginaba yo jugando junto a Mayer Candelo o junto a Omar Pérez, enfrentando a los defensas de Nacional, del Cali o ¿por qué no? en copa libertadores jugando contra Boca o contra River, uno no sabe, soñar no cuesta nada y si se presentaba la oportunidad de acercarse a ese sueño no la iba a desperdiciar, así que estaba decidido a hacerme el gol de mi vida ese día, el que me catapultaría a la profesional. El partido inició como a las 10 y media… suéltela papá que eso no da leche, se escuchaba gritar desde algún lado de la tribuna, todos querían mostrarse, cada cual hacía su juego, ninguno pensaba en el otro, había sed de gloria… a los dijes papi a los dijes, no papá que pasa, déjeme una… eran otras de la cosas que se escuchaban esa mañana. La verdad si quieren que les diga, yo a ese punto ya me estaba desesperando, corría el minuto 30 del segundo tiempo y no me había quedado un solo balón de gol, todos ambicionaban la pecosa con el afán de mostrarse, además estaban cayendo duro; cuando de repente, en su afán de lucirse, salió el gato hasta el primer cuarto de cancha dominando el balón, pero antes de que se la quitaran se la soltó al Chamo, Chamo tomó el balón, corría por la banda derecha, yo me le muestro para que me la toque, pero en lugar de tocármela a mí se la cambia al Cholo que se le muestra por el centro, arrastra la marca, se gambetea al de contención y avanza, yo aproveché para cubrir el espacio que dejaba el contrario por el lado derecho, el cholo me vio, y mirando para el lado izquierdo lanza el balón magistralmente para el lado contrario, a lo Ronaldiño, despistando a toda la defensa, es la oportunidad que estaba esperando pensé para mí, corría hacia el arco con el balón en mis pies, sólo quedaba un defensa, Pintuco, en cuestión de segundos pienso en como evadirlo, así que le hice un amago de cintura haciéndole creer que me le iba a ir por la derecha, pero veo entonces que abre las piernas y aprovecho para mandarle el balón de caño, de túnel o como decimos comúnmente “de cuquita”; el balón pasa, ahora sí “el gol de mi vida”, pensaba para mis adentros, entonces me lo paso por el lado izquierdo y me veo sólo contra el arquero, vislumbraba la gloria, pensaba en la celebración; descubrí entonces que el portero había descuidado el palo derecho y cuando voy a patearle de zurda siento un patadón fuerte que viene de atrás y quedo tendido en el polvo de inmediato. Qué quieren que les diga, aparte de que mis sueños quedaron empolvados y el gol de mi vida en la caneca. Que Pintuco haciendo alusión a su nombre me había pintado la cara y de paso el futuro como futbolista? que me jodió y no pude volver a jugar? Que el tal cazatalentos resultó ser cierto y que ninguno de nosotros por envidiosos y egoístas fuimos escogidos? Sí, así es, ahí termino todo, ni siquiera cobramos el penalti, terminamos fue peliando entre nosotros, además, la gaseosa no se volvió a jugar porque al poco tiempo el pedazo de potrero que usábamos como cancha fue remodelado y privatizado por el IDRD.

