domingo, 7 de junio de 2020

EL ÚLTIMO PIELROJA

 

El último cigarro de la cajetilla había sido fumado y Daimon -asomado por la pequeña fisura que tenía por ventana-, esperaba aburrido que pasara la lluvia para salir a conseguir más “vicio”. 

 

- “Qué putas hago aquí acurrucado en un cojín” -, gruñó mientras aprovechaba que se había enderezado, para rascarse la roncha que tenía en el culo a causa de un maldito zancudo que se atrevió a atacarlo en tan privada zona.  Bueno, “privada” propiamente no era, pues desde que usaba los pantalones escurridos, Daimon exhibía alegremente su trasero y eso sin contar las ocasiones en que ebrio, sin pudor, se quitaba la ropa delante de sus amigos, dizque como “acto de rebeldía ante un mundo que nos esclaviza con costosos e innecesarios harapos”.

 

Sacó su mano de entre los calzoncillos, revisando que en sus uñas no hubiera sangre, con la constatación de que ya era hora de cortarlas nuevamente, pues fácilmente se acumulaba mugre en ellas. 

- “Uña y mugre” -musitó-, “ese hijueputa del Martín viene a dárselas de mucho porque anda ahora de mozo del Jorge: machucos es lo que son ese par de galletas”.

 

La tarde avanzaba y afuera parecía que la lluvia no fuera a parar en todo el día.

- “Una botella de guaro es lo que debería comprarme, pero pa’ jartármela sólo, ni puel’hijueputas.  Si por lo menos Martín arrimara por aquí, ¡la rasca que nos pegábamos!” -.  Por un momento sintió el fuerte deseo de llamar a su amigo de toda la vida, pero al pensar que llegaría con Jorge, ese “niño bien” de los barrios del centro, se mordió las uñas como conteniendo una cagada y pocos segundos después, mientras escupía exclamó: “¡Marica, este dedo sabe a mierda!”.  Se olió la mano y estalló en una carcajada, creyendo que con ella espantaría la lluvia y podría salir a comprar los cigarros que tanto estaba añorando.  Y como víctima de un arranque de locura, corrió de nuevo al teléfono, marcó el número de Martín y espero impaciente, mordiéndose de nuevo las uñas, a que contestaran.

 

- “Quihubo chino, páseme a su hermano...  Hola viejo, ¿que-está-haciendo?... ah... no... es que... pensé que... no, sabe qué... pailas, hablamos otro día... no, no, no, fresco... sí, seguro... nos vemos”.  Colgó el teléfono, y una vez más con las uñas entre los dientes, pero esta vez para escarbárselos y retirar los restos del chorizo con que había almorzado, chorizo “no-me-olvides”, de los que vende doña Susana en el parqueadero de la Séptima con Cuarta, muy cerquita de la casa de Jorge; pensó - “no me queda sino una... llamo a la Milena, le digo que estoy enfermo y le pido que traiga aguardiente, cigarrillos y limones, pa’hacer un remedio y si me dice que me va a traer acetaminofen, le digo que ya tengo muchos, pues eso es lo que le dan a mi abuelito pa’ tratarle la osteoporosis y a mi abuelita pa’ curarle el cáncer; nos pegamos una bien buena y le hago la vuelta, que yo sé que esa vieja me tiene las reganas”. 

 

Armado el plan, hizo la llamada y quince minutos después tenía junto a la puerta, no a Milena, sino a Jorge, empapado, emputado, con un litro de Néctar rojo, una cajetilla de Pielroja y media docena de limones.  “Jueputa gorzovia siempre me la hace” -pensó-, “pero ¿por qué vino este man?”. 

 

- “Entre loco y le presto una toalla. ¿Por qué no vino Milena?”

- “Está con un amigo terminando un trabajo de la universidad. Yo acababa de salir de la casa de Martín y nos encontramos, entonces me dijo que le hiciera el favor y, pues, aquí estoy.  Sólo espero que no me demore, porque tengo que hacer una vuelta”. -el rostro de emputado ya se le había borrado y por el contrario con su expresión parecía insinuar lo contrario a lo que decía-. “Daimon, ¿verdá ese guaro es pa’ un remedio?, ofrézcame una copita pa’ quitarme el frío” -y no había terminado de hablar cuando ya se había retirado la chaqueta, había abierto la caja y estaba buscando una copa.