lunes, 14 de octubre de 2013

un regalo

Juan Carlos Duque
Pronto, tarde o temprano quedara menos de lo que había planeado, una advertencia, una señal, cualquier pequeñez que cayera del cielo como una gota de rocío que sirviera de advertencia, tan solo una señal mística, un perro inusual, una estrella prófuga, un gato negro, una extraña figura en su humo, no era para nada creyente esto facilita creer en cualquier acontecimiento, pero nada, absolutamente nada, pronto se decía, solo hay que mirar, mirar las personas que deambulan, mirar los avisos publicitarios, mirar los borrachos que estaban a su lado, mirar las formas inusuales que dibuja la espuma en el fondo de su cerveza que agoniza, las tres monedas de quinientos tiradas al cara y sello, otra cerveza, o largarme de aquí, ser o no ser, así de sencillo, otra cerveza, la última, o partir, salir con esa avidez del que no tiene dinero, e inventa asuntos pendientes, siempre hay algo que hacer, llegar a su casa, tumbarse en la cama, buscar monedas o cigarrillos da igual, humo eres en humo te convertirás, nada aun no logra tomar una decisión, si pasara algo, sonó una canción en la pornorokola, nada especial, exceptuando unos senos de ensueño acariciados por una boa constrictor, de fondo una pusilánime canción, de fondo su vida pasando, llega un punto donde toda vida se puede recordar en un solo segundo, nace, se alimenta, crece, envejece, se reproduce, se reproduce, muere, pero también, nace, se alimenta, crece, se reproduce, se reproduce, se enamora, es de nuevo niño, diferente y con algunas arrugas, pero al fin de cuentas niño, que come helado, que saca la lengua para tragar lluvia, que grita, que se entrega, que se marcha, que escribe notas en una servilleta, que juega, que hace pataleta, que se contrae, que convulsiona, que muerde, que babea, que se va, se va, se va, que salta a la eternidad, fugas recuerdo del infinito plasmado en un lienzo que dura un suspiro, termina la pobre canción, del que se gastó lo del mercado, bueno, ser o no ser, mejor no ser, marcharse, pero antes la orinada obligatoria, ese mágico momento de intimidad donde todo ebrio se mira al espejo de su espuma amarilla, de nuevo en su mesa, de aquella tarde, cuenta las botellas, mira los avioncitos que hizo con las etiquetas de póker, 10 cervezas, cadáveres de levadura fermentada, arañadas, en sus viseras, palillitos, figuras informes, rastros de líquido que se secan, dejando entrever algunas letras quizás un nombre, nada ser o no ser. Inicia su noctambula caminata, con sus tres monedas compra medio paquete de cigarrillos, enciende uno, aspira hondo, como queriendo viajar dentro de sí, buenas noches contesta, y se aparta con las manos en los bolcillos, recuerda la canción que sonaba, este hombre se gastó lo del mercado, el acaba de gastar lo único que tenía, pensó, cuantos estaremos viviendo lo mismo, siguió caminando, la noche le encanta, las sombras, el olor a sábado, las luces amarillas de los postes, amarillo que jala al suelo, amarillo lastre, amarillo recuerdo, se abriga el cuello, hace frio y el cielo amenaza torrentes, las calles se visten de gala cuando eso sucede, el cielo se refleja en las calles, los perros beben cielo en bocanadas y los buses vuelan a los hogares, mientras el parabrisas, ejecuta gotas del paraíso, mete la mano a su chaqueta negra, para buscar el encendedor, y encuentra una textura, la reconoce enseguida, pero decide no creer, piensa que es una de sus innumerables notas que terminan hechas un nudo de papel mojado, la saca solo para cerciorarse y que ve, un billete, un hermoso billete de cinco mil pesos, roto, pero bueno, le invade una extraña felicidad, quizás no diferente a si se ganara el baloto, y desde las profundidades de alguien que al agua le temía, broto un río caudaloso torbellino de frenesí, y en un barquito de siete locos, me hice naufrago del infinito opalino del cielo estrellado, pensó, y esas palabras invadieron su existencia como una serenata de charangos rasgados por hombres embotados en coca, felicidad puta, putamente feliz, desvió su caminata, se condujo a un carrito de chorizos, uno por favor, tiene limón, gracias, lo embadurno de salsa de tomate, mordió un trozo, delicioso, la grasa se le escapaba por el mentón, lamio sus dedos que estaban teñidos de rojo, un perro se quedó mirándolo, estaba emparamado, que tristeza en aquellos ojos, está bien pensó, y le arrojo a sus colmillos lo que quedaba del chorizo que no era poco, el can lo engulle de una sola vez y arrastra su vida a otro lugar, termino de comer la arepa y chupo el limón, vio una cabina de internet, porque no, ingresa, tiempo por favor, siga al cinco responde una muchacha concentrada en el Facebook, marco la f, y la sale el link de Facebook, pensó y que tal si buscase otra palabra que empezará por fin, no puede ser la más popular, luego de meditarlo mejor, repitió en voz alta, feo, foca, fósforos, fe, faro, felicidad, tenía razón, mejor Facebook, entro, se encontró con aquella maldita pregunta que lo espanta tanto, que piensas, en algunas ocasiones se ha quedado horas frente al monitor meditando esa pregunta, que pienso, ideas hechas un nudo, como sus notas después de lavar sus pantalones, observo el muro, nada especial, tenía personas que quisiera realmente eliminar, pero no, con un clip, con un disparo, quieto míster Hyde, nada inusual, algunos felices, otros muy tristes, otros envideados, otros que oran, pero algo llamo su atención, era su cumpleaños, como lo había olvidado, bueno no era la primera vez que le sucedía, se deseó feliz cumpleaños y cerro el programa, se disponía a pagar, pero sintió algo, esa extraña sensación de que algo va a suceder mescla rara de susto y felicidad, de ansiedad y sosiego de choclitos y arequipe, intento entrar de nuevo al face, sus manos sudaban, los dedos le temblaban, olvido su contraseña, no era posible, mierda, espero un minuto, algo cambiaría en su vida, y se lo estaba perdiendo, observo bien, claro, por accidente oprimió las mayúsculas, se cercioro que se apagara el color azul, volvió a digitar su clave, pero nada, nada, nada, una angustia invadió su vida, una nube densa de infinita tristeza lleno el local atiborrado de policías, de solitarios de sábado en la noche, quiso encender un cigarrillo pero en este país de mierda no se puede, no se puede, quiso pedir ayuda, quiso gritar auxilio, desbocarse en llantos tibios, pero no lo hizo, no lo hace, no lo hará, se le pierde, la vida, su momento mágico, sus ojitos se humedecen, inspira tanta dulzura, tanta fragilidad, tanta fría soledad, frio de pies en la noche, frio de buenos días en una habitación llena de moho y humedad, cubierta de caminos difusos de ceniza esparcida al caos de unas viejas baldosas, ayuda, solo ayuda, una solitaria lagrima peregrino de sus ojitos a sus labios rojos sedientos de besos, sedientos de pronunciar palabras charquitos calientes que huelen a yerba húmeda Un último intento, sabía que no sería el último pero. A veces nos mentimos por eso de la dignidad, ingreso, piensa la maldita página, programa no responde inténtelo mas tarde, recorre sus cejas con sus manos, así lo hace cada vez que realmente está preocupado, lo intenta de nuevo y entro, entro, lo logre, grito, los policías ocupados viendo niñas con caras de idiotas y tetas grandes, ojos devoradores y labios en gesto de inocencia arrogancia, virginal lujuria, descaradas nalgas onduladas, y su puto celular en la mano, entro solo eso importa, ahora a seguir su corazonada, su ataque de gastritis seria más propio decir, obvio la pregunta que le quita el sueño, y observo detenidamente, pausadamente como se desnuda una camelia, sin afán a la expectativa, recorriendo con paciencia sus pliegues informes, carnudos, observo pero no vio nada, bueno en realidad si, vio a los socialistas, a los evangélicos, a los emos, a los literatos de mierda, pacohelo a pata, a los hinchas, a los nacionalistas, a los existencialistas, a los enamorados, a los pusilánimes, pero todo era mierda, de la peor, mierda virtual que alimenta a las moscas de desocupados en un sábado en la noche. Pago con disgusto, comienza su caminata, pero tenía una miada olímpica, suficiente para inundar el olimpo, para bañar al Kraquen, se imaginó como Heracles limpiando los establos de Augías con su miada mitológica, un baño por favor, intento aligerar su paso, pero ese dolor en los riñones se lo impidió, orinare al lado del río, y lentamente subió la colina a su casa, cuando encontró el lugar más apropiado, saco su miembro y dejo salir de si aquella agua tibia, que si bien no santifica produce descanso al alma, mientras orinaba escuchaba el eco del rio, imagino el agua acariciando las frías rocas, que se sentiría saltar y dejarse llevar, simplemente dejarse llevar, que sentirá el rio cuando mi tibiez lo rosa, eso escribiría la próxima vez que el face le pregunte que piensa, cuando ya iba a terminar es decir cuando menos se puede parar, una patrulla se detuvo a su lado, papeles joven, con esa mano no, no sea cochino, le voy a poner un comparendo, numero del domicilio, numero, de cedula, números, solo números, infractor comenzó a cantar el reloj de Jerusalén, que le pasa, dijo la autoridad vestida de paisa con uniforme, estará drogado una requisa, abra las piernas, no me toque con esa mano, sáquese los bolcillos, pobre diablo, sabe mejor vaya a su casa, y déjeme esos cigarrillos, agradezca que estamos de buen genio, noooooooooo, mis cigarrillos no, el acompañante que no paraba de mirar su celular, le dijo móntelo a la patrulla ese hombre esta drogado, tiraron al hombre dentro de aquel automóvil, era primera vez que esto le sucedía, pudo oler a olla mojada, del tirón se pelo las rodillas, olía a sobre dosis, a peleas callejeras, a bóxer, a no querer estar allí, se alegró, de verdad se alegró, algo diferente sucedía en su vida, algo estaba aconteciendo, escucho la radio de uno de los patrulleros, se encendieron las sirenas, la patrulla arranco a toda velocidad, paso frente a su casa, pero continuo subiendo, llego a una parte de su barrio que no conocía donde las casas colindan con la montaña, a veces imagina que es un extranjero que observa un mapa de américa y entonces mira la cordillera de los andes, allí quedara la casa de algún desgraciado, murmurara mientras la recorre con su dedo, era una pelea, de sábado en la noche, cuando se mezcla el bazuco el Eduardo tercero el amor y el desamor algo sucede, un apuñalado, alguien con un machetazo en la mano, que se yo murmuro, vamos mi cariño ya no llores más, por voz bajaría yo el sol, o me hundiría en el mar, comenzó a cantarse como arrullándose, como consolando un alma triste, que me alcance la noche, vamos mi cariño que todo está bien, vamos mi cariño ya no llores más. El patrullero del celular todo el tiempo, seguramente viendo niñas, me dijo bájese, váyase a su casa, pero acá es peligroso, le respondió, usted me deja en mi casa o en la estación, soltó la risa el patrullero, usted no está drogado, esta es loco, regáleme un cigarrillo y de verdad márchese, hizo cuenta mental, le quedaban tan solo cinco, no tengo respondió y se fue lejos de las luces, de los hogares golpeados, de la sangre escurriéndose de las narices, y esto parece verdad para mí se fue repitiendo colina abajo donde lo espera su casa, sus cobijas que huelen a tabaco, sus cafés fríos, y sus libros de mil en el centro. Llega a su casa sin novedad alguna, lo inesperado no paso, pasan las tardes soleadas, pasa agosto y sus cometas, pasa lo dulce de la vida, también lo amargo, pasa el hambre, pasan los pies fríos y los cuerpos tibios, y yo me quedo, yo me quedo, entro a su habitación, se puso su piyama de cuadros, sus medias para dormir, unas de alpaca que le regalaron traídas de Bolivia, destendio su cama, sus cobijas a rayas, de tigres somnolientos, llego a sus frías sabanas, se introdujo y encendió un cigarrillo, quedan cuatro no quiso pensar, pero las cuentas son su obsesión, piensa en números, más o menos, esa es la cuestión, fumo su cigarrillo, con las luces apagadas se forman sombras mágicas, seductoras figuras que se encienden y se esfuman, dejando un eco en los pulmones, que en ocasiones no muy contadas se escapan en una estrepitosa toz de perro, encendió el otro cigarrillo, sobra decir quedan tres, escucho otras sirenas, varias motos pasaron frente a sus cortinas azules, él estaba protegido, allí en su habitación nada lo toca, nada lo mueve, nada pasa, él se queda, se queda, comienza a sentir ese calor que no lo deja dormir, aquel que hace sudar la espalda, pero no calienta los pies, otro cigarrillo. Mira el reloj en su celular 1111, esa hora le pareció enigmática, lo ha seguido a lo largo de su vida, sería buena hora para morir, 1111, 1111, 1111, 1111, 1112, se le escapo este instante yo me quedo, yo me quedo, bajaron las patrullas, las motos, las sirenas, yo me quedo, yo me quedo, puso una canción de su celular, se abre la tierra, se alzan los mares, bebió agua, mucha agua, tanta agua, se estremeció de un verdadero placer, silencio se abre la tierra, se alzan los mares al compás del volcán, al compás del volcán explosión súbita de magma en la tierra que calcina, que se abre paso entre las calles, los rostros sin rostros, entre las 1111, 1112, 1113, entre las promesas, los silencios, las puertas, llega a su habitación, la magma sube hasta su cama, calienta sus pies, yo me vengo, yo me vengo, yo me vengo, yo me quedo, 1114, quedan dos cigarrillos. Fumar causa cáncer, y no hacerlo mata de aburrimiento, otro cigarrillo, lo puso frente a si, y canto el cumpleaños feliz, al terminar aquella canción que en las sombras parecía un réquiem fúnebre, soplo y pidió un deseo, llegara el momento todo llega a su momento, arrojo el cigarrillo extinto al suelo, callo cerca a los otros aunque un cenicero estaba sobre su mesa de noche, todo llega a su tiempo, se repitió y se puso en posición para dormir, de un lado con los pies afuera, su cama chilla cada vez que se mueve, se queja agoniza esperando la noche sin alba, se lamenta su cama, el cierra sus ojos, felices treinta, y el sueño descendió como una amante agradecida, de repente comenzó a llover, las nubes componen sinfonías, pensó en el perro, en su chorizo, en los policías, en la niña del internet, en la familia que había peleado arriba, muy arriba de su casa, en los que se gastaron lo del mercado, en la luna llena que no se puede ver por las nubes grises, en los cuatro unos, en su último cigarrillo, pero algo no lo dejaba dormir súbitamente, un ruido, un gemido, un llanto que se confundía con sus sueños, con sus quimeras, quiso simplemente pasar, no involucrarse, suficiente tenía con los gemidos de su cama. Se levantó, corrió sus cortinas azules, no vio nada pero el llanto se hacía más fuerte, más denso, más amargo, abrió su puerta y no pudo creer lo que vio frente, era como decirlo, aun lo duda, no sabe cómo explicarlo, quizás sea eso, quizás ya estaba dormido, o tal vez y solo tal vez, su deseo se hizo realidad, quien sabe, todo llega a su tiempo, lo que no nos dicen es que también se va, lo que continua son las propias palabras de aquel que le quedaba un cigarrillo “era una felina, una gata, negra como noche sin estrellas, tan mojada, tan sola, tan frágil y a la vez tan misteriosa, altiva, fascinante, le deje entrar, ella, sin vergüenza alguna recorrió mi apartamento, subió en mis muebles, se paseó, por mis libros, olio mis colillas de cigarrillos, se trepo en mi cama, dejaba a su paso huellas de si, huellas, de noche, cogí mi única toalla y la seque, no tenía nada para brindarle más que mi calor, lo tome en mis brazos, y ella aruño los míos, le acaricie el cuello, la espalda, el pecho, ella ronroneo, comenzó a pasearse por mi cuello, a rozar con su cola mi barba, a besar mis labios, mis oídos, esta hipnotizado con sus ojos verdes, toda la oscuridad parecía su cuerpo, las sombras entonces me acariciaron, desnudaron mi cuerpo, y ella comenzó a besar mi cuello, con su lengua de cepillo, lamia mi mentón que raspa, mis hombros, se estremecían al contacto de sus garras, mordió en ese preciso lugar donde una forma convexa indica que termina el cuello, lo mordió duro, tan duro que mi sangre broto, entre sus dulces colmillos, recorrió mi pecho, velludo y enmarañado, beso mis tetillas, lamio el pequeño arco que hace saltar al infinito, lamio en un solo lugar mi existencia toda, toda, yo veía su cola arqueada, jugar con la noche, siguió descendiendo, cada paso, hacia contraer mi cuerpo, tibio todo, erecto, dispuesto a mil placeres, comenzó a bajar por el camino que conduce de mi pecho a mi abdomen siguiendo el rastro de la selva inexorable de mis pelos, que tercos y rebeldes, cubren mi piel trigueña, mi estómago, dejaba escapar pequeñas cantidades de aire, lo necesario para no morir ahogado, o morir de una vez por todas, lamió mi ombligo como sierva un oasis en el desierto, metió su lengua, en el arco que una vez me unió a mi madre, y en ese recorrido de su lengua, beso cada año de mi vida, treinta círculos, treinta nudos, me beso de niño, oliendo a colada, de joven oliendo a café y eucalipto, de hombre oliendo a madera y tabaco, yo me estremecía, parecía, arcilla moldeada en un torno, dócil a las formas que el alfarero del deseo quisieran darme, rasguño fuertemente mis costillas, y con su cabeza, comenzó a empujarme para arriba comprendí quería que me volteara, lo hice, y ascendió de nuevo por mi espalda, y allí, donde el cabello colinda con la nuca, me mordió, más duro que la primera vez, mucha sangre tiño mis almohadas yo solo gemía, mordiendo no sé qué, creo mi brazo para no gritar, que placer, que dolor, que fuerza, es como si cada gota de sangre fuera mi alma eyaculando, orgasmos hechos sinfonías, y mi cama cantaba, y yo me iba, me iba, me iba, por entre los tejados, por entre las sombras, por entre las nubes grises, por la fría ciudad, por las sirenas de policías, por entre los pies fríos, por entre el olor a tierra mojada, yo me iba, yo me iba. Cuando el hombre volteo, su visitante no estaba, la lluvia termino, dejando la noche desnuda, y permitiendo contemplar desde esta fría ciudad, una luna, mágica luna, el encendió su ultimo cigarrillo, y jamás hombre alguno, fumo con tanto placer, con tanta alegría, extasiado, de luna y humo.

jueves, 10 de octubre de 2013


CÓMPRELO, JUÉGUELO Y GÁNELO.
Por: kenyi calderon
La profunda oscuridad era atravesada por la tenue luz que emergía de manera horizontal desde la pantalla del televisor hasta las paredes, iluminando mezquinamente la habitación, Alfredo embutido en un sin número de cobijas, observaba atentamente el resultado del Baloto, “….compre baloto y disfrútalo” la musiquita acompañaba de manera lóbrega, el acto que se había convertido en un ritual de todos los miércoles, lo esperaba de manera tal que no sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba, cada vez que pensaba en las probabilidades de que números podían ser los elegidos por el azar. Esa noche apretaba de manera vehemente el papel donde había escrito los números que según sus cálculos matemáticos eran los más probables para esa noche. La bella señorita detrás de la pantalla decía de manera fugaz 10 12 21 19 40 17; El demonio de la impotencia se apoderó vertiginosamente del alma de Alfredo, observaba una y otra vez los números en aquel papel amarillento, en el que había escrito 42 17 40 15 38 2. Solo dos de seis se decía a sí mismo, solo dos de seis, repite de manera enferma, se muerde los labios y hace un tremendo esfuerzo para no gritar de ira. Arrojando el papel al piso se da vuelta y deja su cuerpo de manera fetal, observa la pared en un punto fijo con los ojos aguados de angustia. Otras sensaciones se injertan entre los nervios que cubren sus músculos, los números enteros positivos se conglomeran sobre su cabeza, dejándole un fuerte dolor que no le permite dormir.
Al día siguiente se dirige hacia su puesto de cigarrillos y dulces que durante más de quince años ha ubicado frente a la universidad nacional. Acomoda su robusto cuerpo de talla media sobre una pequeña banquita. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un rosado rojizo. De manera familiar lo saluda un profesor de la facultad de matemáticas, quien le pregunta de manera burlesca:
-¿Le atino?
Alfredo con una sonrisa escondida contesta:
- El número de posibilidades que tiene un colombiano para escoger los 6 números es de 8'145.060.-hizo silencio por un instante y con la punta de su trajinado zapato rayó pensativamente el pavimento, luego continuo- Según esto, la probabilidad de ganárselo es de 0,00000012, es muy baja, una lotería normal tiene 4 números y dos series, el número de posibilidades es de 1 millón. Pero en el Baloto es muy lejana, por eso es muy normal que siga subiendo
A lo que replico el profesor:
- la gente tiende a escoger números de una manera uniforme. Nadie los escoge todos al principio o todos al final. Es decir, muy pocas personas elegirían todos los números menores al 15. Y hay que ver lo que pasó con el Baloto en estos días, están cayendo los números aglomerados-
-Si, usted tiene razón, anoche 4 de los números fueron menores que 15, muy pocas personas se animarían a comprar la boleta así-
El profesor se despidió de manera cortes y entregado a sus pensamientos, se retiro desapareciendo en una multitud de jóvenes. Alfredo revisa las formulas que tiene escritas en un cuaderno, tacha nerviosamente lo escrito y redacta nuevamente, “la suma de los últimos números, nos dan el numero del medio mientras que los números extremos esta de la división del numero central entre el numero primo consecutivo”.
Al miércoles siguiente estaba nuevamente Alfredo, acostado en la cama, con la luz azul, golpeando su rostro, esperando con impaciencia el sorteo, y como siempre, en su mano un papelito con seis nuevos números. Alfredo se sumerge en sí mismo, ¿si me lo gano?. Por fin dejare de ser el desagraciado, al que todos miran con compasión. Por fin dejare de ser el pobrecito, al que hay que ayudar para luego sentir un alivio por haber hecho un buen acto en el día, ¿si me lo gano? No pienso darle nada a nadie, todo será para mí solo, no tengo porque compartirlo, si llevo cuarenta años de mi vida en la miseria y nadie ha querido compartir nada conmigo, porque habría que darle algo a alguien. No, no y no, perdón Dios, perdón, que estoy pensando, no, yo no soy capaz, es obvio que compartiré mi premio con los pobres, entregare el diezmo en la iglesia, a la gloria de Dios, porque toda la gloria es para ti señor. Sintió que sus pensamientos podrían ser castigados por el látigo de la culpa que es arrojado desde el cielo por el mismo Dios, entonces se arrodillo en el piso y elevo con una fe infinita una serie de oraciones que desde niño había aprendido. Su ferviente acto se vio interrumpido por la musiquita, “….compre baloto y disfrútalo” sus ojos se abrieron como el lente de una cámara lista para disparar, sus pupilas se dilataron, dejándole una circunferencia casi perfecta, similares a los de una vaca. Nuevamente la señorita como en los últimos años comenzó a dar lectura a los números, 42, esta vez Alfredo dirigió su mirada al papel y vio que el 42 estaba ahí de primeras, un descarga eléctrica recorrió su médula espinal, 17, llevo dos de seis nuevamente, dijo para sus adentros, 40, tres de seis, Dios ayúdame, susurro y beso el boleto, 15, es verdad estoy cerca, estoy cerca, se levantó del piso y caminó sigilosamente hacia el televisor, 38, sus ojos soltaron algunas lagrimas sórdidas que se deslizaron por su quemado y rojizo rostro, 2. Gane, gane.......
Dejo instantáneamente de ser el hombre para convertirse en una criatura espantada a la que el terror retuerce como un remolino, precipitando el cuerpo contra las paredes, besando la imagen de la virgen, quiere escaparse de la civilización; dormir a los pies de esa hermosa imagen, sentir el manto afable que cubre el misterioso cuerpo de la virgen, terminar de una vez por todas su siniestra y silenciosa vida. Se imagina con avidez una frescura nocturna, quizá cargada de rocío. Él podría avanzar llorando su terrible dolor, pedir clemencia, ya que por fin tenia poder, y con poder somos capaces hasta de pedir perdón de la manera más enferma. Arrojo toda su humanidad a la cama, cubrió su cabeza con la almohada y lloro fuertemente, hasta que en el pecho tuvo la sensación de que los pulmones se le habían vaciado de sollozos.
Apareció un nuevo día, el sol extendió sus brazos fotonicos sobre la pequeña alcoba de Alfredo, quien se encontraba sentado al borde de su cama, mirando fijamente el boleto ganador, ensimismado, pensativo, y con una extraña sensación en el corazón que se debatía entre alegría y miedo, apretó los párpados, múltiples ráfagas de colores espectrales se estrellaron contra su imaginación. Sin poder explicarse el porqué, recuerda la época vivida en su pueblo de campo, la tranquilidad de las mañanas, el amanecer gélido con neblina cubriendo el paisaje, las cercas con pequeñas góticas congeladas suspendidas en el espacio-tiempo. Todos y cada uno de los recuerdos se abultaban sobre su cabeza, dejándole un eterno dolor esparcido por su cercera. Levantó su elipsoidal cuerpo, limpio sus axilas con un trapo, el cual pasa también por su rostro.
Toda la noche había meditado frente a su magnífica suerte o tal vez ingenio, recordó las palabras que el pastor de la iglesia les vivía recordando: Dios día a día coloca pruebas a sus ovejas, no caigan en tentación. Esto y el miedo terrible de vivir una nueva vida lo hizo pensar que tener tanto dinero era cosa del demonio y muy seguramente no estaba bien visto por los ojos de Dios, y lo mejor sería no reclamar el premio, probablemente era una de las tantas pruebas que Dios ha colocado en su destino. Además ya estaba conforme con haber descifrado una fórmula que le permitió atinarle a los seis números del Baloto.
Caminando hacia el puesto de trabajo, tomo el boleto en sus manos, lo miro de manera pausada, suspiro fuertemente, y lo guardo en su billetera junto a la estampa del arcángel San Miguel.