- “Hágale, fresco” -parloteó Daimon con una mirada entre desagrado e ironía, a la vez que le extendía el brazo con una toalla algo sucia que encontró en el baño.

- “Este apartamento sí que es oscuro, ¿no?” -dijo Jorge en voz alta, sentándose en uno de los cojines que había en el suelo, que de día servían como muebles y de noche como almohadas.

 

El lugar habitado por Daimon estaba a una 20 cuadras del Centro, donde comienza el sur de la ciudad, pagaba poco por él, pero era uno de esos lugares que asemejan más un refugio de guerra que una digna posada: tenía una sola habitación alargada, escasamente iluminada de modo natural por una abertura en la pared que daba hacia el patio de otra casa; estaba equipado con un baño de 1x1,50 metros, cuya ducha dejaba caer el agua casi encima del inodoro y por eso Daimon tenía que bañarse sentado; cerca a la puerta de acceso, el recinto tenía un mesón de concreto y ladrillo con lavaplatos, sobre el que reposaban un plato plástico sucio, algunos frascos de vidrio y una estufa eléctrica de un solo ”fogón”.  Bajo el mesón había varias cajas con utensilios de cocina y otros cachivaches.  Todo el lugar olía a una mezcla de tabaco, sudor, pedos y humedad y dado que sólo contaba con un bombillo de baja intensidad como fuente de iluminación artificial, el aspecto no dejaba de ser sombrío: un calabozo de tortura resultaba más agradable que este “moridero” en el que había venido a parar Daimon, después de pelearse con sus padres, abandonar la universidad y terminar trabajando por horas como ayudante de panadería en un local del Centro.  Lo único que parecía conectar a Daimon con el mundo civilizado era su biblioteca personal que estaba establecida sobre un cajón de madera junto a la cama y sólo contaba con dos obras: “Opio en las nubes” y “Lolita”, ambas con las hojas amarillas, manchadas de café y leídas tantas veces que parecían tener siglos de uso.

 

- “Venga, siéntese a mi lado y nos tomamos ‘el remedio’, porque el aguacero va para largo y yo no me quiero ir a mojar otra vez ahora que cogí calorcito”, -y terminando la frase, Jorge, extendió un vaso plástico con aguardiente al “dueño de casa”.  Daimon encendió un cigarro, aspiró fuertemente y tras expulsar el primer humo recibió el vaso y bebió el aguardiente con una expresión que parecía un gemido de dolor silencioso, “¡arrrggrgrrrrrrssss, triplehijueputa guaro pa’ saber tan bueno!”.  Ambos rieron y la lluvia, afuera, rió también con ellos.

 

La noche cayó de repente, sin que Daimon y Jorge lo notaran.  Y después de un par de horas de escasa conversación, pero infinidad de risas ocasionadas por el generoso humor de Jorge, ambos comenzaron a sentir el peso del sueño y el frío de la tarde lluviosa.  Caminaron hacia la cama y en un acto de despojo y rebeldía, Daimon gritó a la vez que se reía imparable: “no me voy a dejar joder por un mundo que nos esclaviza con costosos e innecesarios harapos” y dicho esto se quitó toda la ropa.  Jorge comenzó a retorcerse de risa y fue tanto el esfuerzo que hizo, que tuvo una fuga masiva de mierda, vómito y mocos; debió retirarse también la ropa y tras un duchazo se arrojó folclórico y somnoliento sobre Daimon, quien hacía ya varios minutos que dormía.

 

A las cinco de la mañana, cuando algo de luz del patio se filtraba por la “fisura”, se podía apreciar un magno desorden en la habitación: la caja vacía de aguardiente estaba en un rincón aplastada, en el piso se veían restos de comida (arvejas casi enteras, pedazos de zanahoria, líquido amarillento y restos de chorizo como moticas rosadas); “Opio en las nubes” fue a parar junto al baño y “Lolita” terminó debajo de la cama, donde también había polvo, colillas, motas, unas chancletas y pedazos de papel higiénico usado.  El único cigarro que restaba de la cajetilla yacía retorcido bajo uno de los cojines, que esta vez servían de almohadas.