domingo, 22 de septiembre de 2013

EL SARCÓFAGO DE METAL Por: Kenyi Calderón


¿Y cómo no taparse los oídos con aquel sonido insoportable? Era una fusión de alaridos, suplicas y carne sacudiendo los filos enchapados de las escaleras, la figura pesada de doña Dionisia daba botes y caía rápidamente dejando desparramada la vida por cada uno de los escalones rectangulares de su casa.
Marcos, en medio del éxtasis, retiró sus morenas y venosas manos de los oídos y corrió a socorrerla. De su garganta sale de forma rasgada una voz gutural preguntando: ¿está bien? Al ver que ella no responde, sintió el alma desarraigarse de la raíz de su cuerpo, permaneció inmóvil durante unos minutos inmortalizando la escena. Al salir de su delirio, levanta el redondo cuerpo extendiéndolo sobre el tapete circular de la sala, luego se sienta en el viejo y acabado sillón ocre, observa la figura concéntrica de muerte que adorna un sin número de circunferencias de colores que tiene el tapete. Así permanece ensimismado como despreciando el tiempo, mil recuerdos se atascan en su mente y en cada uno de ellos aparece la efigie de Doña Dionisia. ¿Y ahora que? Se pregunta Marcos quien deja que su cuerpo se desparrame sobre el sillón y a su vez acompaña el acto con un suspiro profundo, tan profundo como la culpa que siente con lo sucedido. ¿Y ahora que? Sigue la frase merodeando su mente, mientras que el espacio se torna odioso, los objetos se distorsionan a su alrededor, unas lágrimas recorren sus mejillas, su cuerpo tiembla de miedo, se ve en medio de una cárcel pagando una condena infinita, entonces soslaya este pensamiento, era evidente que ya no había tiempo para lamentaciones ni penas estériles, alza el cadáver que pesa tanto como su conciencia, lo lleva al patio, allí divisa una vieja caneca metálica, De pronto se estremece. Una idea había cruzado su mente. Lentamente acomoda los brazos y las piernas para que cada centímetro cúbico de angustia fuese ocupado en su totalidad. Un febril temblor nervioso se había apoderado de él. Tenía calor a pesar de que el frío era insoportable. Luego buscó de manera desesperada cubrir la caneca, el sonido de las llaves abriendo la puerta se propaga por toda la casa como una alarma que avisa la llegada de alguien. Entonces corre precipitadamente, toma unas tablas y las coloca de manera simétrica sobre la caneca, luego sale intentando disimular la trágica escena.
Al volver a la sala su esposa lo saluda como de costumbre, de manera parca y que cualquiera podría pensar que grosera, él de igual forma la saluda con un “hola” seco sin gracia. Su esposa quien se dedica a vender ropa en la plazoleta de san Victorino, le pregunta por doña Dionisia, en ese instante una daga congelada se incrusto en el pecho de Marcos, sintió como el frio helado recorría sus venas y le congelaba cada una de sus entrañas. Su esposa insistió en la pregunta con un tono enfurecido, él en un instante de lucidez contesto: -salió a reclamar sus medicinas-. Su esposa dejo sus corotos en la sala y se dirigió a la alcoba, mientras que Marcos se lava de manera enferma sus temblorosas manos. La oscuridad se apodero del espacio anunciando que la noche había llegado, Marcos se acostó de manera delicada a lado izquierdo de la cama mientras que escucha a su esposa en el patio extendiendo la ropa recién lavada, una vez más el sudor se apoderó de su cuerpo sólo le pedía a Dios que su esposa no fuese abrir la caneca, las pulsaciones ascendieron de setenta a ciento diez, hubo un temblequeo de irresolución en sus pupilas. Se pregunta: ¿Hasta dónde soy capaz de llegar?¿qué voy hacer con el cadáver?¿por qué no decir la verdad? Cada pregunta fustiga su corazón, desgarrando hilos de horror que recorren su cuerpo. Al cabo de un tiempo, su esposa entra en la alcoba se coloca la piyama y se acuesta junto él, eleva unas plegarias al cielo y vuelve a preguntar por la señora. Esta vez Marcos responde que ella se iba a quedar donde su hermano por un par de días, su esposa no muy convencida por la respuesta busca en sus pensamientos el sueño, sueño que en toda la noche no quiso llegar a Marcos, la horas se hicieron eternas, los pensamientos insoportables, la soledad era perpetua, la madrugada llego mas helada que de costumbre, estas ráfagas congeladas escarchan el alma de Marcos quien se levantó serenamente, salió al patio contempla de manera atónita el cadáver oculto en la caneca, Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar la caneca en silencio, aquel silencio insoportable que no resiste y con un movimiento instintivo cubre la caneca con varias tablas. La luz de sol apareció de repente, se infiltro por cada rincón de la casa, él tranquilamente esperó a que su esposa se fuera a trabajar, luego llamó a su patrón y con la excusa de encontrarse enfermo no fue a la cotidianidad.
Salió de su casa, caminó con la mirada clavada al piso, con el corazón desfallecido y sacudidos los miembros por un temblor nervioso, recorrió las empolvadas calles de su barrio mientras que los minutos consumían sus pensamientos, al levantar la cabeza observó un aviso “Deposito de materiales Don José”, entonces una idea emergió del mismo infierno, quemando sus reflexiones. Entró al local pidió de manera muy natural un bulto de cemento y dos tulas de arena, el empleado de la tienda le ayuda a llevarlas hasta su casa, Marcos le agradece al joven y le da propina cosa que no acostumbraba a hacer, pero esta vez un impulso lo llevó a realizar aquel acto de generosidad.
Ya en el patio al terminar aquella grisácea mezcla, con la pala comenzó a vaciarla en la caneca donde ocultaba el cadáver, poco a poco la caneca se lleno hasta el tope mientras que él sentía desmoronarse en el desconocido universo de lo macabro. Luego la pinto de naranja y blanco, la colocó en un rincón del solar mientras que sus pensamientos realizaban una danza lóbrega y así, simplemente espero a que la vida siguiera su transcurso normal.
Al cabo de unas semanas comenzó la búsqueda desesperada por doña Dionisia, en esta Marcos ponía todo de su parte incluso, él se había encargado de instalar el denuncio de la desaparición. Ya en las noches, sentía como la caneca palpitaba, oía una especia de lamento débil y reconocía que era debido a su temor irreparable, a medida que pasaban los días y mientras que todos dormían el maldito sonido se reproducía en su pecho aumentado con su eco espantoso el pánico que lo embargaba.
Pasados trece meses la figura de Marcos se había desgastado, su irrisoria carne se incrustaban sobre sus huesos, a duras penas lograba mantenerse en la realidad, se había creado un pequeño mundo ficticio donde Doña Dionisia estaba enterrada en cualquier cementerio de Bogotá, pero esta mentira no duraría para siempre.
Al filo de una lúgubre noche, arrinconado en desconsoladas reflexiones, salió al patio observó la caneca y de manera inmediata lo invadió un sentimiento de insoportable tristeza, la pintura naranja y blanca ya se había desgastado, en el cielo las nubes se filtraban bajas y cargadas, mezquinas ráfagas de luz caían perpendicularmente sobre la figura cilíndrica de metal. Durante tres segundos Marcos tuvo inmensos deseos de echarse a reír ruidosamente y repitió para sí mismo: “es el destino” pero al volver a la realidad, esa realidad de estar solo con el sarcófago de metal, tomó la decisión de librarse de su suplicio. Halló fuerzas de donde no las había para levantar la caneca, pero le fue imposible, buscó ayuda y para su fortuna un vendedor de frutas pasaba por allí con su carretilla en madera, Marcos no dudo en pedírsela prestada, al fin logró sacar la caneca de su casa, abandonándola muy cerca de allí, quizá el ojo observador de muchas personas le acompañaron en su trayecto.
Ya acostado en su cama volvió a escuchar los aterradores ruidos pero esta vez ausculta el espeluznante sonido de las latas rechinando, su corazón palpitaba como si hubiese corrido una carrera de doscientos metros, pero algo extraordinario sucedió, su esposa también escuchó los tormentosos ruidos, tanto así que asomó su frágil cabeza por la ventana atisbando la calle invadida de policías, al parecer el asqueroso olor hizo que la comunidad llamara a las autoridades. No pasaron ni diez minutos cuando la policía golpeo a la puerta, entonces Marcos abrió rápidamente y sin dejar pronunciar palabra al inspector dijo de manera tranquila: “En esa caneca se encuentra el cadáver mi mamá”.  

lunes, 16 de septiembre de 2013

Mientras se cruzaba de brazos y miraba todo el lugar, un olor extrañamente familiar entraba por sus narices, ese olor a limpio, a objetos de odontología, a cal, mesclada con salivas, a blanco reluciente, a luces que se reflejan en las baldosas de un frio y muy aseado lugar.
Siga señor por favor tome asiento, el doctor ya lo atiende, fue lo que seguramente la misma joven, con uñas rojas y labios pálidos, le habría dicho hace tan solo un instante, palabras que en su momento no se había percatado, siga señor, no se consideraba propiamente un señor, era algo asi como una sombra, un paracito que se encuba en el intestino, aquella plaga que muere por inanición después de devorar todo un órgano, un cáncer, una lombriz intestinal, o quizás, falsa modestia se repetía una lombriz vomitada por un perro después de comer pasto, siga señor, volvió a repetir la empleada a un nuevo paciente, el doctor ya lo atiende, no entendía cuanto podía durar el ya lo atiende, ya es un tiempo exacto algo así como un pretérito perfecto, ya, no es un intervalo de tiempo que pueda ser prolongado, ya es hora de levantarse, no importa si son las cuatro de la mañana o las tres de la tarde, ya, es presente en acción, ya es tarde, pensó al mirar el reloj, que publicitaba un medicamento para la tiroides, su ya no llegaba ni el de las otras tres personas que lo anteceden, no podríamos decir, ya es temprano, reflexiono, habría que recurrir al aún es temprano, pero para mí ya es tarde.
Tomo de la mesa del centro una revista, no porque le importara leer, la hacía para tener un pretexto de evadir las miradas de los otros paciente que estaban a su lado, conocía muy bien esa mirada, la de aquellas personas que busca complicidad para iniciar una conversación, el pretexto siempre del clima, la tardanza, a cualquier estupidez, para luego dar paso a una sinceridad que le parece grosera, solo dos desconocidos terminan diciéndose la verdad de sus vidas, no tienen tiempo suficiente para comenzar a mentir, la puerta del consultorio se abre, sale un hombre de unos cuarenta años, el siguiente paciente continuo despidiéndose de una anciana morada con la que hablaba sobre la importancia de consumir frutas en ayunas, ya había llegado su ya, y el continuaba observando una revista de suplementos de calcio para adultos mayores, como si ser anciano fuera un crimen, todos lo ancianos que allí salían se comportaban como caricaturas de jóvenes, haciendo cosas sin oficio como montar cicla, o meterse a un grupo de danzas, desde que tenía uso de razón se sintió viejo y rodeo su vida de cosas viejas, gafas, abrigos, sombreros, paraguas, libros, música, todo lo viejo, con su olor a polilla, lo atraían, pensó si llegara a viejo, me gustaría esperar la muerte en un putiadero  o en un parque llenado un crucigrama, esa es una forma digna de morir, no llenándose de pastillas y suplementos para jugar al joven, ridículo eufemismo de aquel que le teme a la muerte, la escena es tan desagradable como cuando visten un bebe con corbata, parecen enanos de esos que hacen publicidad en los restaurantes.
Llamaron al otro paciente, se aproximaba su ya, pero ya, no sabía si quería estar allí, en realidad deseaba salir corriendo, siempre lo hizo porque no ahora, que le costaba levantarse, ni siquiera tendría que despedirse de la anciana morada, ni de los otro cuatro que se congregaban en espera de ser atendidos, escucho su nombre desde adentro de una habitación blanca, la voz pronunciando su nombre le pareció aterradora, como si decretaran sobre él una sentencia de cadena perpetua, sus músculos se entumecieron, ante la mirada de los que estaban en la habitación, de nuevo escucho su nombre, pero continuaba inmóvil, pálido como las baldosas de aquel lugar, la anciana morada, lo toco en el hombro, con un gesto del más puro y sincero asco, se levantó y camino hacia la habitación, cerró la puerta y espero a que le dijesen tome asiento, pero el medico regordete  y calvo con mangas de camisa perfectamente blancas, no se percató que su nuevo paciente aún seguía en pie.
Nombre, Antonio Jaramillo, edad 29 años, dirección, nunca se la aprendió por eso daba la misma, calle 23 sur Numero 8010 este, parte del número de su cedula. Teléfono dio el de su trabajo, allí nunca contestan, el medico dirigió sus lupas hacia Antonio, siga siéntese, conoce usted las implicaciones morales y psicológicas del procedimiento, Antonio reflexiono las veces que había escuchado esa palabra, prooooceeeediiiiimientooooo, así se le llama a todo aquello a lo que no tenemos el valor de llamar por su nombre, un aborto por ejemplo no es un aborto es un procedimiento, desalojar una familia de su casa es un procedimiento, y ahora el doctor pronuncia esa palabra frente a Antonio, si las conozco, ya hable con la psicóloga, el abogado, la trabajadora social, dicen que se reúso hablar con el sacerdote, pregunta el Medico, no creo en Dios, dijo Antonio, esperando ver el impacto de su respuesta, pero no lo hubo, el doctor continuo con su cuestionario, sin dirigirse una sola vez a su interlocutor, sino moviendo sus dedos sobre un teclado como un pulpo, baboso con ventosas regordetas y peludas.
Hijos, si, esposa, también, trabajo, si, es conocedor de que en el caso de que el procedimiento no sea satisfactorio nuestro prestigioso centro médico y de salud, no asume responsabilidad legal alguna, si, entonces firme aquí, aquí también, y esta, ahora señor Antonio, quisiera usted quitarse la camisa.
Respire, de nuevo, muy bien, cuanto mide, por favor parece allí, mirada al frente, muy bien, signos vitales bien, quisiera usted donar órganos, no.
Por favor tome asiento, continuo tecleando su computador, señor Antonio, la próxima visita será dentro de quince días, sepa que si por algún motivo desistiese, debe enviarnos una carta con dos días de anticipación o usted como persona natural deberá asumir el costo total del procedimiento el cual ya no será descontado e su seguridad social, una cosa más don Antonio, deberá llenar estos formatos antes de retirarse, los puede dejar con la señorita de admisiones, el día del procedimiento deberá llegar una hora antes, favor absténgase de consumir bebidas o alimentos durante el día, sabe usted que somos profesionales buen día el que sigue por favor, señora María Elvia Puerto.
Salió de aquel lugar le invadían unas ganas infinitas de fumar un cigarrillo, al ponerlo en sus labios y aspirar la nicotina el humo se entrometió en aquellos ojos, una prófuga lagrima se resbalo por su delgada mejilla, se sentó en un andén, observaba los carros atosigados de gente, rostros cansados, ansias de cigarrillos tatuadas en sus miradas, el sin afán alguno encendió otro y otro más, tenía en su bolcillo exactamente lo que vale un pasaje, o medio paquete de cigarrillos, opto por la segunda y decidió caminar, se sentía una locomotora a otro mundo, atravesando calles, atravesando rostros lánguidos, atravesando aromas, el humo que expelían sus entrañas se alzaba como nubarrones, sobre esta gris ciudad, quería ser levedad, quería alzarse sobre las personas que lo rodeaban y estallarse en fétida orina, sobre sus rostros agobiados, quería ser gas mostaza desgarrando ulceras, y al mismo tiempo quería ser rayo de luna dibujado sombras de amantes, fundidos en un beso, un beso de aquellos que duran para siempre, aunque no se repitan, siguui caminando cada vez más lejos del centro histórico de esta ciudad que no tiene memoria, camino por las calles donde su infancia se derramaba como charcos que reflejan estelas, finalmente llego a su casa, toco las tres veces reglamentadas y espero a que le abrieran, siempre perdió  las llaves, siempre fue visita indeseada en el lugar donde moran sus libros, y sus  torres de ceniza, ingreso, se desnudó, deshizo el nudo de cobijas y busco infructuosamente el sueño, aquel consuelo esquivo que no llega, de esta manera lo sorprendió la mañana, se bañó y a prisa siempre tarde y aprisa corrió a su trabajo, cuando llego, las miradas que reprochan la tardanza se alzaron como faros en el cenit del mar para decirle  usted otra vez tarde, cada día inventaba algo nuevo, para disculpar su atrevimiento, si dijera la verdad tendría que confesar que espera hasta el último instante para desayunar un cigarrillo, el primer día, tumbado sobre su cama, amargo y triste como se siente, cuando se percata que otro día la vida comienza, que la farsa continua, que la muerte no asistió a su cita.
Debió pasar por el departamento  de tesorería, firmar una autorización para descontar de su liquidación los adelantos hechos de un puto sueldo que nunca alcanza, de nuevo firme aquí y este también, pero bueno al fin de cuentas quien paga lo que debe sabe lo que tiene, no tengo ni mierda murmuro.
Entrego los trabajos pendientes, el inventario de su puesto de trabajo, como sanguijuelas los funcionarios le exigían reponer cosas que ya estaban desechas por el uso, no alego en absoluto, solo quería macharme de aquel lugar, hubiese querido gritar, maldecir, golpear a más de uno, pero Salió en silencio, como siempre vive, aparentando no estar allí, deseando no estar allí, le quedaban catorce días, que haría en catorce días, y con lo que le quedaba no podía hacer demasiado así que fue al centro compro algunos libros, arroz, cigarrillos y panela, no le fue mal, pudo comprar algunas películas, se confino en su habitación, a fumar , a ver películas, a leer algunos libros, dormía o imaginaba que dormía de día, de noche conspiraba con la muerte, los trece días pasaron lento, lento, como la vida misma, el día catorce, intento escribir algunas cartas, pero no le nacía nada, pensaba toda palabra era tan solo una pérdida de tiempo, quien decide marcharse simplemente lo hace, un adiós, guarda la esperanza de un futuro rencuentro.
No tengo nada que dejarle a mis hijos solo mi ausencia podría salvarlos de esa amargura que se me escapa por la mirada e impesta todo a su alrededor, todo lo mío huele a soledad, a tedio, a vacío, a insomnios, su adiós era la ofrenda de amor y lo único que le impulsa a realizar el procedimiento, sería un paro cardiaco, solicito el servicio de bala de oxígeno en la Orta, pum, pum, paro cardiaco, sin remordimientos a terceros, salida por un atajo, sabía que debía matarse, de lo contrario no moriría.
Día quince se levantó temprano, que ironía pudo dormir, y creo que hasta soñó, a la vida le gusta jugar, le gusta reírse en la cara, afortunadamente mientras fumaba su cigarrillo olvido lo que soñaba, camino hacia la clínica, ingreso como estaba prescrito una hora antes, sin haber ingerido líquidos ni alimentos pesados, que para su capital habría sido una empanada de pollo, con mucho aji, con mucha salsa blanca con pedazos de cilantro, siga señor Antonio, noto la limpieza y lo reluciente que estaba el lugar, le introdujeron en una sala, donde pudo observar a la anciana morada, esta vez era el quien la miraba con deseos de hablar pero ella tan solo terminaba de tejer unos patines para bebe, color amarillo, les dieron un analgésico y les pusieron esas batas color azul claro, que tapan el frente y dejan el culo frio y descubierto.
Llego una bella mujer, con cabellos de ébano, mirada fría pero intensamente confortable, siga por acá por favor, le indica con su mano una sala con algunas lámparas e instrumentos quirúrgicos, le aplicaron un gel, en el pecho y los tobillos, pusieron unas chupas en su cuerpo, llego el doctor regordete con lupas en los ojos, sentirá un chuzón fuerte, luego una contracción en el pecho y nada más, luego le tomaremos los signos vitales, de no ser fructífero el procedimiento, deberemos esperar un mes como mínimo para volver a intentarlo, recuerde no tiene ningún costo adicional.

La joven de ojos fríos y llenos de vida, poso su mirada sobre las de Antonio, entro a través de sus pupilas, enfriando cada parte de aquel cuerpo, la aguja se posó en su cuello e insuflo su halito por aquellas tibias velas, el aire recorrió sus arterias, paso volando por algunos órganos, sentía que la mujer lo besaba, con tanto amor, tanta fuerza, tanta bondad y lujuria, el procedimiento fue todo un éxito, murmuro el doctor mientras terminaba de llenar unos formatos.

domingo, 16 de junio de 2013

se estalla kengi

TROGLODITA
Lo recuerdo muy bien señor Juez, fue la tarde del 1 de abril de 1996, vivíamos en una vereda cerca a la Calera, Treinta y seis, si así se llama la vereda, allí estuvimos tres años con mi esposa Ana. Las imágenes de aquel día nunca se borraran de mi mente, esa tarde noche la lluvia caía como hilos delgados que se bifurcaban sobre la densa maleza, y justo en medio de los matorrales asimétricos de verdes profundos lo vimos por primera vez, sus pupilas estaban dilatadas y nos observaba con gran recelo, lo contemplamos durante varios minutos sin pronunciar palabra, hasta que no sé de donde mi esposa saco valor para acercársele, de tal manera que de un momento a otro vi como se abrazaban mutuamente, ella acariciaba su mojado pelaje, y este se aferraba a su cuello, mientras que me observaba entre curioso e irónico.
Al cruzar el camino enlodado llegamos a nuestra casa, mi esposa preparó bebidas calientes y le ofreció a nuestro nuevo y peculiar huésped, yo no podía quitar mi mirada de ese asqueroso animal, Ana me dijo con un tono burlesco que no lo mirara así que era inofensivo, pero para mí, el tener un chimpancé en la casa era algo que no me agradaba, y así se lo hice saber Ana, que lo mejor era entregarlo al otro día a la sociedad protectora de animales, ella con una risa despaciosa me dio a entender que sí.
Al día siguiente al llegar de trabajar me encontré con la sorpresa de ver la cara exótica del animal, que ahora me obligaban a llamar Boris, andaba por la casa como si fuese nuestra mascota de hace muchos años, le juro señor juez que ese día me sentía abstraído, sin derrotero. Por momentos los ímpetus de cólera me adormecían los nervios, quería gritar, luchar a golpes con los inmensos arboles que rodeaban la casa…. y súbitamente todo se me rompía adentro, todo me gritaba a los oídos mi imperiosa inutilidad.
Así fueron pasando los días, el animal había tomado un lugar muy importante en el corazón de Ana. Por la noche cuando llegaba de trabajar y veía como Ana le daba la comida como si fuese un niño, mis pensamientos oscilaban entre levantarme y darle una patada en la cabeza o arrojarle a la cara el contenido de mi pocillo de café, pero recapacitándolo me decía que de promoverse un altercado allí, el que llevaría todas las de perder era yo, y cuando me disponía a marcharme contra mi voluntad porque aquel demonio peludo me llenaba de ira, él, obsequiándome con la más graciosa sonrisa de su repertorio que dejaba al descubierto su amarilla dentadura, me seguía con su enferma mirada, hasta hacerme encerrar en la alcoba. Todas las noches me encontraba en medio de situaciones que me dan pena mencionarlas en este sitio, pero eran cosas salidas de los cabellos, aunque para Ana todo era normal, y justificaba mis repudios diciendo que eran celos, ¡celos de un animal!, lo creería usted señor juez, de un animal, al pasar unos meses mi vida se había vuelto insoportable, había caído en el fondo de una angustia que se iba solidificando en conformidad. Por otra parte, si hubiera que justificar mis pensamientos de odio, esa justificación debería llamarse Sufrimiento. Soy un hombre que ha padecido mucho. No negaré que dichos martirios han encontrado su umbral en mi desproporcionada sensibilidad, tan agudizada que cuando me encontraba frente a situaciones donde se requiere carácter, donde se debe ser el macho alfa, donde se debe demostrar de que madera están hecho los hombres, siempre me acobardaba y he dejado que pasen no solo una sino tantísimas veces por encima de mi dignidad, pisoteando mis opiniones, haciéndome siempre a un lado y dejando que el destino hago su cometido conmigo. Y con Boris no fue distinto, termine cediéndole un espacio muy importante en mi casa, todo por no desobedecer a mi esposa, y evitar así enfrentamientos que al final terminaría yo pidiendo perdón, sintiéndome mal y creyéndome una mala persona. Siempre dudé que Ana me quisiera con el mismo ímpetu que a mí me hacía pensar en ella durante todo el día, como en una imagen sobrenatural. Por momentos la sentía edificada en mi existencia semejante a una inmensa roca en el medio de un río. Y esta impresión de ser la corriente dividida en dos subcorrientes cada día más pequeñas por el crecimiento de la roca, era el sentimiento de enamoramiento y anulación que Ana despertaba en mí. ¿Comprenden ustedes? Al final terminamos amando la inmensa roca que corta el flujo de nuestras vidas, y la divide en dos existencias. Naturalmente, ella desde el primer día que nos casamos, me hizo sentir con su frialdad sonriente el peso de su soberanía. Sin poder concretar en qué consistía el dominio que ejercía sobre mí, éste se traducía como la fuerza de un Newton sobre mi personalidad. Frente a ella me sentía imbécil, inferior sin poder descubrir en qué residía ambas cosas.
Volviendo a mi actual situación diré que si hay algo que me reprocho, es haber dejado que ese animal pisara mi casa. Hasta aquí creo que si yo no hubiese buscado en internet acerca de la crianza de los chimpancés, aun estaríamos viviendo con la bestia peluda, tuvieron que pasar siete meses desde que Boris estaba con nosotros, para que yo me enterara por cosas del destino que este maldito animal había asesinado a su antigua dueña de manera brutal, dejándole el rostro desfigurado e irreconocible, ya que las fotos que aparecían en la pagina donde vi la noticia eran bastantes claras, a medida que leía temblaba de frío en la oscuridad. El agua se estrellaba rabiosamente contra el tejado. Involuntariamente me titilaban los miembros, y por mi espíritu resbalaba una manta helada que acobijaba mis pensamientos, el semblante de imploración de la señora dueña de Boris, me rodeaba la mente, inmóvil, frente a la pantalla del computador, escuchaba las suplicas que está increpaba ante el animal enfurecido. En el silencio de esa noche, que el miedo hacía cómplice de la justicia inquisidora, resonó el silbido de las lechuzas, y un chimbilá volando cruzó por la ventana. Sonido que me hizo brincar del susto, y de manera inmediata llame a Ana para mostrarle la noticia.
Cuando Ana terminó de leer me miró de manera triste, sabía que estábamos en peligro, creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje árido, su existencia se desboronaba frente a mí, entonces me acerque y temblorosos nos estrechábamos uno contra otro, mientras que Boris desde la puerta nos observaba, yo se que ustedes no me lo van a creer pero el maldito animal parecía entender que lo habíamos descubierto, porque de un momento a otro emprendió la huida; con mi esposa lo buscamos por toda la casa e incluso salimos al patio en medio de un fuerte ventarrón que doblaba violentamente la copa de los árboles, pero fue inútil porque no lo encontramos por ningún lado. Al día siguiente le dije al compadre Guillermo que me vendiera un rifle, pues sabía que Boris tarde que temprano regresaría, el compadre me lo dio a buen precio, eso sí, primero escucho mi historia y no paro de reír a mandíbula abierta, no me creyó nada de lo narrado. Al volver a casa, me encontré a Ana llorando, inmóvil, la mejilla posando en la palma de la mano y el brazo desnudo apoyado en la mesa, fijos los ojos en la sala la cual estaba totalmente destruida, al parecer Boris aprovecho que no estábamos e ingreso a la casa destruyendo cuanto mueble había, yo estaba triste. Enormemente triste, como no se lo imaginan ustedes. Comprendía que tenía que ser el hombre de la casa, papel que me atormentaba pensar; comprendía que ese acto me comprometía con Ana y era necesario tomar cartas en el asunto. Al llegar la noche, no acostamos con un temor infinito que se filtraba por nuestra respiración y no obligaba suspirar de manera exagerada, la desesperación me agrandaba las venas, y sentía entre mis huesos y mi carne el aumento de un impulso antes desconocido a mis sensaciones. Así permanecí horas exasperado, en una abstracción dolorosa esperando que llegara un nuevo día.
Durante la siguientes semanas no pudimos dormir tranquilamente, algún ruido que escuchásemos nos llevaba a pensar en el endemoniado animal, solo hasta que aquella noche escuchamos los gritos infernales de Boris en la sala, al bajar con cautela y apuntando con el rifle por fin lo vimos sentado en la sala, Ana retrocedió a medida que yo me acercaba a él, y en ese momento, ¿saben ustedes lo que se le ocurre al maldito Primate? Pues: mostrar su asquerosa dentadura y doblar su labio, como si me estuviese pidiendo un beso, luego los ojos del chimpancé se llenaron de una claridad sombría, entonces moví lentamente el dedo apretando el gatillo, y de repente Pum…. salió el disparo, pero la bala pego en el piso y luego reboto dejando un agujero en el techo, entonces Boris de un salto salió por la ventana en cuestión de segundos. Para mi defensa debo aclarar que nunca antes había disparado un arma por tal motivo tenía una mala puntería. Ese fue la última vez que vi a Boris. Yo me inclino a creer que el asunto hubiese terminado ahí, pero lamentablemente no fue así.
El 15 de Noviembre de 1996, en horas de la noche encontré el cadáver de mi esposa con un disparo de rifle en la cabeza, se ha echado sobre mí la policía, los jueces y los periódicos. Y ésta es la hora en que aún me pregunto (considerando los rigores de la justicia) si alguien podrá creer que un chimpancé disparó un rifle y que atino justo en la cabeza de Ana

martes, 11 de junio de 2013

Una noche sin sueños

Una noche más sin sueños, de esas que pasan al compás de canto lúgubre de un reloj que nunca marca la hora, pero no deja de hacer ruido llenando de ecos absurdos las paredes vestidas de sombras, tic, tic, tic, calor en los pies, calor en la espalda, tic, tic, tic, una vuelta, dos vueltas, almohada que talla, una vuelta dos vueltas, tic, tic, tic, me doy por vencido, me levanto, busco agua y un cigarrillo, para torturarme observo el reloj, mierda no sirve está parado en las 6 30am, los sonidos de la noche llegan como visitantes inesperados un celador en su cicla, y su pito, todo está bien se supone, algunos borrachos buscando arrullo, una alarma descarada, tic, tic, tic, enciendo mi cigarrillo, a esa hora me duelen los pulmones, me duele la cabeza, me duele el alma, tic, tic, tic, orino, sin fuerza, por costumbre, camino de un lado a otro como un espanto, tic, tic, tic, la noche no pasa, los segundos se pegan en ese tedio maldito que pulula por mis ideas, tic, tic, tic, enciendo mi computador, todos duermen, dejan sus fotos sonrientes, como para decirme, ey juan, usted no duerme, mire mi tarde, mire como la pase con mis amigas, mi familia, mire donde estuve, yo chismoseo su vida como un paracito como una ave de rapiña, me canso, siempre me canso, tic, tic, tic, pienso en mañana, otro día, lúgubre día, cansado, con cara de dolor de cálculos renales, esa mueca siniestra que me pongo en el alba cuando no puedo dormir.
Salgo al frente de mi casa, fumo otro cigarrillo, la noche eriza mis bellos, tos, tos, tos, tic, tic, tic, un maldito perro no ha hecho si no ladrar toda la noche, tic, tic, guao, tic, tos, tos, fumo de nuevo quiero ser humo azul, elevarme por los techos, llegar al cielo, ser bruma, sobre esta ciudad que duerme y ha olvidado soñar, guao, guao, tic, tic, tic, tos, tos, no sé por qué , pero lloro, mis ojos se quiebran en llanto, solo, me repito, llega mi único amigo, me dice, que hace Juan, usted no tiene remedio, yo le hecho el humo en la cara, a él le gusta, que le pasa, no se monte en maricadas, duerma, yo lo tomo entre mis brazos, acaricio su lomo, está herido, que le pasa loco, él me dice, nada, una nena, ya sabe, yo lo caliento, tranquilo, mañana se le pasa, él me dice, sí, siempre se me pasa, a mí no me pasa nada, venga me dice, deje esa cara, no, hoy no quiero buscar la noche y sus demonios, tos, tos, tos, ese cigarrillo lo va a matar, acaso cree que no lo sé, le respondo, fumar es tomar un atajo hacia la muerte, el sueño eterno.
Ya se puso filósofo, Juan, por eso usted no duerme. Deje de pensar maricadas y venga, listo, le dije, y caminamos, lento por toda la mitad de la calle, como dos sombras sin penumbra, a la larga y ancha de la oscuridad que es nuestra existencia, suba por aquí, me dijo yo ágilmente trepe, caminamos por los tejados, me mostro un patio, mire, un anciano, veía un programa de televisión, hablaban de vacas y marranos, su mirada estaba perdida entre la televisión y los recuerdos, no tenía piyama, vestía muy elegantemente, tenía colonia, mi amigo me dijo, el espera la muerte, cuando su mujer murió él se quedó dormido, prometió que nunca más lo sorprendería la muerte, dormido, que cuando viniera por el estaría despierto, para gritarle, muerte puta, porque llego tarde.
Paso la policía, el que maneja, zigzagueaba, la noche el de atrás pegado a su celular, seguimos caminado, vimos una rata enorme, gris como esta ciudad, Pere, me dijo no haga ruido, y se lanzó sobre ella, me dio un pedazo, solo muérdala, no se la pase, sabe a mierda, las ratas son para quitar la sed de muerte, bebí su sangre, cálida y dulce, saltamos a otro tejado, otras casas, otros mundos, algunos dormían, el sueño apacible los arrullaba, amigo le dije, y esa casa, quien vive allí, era una fachada cubierta de matas, de esas enredaderas, pero enmarañadas como un trapero, hay vive una amiga, venga se la presento, subimos por un muro, las enredaderas tienden a caerse me advirtió, y allí estaba, un espejismo, un ángel, una ilusión de todas mis locuras, dormía, cálida, placentera, con un beso en sus labios, y las noches en sus cabellos, dormía a punto de caerse de la cama, pálida como la luna, que sueños, la acompañan, me dijo mi amigo, ella a veces  llora, parce, dormida se le escapan lágrimas, cuando no duerme, me regala cigarrillo, quiero acercarme le dije, usted vera, loco, pero amárrese duro, no querrá perderse, en esos ojos, en esas noches.

Me acerque sigiloso, la contemple, aun entre sombras ella iluminaba la noche oscura, su pecho parecía un bandolón, componiendo tristes canciones de calle, dulces canciones de calle, historias de amantes, separados por océanos más grandes que los existentes, loco, me quiero quedar acá, no marica, me dijo mi amigo, vámonos, tenía razón, se imagina le decía después, que usted se levantara y encontrara a alguien tendido a su lado, alguien que no ha visto nunca, sin resaca claro está, Pere, me acerque más a ella, bese sus labios, me llamo Juan le dije, espero verla en una noche sin sueños, le deje un cigarrillo en las manos, la olí, me embriague con ese aroma, como a ciudad, como a moras, como a un arroyo, como a un rayito de sol, como a luna llena, como a caballero de la noche, como a cerveza y tequila donde doña Ceci, vámonos, dijo mi amigo, y partimos, no quise hablar más, me sentía confundido, tristemente feliz, o felizmente triste, me entiende, si loco yo lo entiendo me decía, mi amigo, me dejo a la puerta de mi casa, tiene un cigarrillo le pregunte, no, y no debería fumar tanto. 

domingo, 9 de junio de 2013

Giovanni mefisto

Era un viernes si mal no recuerdo; como en el año 1998, estaba de alcalde el gomelito del Peñaloza, en fin, fue el día en que nos desalojaron de lo que para nosotros los ñeros era nuestro hogar, me refiero a la calle del cartucho, quisque la calle más peligrosa de Bogotá y quisque de Latinoamerica ah? Qué tal esta, pero que va hay otros sitios más peligrosos donde hasta pululan las ratas, y de cuello blanco. Pero bueno, les sigo contando, el día ese del desalojo yo estaba en mi carro de balineras echándome un maduro o sea un cacho de marihuana mezclado con bazuco, que traba tan aspera parcero la que tenía, cuando, juemadre, empecé a escuchar una algarabía ni la hijueputa, mario mario, empezó a gritar lechuza, los tombos ñero los tombos, pero pailas no nos dieron ni tiempo de correr. Sí estaba un poco paniquiado pero estaba pilotiando la vuelta sí pilla, lo único que escuchaba era un man de un megáfono que decía algo como tranquilisesen que somos de la alcaldía, que los vamos a reubicar, que tal y pascual, en fin, ese día venían unas quisque trabajadoras sociales, y unos pirobos que eran quisque sociólogos o algo así. La algarabía era reaspera, había resto de tombos, yo sí había escuchado que iban a acabar como fuera con el cartucho, incluso, unos días antes, el mismo día que se posesionó el paraco ese del Uribe cayó un rocket que mato como a 16 ñeritos, menos mal yo ese día estaba en cinco huecos o si no hubiera sido un susto muy gonorrea, en despúes nos enteramos que había sido un rocket enviado por la guerrilla al palacio presidencial, pero bueno les sigo contando, en medio del zafarrancho yo lo único que pensé fue en abrirme como fuera de ahí, que reubicación ni que mierda, toco fue coger pal Bronx, eso queda ahí detrás del batallón Ayacucho sí pilla, entonces fue cuando escuché un grito que a lo bien me hizo poner como dicen “la piel de gallina” y qué hice, pues uno de sapo quiere meter las narices en todo, pues me fui pa donde había escuchado el grito que les dije, cuando me acerque había un poco de gente alrededor de una vieja horrible, desgreñada, asquerosa, sucia; imagínese, si yo ando sucio y todo, como estaría esa vieja pa yo decir que estaba asquerosa y sucia, pero bueno le sigo contando, la vieja esta que parecía como sacada de una película de esas del exorcista tenía debajo de unos harapos asquerosísimos un niño o niña, creo que una niña a juzgar por lo que gritaba de manera tan desgarradora, que era algo como -mi hija, no me quiten a mi hija- , y habían junto a ella unos tombos y una trabajadora de la alcaldía, me imagino que una de esas trabajadoras sexuales, digo sociales, que le hablaba de llevar la niña a bienestar familiar temporalmente donde iba a recibir atención médica, alimentación, ecetera, estaban como dije tratando de convencer a la loca esa para entregara la niña que se movía debajo de los harapos. Pero nada, imposible, por más que le decían la vieja seguía ahí sentada, recostada contra la pared y agarraba antes con más fuerza la criatura esa a la cual parecía estar amamantando, si es que le salía algo de leche a la vieja esa. En ese momento me dio la pensadera porque aunque no lo crean yo quería estudiar filosofía en la Nacho, ese era mi sueño, entonces pensaba yo cómo podía una niña vivir en esas condiciones, también pensaba que lo mejor era que un sitio tan miserable y decadente como este se acabara. Pensaba en la desidia y la indiferencia de los gobernantes, en la Yazmín, un peladita de 12 años que le vendía su cuerpo a cualquier ñero por un bazuco, En Chinche, un niño de 9 años que robaba espejos en la caracas con decima, al frente del parque del voto Nacional y que murió hace una semana aquí, encima de sus propios orines, y abrazado a un tarro de pegante. Pensaba en estas y otras cosas cuando un grito aun mayor me sacó de mis filosóficos y existencialistas pensamientos, pues imaginesen la trabajadora social y los tombos habían decidido quitarle la niña a la fuerza a la loca esa, pero no fue fácil les tocó casi como entre cinco tombos, y en ese forcejeo estaban cuando a uno de los tombos se le ocurrió levantar el trapo que cubría a la niña, cuando de repente, y les juro que ya la traba se me había pasado, cuando de repente vi que una rata estaba royendo uno de los senos de esa horrible mujer quien al escuchar los gritos de los que allí se encontraban, soltó un grito aun más aterrador haciendo que la rata saltara y se metiera por una de las alcantarillas que se encontraba a pocos metros de allí.

martes, 28 de mayo de 2013

El Puma

N0 hay mucho que decir de mi, naci en Bogotá, tengo 26 años, me llamo José Luis Rodríguez y me dicen el Puma, vivo o mas bien vivía, arriba en el barrio aguas claras, digo Viví porque le echaron candado a mi pieza, ya eran dos meses, que debía, y bueno, al menos ya no tengo que evitar llegar temprano a mi casa, solo quien ha escondido por mucho tiempo algo, puede hacerse una imagen de cómo me siento, evitar hacer cualquier ruido, sentirse ladrón evitar ir al baño, tampoco era mucho lo que tenia, todo lo que poseo se reduce a una maleta, con un par de tenis, dos pantalones, un saco de los chicago Bulls, y un tarro de Gel, por lo demás, la cama era prestada y la cobija no cubría nada el frio, que baja en la madrugada, para decirle a uno, está solo, usted siempre esta solo
La Pieza era más una choza, yo tenía que meter por los espacios de la madera pedazos de periódicos de los de Carrefour, tenía un afiche del nacional y un calendario de hace como cinco años, nunca tuve nada, entonces no me apena perder nada, bueno si hay algo que me tiene rabón el tarro de gel estaba nuevo.

Doña Otilia es una anciana que tiene cinco hijos, los manes ya no viven en el barrio les dicen los burros y son cosa seria, ella hace el de sahumerio, todos los domingos, la casa se llena de humo con olor a eucalipto y café, uno no puede hacer uso del baño, porque siempre está tapado, y la mierda flota, el agua tampoco sube, entonces uno se baña a totumadas, en el tanque, lo que si tenía propio la viejita, es que le da a uno tinto, rico con agua panela, y me dice, no se baya sin tomar tragos, no camine descalzo, no entre a una pieza que lleve mucho tiempo cerrada, sin dejarla ventearse, cuídese del sereno, no se deje los pies mojados, y muchas cosas que la verdad lo hacen a uno sentirse como tranquilo, como importante para alguien, pero se canso y creo que aguanto más que mi Propia madre, así que todo bien, sin resentimientos.

Trabajo vendiendo hojas de eucalipto y flores, repartiendo publicidad de Carrefour, trabajo en lo que salga, en lo que caiga, no importa, me le mido a todo, yo he robado, jaloneado, he sido taquillero en la hoya que había en el puente, haya uno ve las Lucas allí, conseguí mi saco de los Chicagos Bulls, un Man lo dejo, por una papeleta, es que el vicio es cosa seria, menos mal yo lo he dejado, por temporadas, porque también me he dado garra, lo que pasa, es que a veces uno dice voy a parrar, y es como si cogiera impulso, y me voy con toda, otras veces uno si para enserio, a mi me paso algo muy triste, algo que no me deja estar tranquilo, algo que sembró una tristeza infinita en mi alma, por eso no hecho más pegante.

Sucedió que una noche del año pasado, durante la época del invierno, yo estaba viviendo con una nena, Marisol, se llamaba, ella era propia conmigo, me decía, no Marica, no se de tan duro, bajele al basuko vea como esta de flaco y cochino, y esos dientes todos pichos, ella se preocupaba por mi, trabajaba en un restaurante de abastos y me llegaba siempre con algo de comer, servido con amor, sin envidias, legal, a veces galeabamos juntos, y veíamos cosas hermosas, la luna llena era mágica, parecía una oblea gigante llena de queso,  la noche era cálida, hermosa, misteriosa, no había videos feos, eran fantasías con ese color, cálido de recuerdo como el de las películas de Cantinflas,   pero entonces la chamita de la Mujer se ponía a llorar, y nos aterrizaba, Marisol, temía que le quitaran otro hijito, entonces terminábamos todos paniqueados, rezando juntos que si se nos pasaba rápido íbamos a dejar de meter vicio.

Lo paila y es que en mi vida siempre pasa algo paila,  paila las mañanas, paila los recuerdos, paila mi mama, paila, paila,  por eso me asustan los momentos felices, porque después la vida se da garra conmigo y me da duro, duro, duro, como diciéndome vea pirobo, eso le pasa, por eso no me amaño, no creo, no espero, pero con Marisol era diferente, de verdad era diferente, con decir que ella saco un préstamo y me mando a arreglar toda la dentadura, me veía una chimba, pero esa noche de lluvias, esa noche que no se olvida el barrio ramaajal, Dios  se dio garra, no era suficiente ser pobres, no era suficiente aguantar hambre, no era suficiente no tener, no ser, llovió y llovió, y las putas tejas no aguantaron, y comenzó a llover por dentro, nosotros estábamos muy asustados, ella cargaba a su niñita hermosa, y yo comencé a galear, pa jodernos más la niña tosa y tosa, y la mujer llore que llore, a la niña le dio fiebre, yo le dije pere, que ya va a parar, y las tape con un plástico, pero seguía lloviendo una gorronea, como si el cielo fueran gotas de ángeles suicidas, yo me fui en el video, y escuchaba las gotas como si yo fuera un grano de maíz pira, en una hoya gigante, y entonces estallaba, pero era una chimba de paloma, entonces yo cogía a la niña y a su mama y me las llevaba para un lugar donde no llovía, y hacia calor.

De repente se vino la casa de arriba, la tierra de arriba, el barro, de estos barrios de mierda, barrios de nosotros los pobres, donde siempre están lejos, siempre están llenos los colectivos, se vino encima, la tienda de doña Flor, y los roscones que no podíamos comprar, se vino encima el televisor plasma de la cucha de la droguería, se vino encima los postes de luz, sin luz, se vino encima las ropas tendidas en cuerdas al viento, se vino encima los mercados de familias en acción, se vino encima los recibos sin pagar, se vino encima una imagen del niño Dios, y allí quedo, Marisol y su Hijita, dos flores de esperanza, enterradas entre la mierda de vida que nos toco a nosotros.

Eso salió por el periódico, pero a nadie le importo, lo único que decían era que eso pasa por vivir en lotes ilegales, Yo seguí mi vida, solo, triste, ni los dientes me quedaron, porque hace quince días, los hijueputas tombos me vieron vendiendo pitazos de bazuco y como alcance a botar la papeleta y la pipa, y los deje sanos, los manes me cascaron, me dieron con lo que su sucia humanidad les permite, me dieron, me reventaron, me rompieron los dientes, y yo lloraba, lloraba, ellos reían, yo lloraba esta vida, lloraba por la chamita, lloraba por la mujer, lloraba porque la puta casa no cayó encima mío..

sábado, 18 de mayo de 2013

Popelino


Popelino sabía que los sentimientos sufren de la grave edad y caen como las tetas sin brassier de las abuelas.
Por eso para no hacerlos evidentes y tener que mostrarlos arrugados (si hay algo de mal aspecto es un sentimiento ajado) hablaba y hablaba y tapaba y tapaba… sus emociones.
Aprendió que la algarabía es silencio porque es mucho lo que calla.
Hablar es el afrodisiaco de las beatas con sexo reprimido que en lugar de orar por una pena, clamaban por un pene.
Asi es que Popelino ejercía la verbodictarrea, que es que con sus simplonadas ponía a sus amigos y a sus amigas a mover la cabeza como muñeco de carro y lo ejercía porque sabía que al cambiar el paisaje y llegar a “su hogar” como le decía al lugar donde dormía, el verbalismo fluido otro personaje lo ejercía.

sábado, 11 de mayo de 2013

El Físico, Su Humo, Su Caos, Su Cafe




utarquía


Han pasado varios años desde que Don Anselmo se ha recluido en una alcoba que ocupa apenas una cuarta parte de su enorme casa, ya que las otras tres cuartas partes las tiene totalmente abarrotada de chécheres, dedicó varios años de su vida a la investigación científica, en busca de la tan anhelada gravedad cuántica, pero sus 60 años de consagración no le dejaron más que una jugosa pensión y su perro, que al igual que muchas mascotas después de varios años de compartir con sus dueños terminan por adoptar la figura de estos.
Luego de tomar su primer sorbo de café y rechupar la colilla de su cigarro, limpia su arrugado rostro con un trapo húmedo, prende otro cigarro, y se sienta en su vieja silla mecedora a observar por la ventana, con una mueca misantrópica, con los vértices de la boca caídos, expresión marchita que se descompone para saludar insignificantemente a alguna vecina. Desde allí sus pensamientos se bifurcan en diversos vectores, todos ellos en igual magnitud pero en distintas direcciones, sin duda por carencia de ideas e intereses vitales más importantes. El tiempo pasaba no como esa abstracción matemática que estremece la sesera de todos sus colegas con patentes de sabios, si no como una borrasca efímera que engulle a la humanidad, y que le ha dejado en su rostro oblicuo un sin número de arrugas, poco cabello teñido de blanco leche, y una serie de movimientos involuntarios en sus manos, las cuales mantenía sumergidas en su bata gris de cuadros, mientras que su frente se le abultaba sobre el ceño, en arduo trabajo de reflexión.
Ese día vio como llegaron tres obreros los cuales lentamente fueron armando un andamio, el objetivo era arreglar la fachada de la casa de al frente, Don Anselmo los examinaba en silencio, aun sumergido en profundas meditaciones, se decía así mismo
-los hombres creen ciegamente en la ciencia, quien garantiza que aquella estructura de hierro, va a soportar sus robustos cuerpos, el hombre se olvida del cuerpo cuando su espíritu vive vehementemente; cuando su sensibilidad, remando forzosamente, hace que vea que todo es una rutina que se repite a lo largo de sus miserables vidas. ¿Si hubiese descifrado los secretos de la maldita gravedad cuántica, no sería una minucia más feliz de lo que soy ahora? No, estaría igual padeciendo las mismas enfermedades, sentado en esta misma silla esperando pronto la muerte. El destino es único y despiadado”.-
Su discernimiento le sirve únicamente para entender que las energías de su cuerpo se extinguieron hasta aplastarlo, reduciéndolo a un punto de nostalgia, en la funeraria soledad del cuarto. Hasta le parece haber salido fuera de sí mismo, ser el espía invisible que escudriña la angustia de aquellos hombres que trabajan derrotados, con los ojos perdidos en una fachada deteriorada, y sostenidos por una viga de acero suspendida entre cielo y tierra.
Cuando dos de los tres hombres laboraban a cinco metros del suelo su tercer compañero movió el andamio. El viejo atisbo como el oxidado polígono oscilaba y cada vez se cargaba más a los cables de alta tensión, una carcajada se dibujo en su cara, sabía muy bien la tragedia que estaba a punto de ocurrir, pero no quiso hacer nada para evitarlo, simplemente vive simultáneamente dos existencias: una, fantasmagórica, que se ha detenido a mirar con regocijo a los hombres abrazados por la desgracia, y después otra, la de sí mismo, en la que se siente un buzo explorador, que se encuentra sumergido en las profundidades de su alma y con las manos extendidas va palpando temblorosamente sus horribles sentimientos.
Luego de mover la estructura de hierro y que esta sufriera una pequeña deformación, el obrero le puso una piedra a una de las ruedas para trancarla y siguió en sus labores, de un momento a otro la piedra cedió y la estructura se corrió y rozó las cuerdas de alta tensión.
Un violento sonido invadió las calles, cilindros alargados de luz se esparcen por la habitación iluminando el empolvado rostro del anciano, una energía despiadada se abalanza sobre su cuerpo, recorriendo los canales de sus venas, llevando una alegría infinita, que lo hace brincar de dicha, para luego arrojar contra sus ojos visiones de un pasado extinto, donde realizaba minuciosos cálculos de electrodinámica. Finalmente cansado de tan esplendoroso espectáculo, lentamente sobre el asiento se arquea, se acurruca, quiere achicarse, y como los grandes felinos da un gran salto a su presa espectral, cae sobre la alfombra y despierta en cuclillas, sorprendido. Todo sucedió muy rápido, tanto así que quedó con una desazón sombría en su corazón, por la corta duración del suceso. Al ver nuevamente por la ventana, observó que en medio de la calle estaban tirados los dos cuerpos calcinados. Sacude la cabeza, semejante a un hombre que tuviera las sienes colmadas de avispas. Es tan terrible todo lo que adivina, que abre la boca para sorber un gran trago de aire. Se sienta otra vez en la mecedora, ha dejado de ser él. Dirige su mirada diagonal hacia el rostro avejentado de su perro y a la vez este lo mira con sus parpados caídos y lagañosos. El pasado se le hunde en su osamenta como una barra de hierro ardiente, una imagen rectangular toca con su filo perpendicular el borde de su imaginación. Recuerda perfectamente el postulado que alguna vez propuso:
“Con cierta densidad de carga eléctrica bajo la acción de una fuerza de Lorentz, es factible encontrar el rejuvenecimiento de las células de Langerhans”
Don Anselmo creyó, durante algunos años en la juventud eterna, y con la trágica escena que había presenciado, esta vieja idea redunda de su espíritu para su pecho. Afuera en la calle, las autoridades ya se habían hecho presente, recogiendo los cuerpos crujientes de los obreros entre un tumulto de transeúntes y fisgones, Don Anselmo ha palidecido como si de su corazón emergiera algún tipo de culpa lechosa que le pinta la cara, con el cigarrillo humeando entre los labios y las manos en los bolsillos observa con detenimiento toda la escena. Sobre su cabeza gira un piñón de acero. Son sus ideas. Adentro de su cabeza un piñón de menor diámetro rueda también. Son sus sensaciones. Sensaciones e ideas giran en sentido contrario. Cuando el engranaje de alucinaciones se detiene logra visualizar el montaje experimental de su postulado, es fácil se repite, los instrumentos están en el sotano.
La noche llego más oscura que de costumbre, Don Anselmo luego de haber visto el levantamiento de los cadáveres, aplana su cuerpo sobre la cama, el cansancio se postra sobre su humanidad obligándolo a permanecer inmóvil, su cara queda rígida con la mirada puesta sobre el techo. La cama está tan gastada que aun sin movimiento alguno rechina el elástico. Entrecierra lentamente los párpados, mientras que sus pensamientos caen a un mundo plagado de números, ecuaciones, formulas, cargas eléctricas, todo girando entorno de su cabeza. Una fuerza invisible lo mece, hasta el punto de marearlo, su estomago le resuena con el crujir de sus tripas, lentamente cae en un abismo profundo, dejando que su extremidades se disuelvan, así logra pasar la noche.
Un rayo paralelo se filtra por la persiana, bañándole la cara. Levanta su mezquino cuerpo, sirve café, toma un sorbo, prende un cigarrillo, y se sienta en su vieja silla mecedora a observar por la ventana. Desde allí divisa con ansias los cables de alta tensión los cuales aún siguen pegados al andamio, permanece inmóvil durante toda la mañana, al ver que sus rodillas le duelen intensamente, decide bajar lentamente por una escalera en forma de caracol, hasta llegar al sótano, el cual estaba repleto de implementos de electricidad y magnetismo, busca de manera parsimoniosa un par de cables, y unos cuantos imanes pegados a la fuerza por los polos iguales.
Don Anselmo sale de su casa, extiende varios metros de cables por la calle hasta alcanzar el andamio, conecta con precaución las puntas peladas que muestran el cobre. Luego toma los imanes y los coloca en sus bolsillos, finalmente cierra el circuito con su boca, apretando con sus dientes los cables, y sintiendo como su piel se rejuvenecía, galopa en pleno recuerdo. Los ojos del anciano se han dilatado. Un frío glacial sube hasta su cuello. Una dulzura infinitesimal lo adormece sobre el asfalto que muy bien conocía. Sonríe incoherentemente, y se ve a sí mismo joven, y con grandes ideas para desenmascarar la gravedad cuántica.