 

Daimon abrió los ojos y notó la extraña figura que su cuerpo había creado junto con el de Jorge, escarbó encontrando el cigarro y el encendedor y, tratando de no despertar a su compañero, fumó buscando borrar el sabor que tenía en su boca, pensando en los limones que en algún lugar habían quedado y en el trabajo de la panadería que perdería por estar aún acostado.

 

Minutos después, el último cigarro de la cajetilla había sido fumado y Daimon -asomado por la pequeña fisura que tenía por ventana-, esperaba aburrido que pasara la lluvia para salir a conseguir más “vicio”. 

 

- “Qué putas hago aquí acurrucado delante de Jorge” -, suspiró mientras aprovechaba que estaba desnudo, para rascarse la roncha que tenía en el culo a causa de un maldito zancudo que se atrevió a atacarlo en tan privada zona, a sólo unos centímetros del lugar donde su nuevo amigo había logrado penetrar hacía unas horas.  Bueno, “privada” propiamente no era, pues desde que usaba los pantalones escurridos, Daimon exhibía alegremente su trasero y eso sin contar las ocasiones en que ebrio, sin pudor, se quitaba la ropa delante de sus amigos, dizque como “acto de rebeldía ante un mundo que nos esclaviza con costosos e innecesarios harapos”.

 

Por un momento sintió el fuerte deseo de llamar a su amigo de toda la vida, pero al pensar que llegaría y lo vería con Jorge, ese “niño bien” de los barrios del centro, se mordió las uñas como conteniendo una cagada y pocos segundos después, mientras escupía exclamó: “¡Marica, este dedo sabe a mierda!”.  Se olió la mano y estalló en una carcajada, creyendo que con ella espantaría la lluvia y podría salir a comprar los cigarros que -a esta hora de la mañana-, tanto estaba añorando. 

 

lunes, 23 de abril de 2018

OBITUARIANDO por Nelson Fernando Celis Ángel

Quizá para este día ya haya muerto,
celebro la vida, con un vinotinto, la vida celebro...
Un año más no hace la sutil diferencia
cuando se está muriendo, cuando se aleja lo bello.

Quizá para este día ya haya muerto,
dejo en mis palabras un lacónico testamento:
todo lo que tuve fue sólo el verbo
y hoy lo libero a quien quiera poseerlo.

Quizá para este día ya haya muerto,

pero habré hecho de la vida inútil mi proclama,
de los sueños perdidos un ejemplo,
de la incertidumbre mi consuelo.

Aunque poco importará, pues 

quizá para este día ya haya muerto.

lunes, 20 de enero de 2014

GALILEO

Por: Luis Giovanni Quiceno 


Acostumbraban, todos los domingos a jugar banquitas en Molinos segundo sector al sur de Bogotá, eran parceros desde niños. Sí, amigos, amigos de esos que intercambian todo, desde la ropa hasta las novias. Todos los domingos saliendo de los partidos se tomaban sus polas donde doña Martha, bajando hacia el barrio Tunjuelito donde vivían. Se graduaron juntos, en el mismo año por allá en el 2006, con menciones honorificas, pero en el arte de robar, porque cuando estaban en el colegio robaban lo que se les atravesara, sobretodo los libros y calculadoras pero de las científicas. A uno de ellos, lo conocían en el barrio con el alias de Galileo por su sabida afición al boxer y el otro se llamaba Carlos pero le decían Caliche. Eran amantes, del hip hop, ¡claro!, si hasta incluso, se les oyó un par de veces cantar en buses los clásicos de su ídolos Vico C, gotas de rap y la etnia, aunque la gente decía que cantaban mejor callados. De jóvenes, intentaron trabajar, pero en ninguno de los trabajos a los que se hicieron, duraron más de dos meses, pocas veces por llegar temprano, otras veces por llegar enguayabados y muchas veces por su dedicada afición al hurto. Por ejemplo, si era en una floristería que trabajaban robaban flores, si era en una panadería robaban pan; si era en una droguería, robaban medicamentos; sobre todo los de fórmula controlada como el diazepam, el rohipnol, el tegretol y otras tantas para tratar la epilepsia, las robaban para doparse ellos mismos o para revenderlas. Algún provecho tenían que sacar no importaba el trabajo que fuera ,incluso si era en una funeraria, en cierta ocasión Galileo, quien trabajó cuidando en la funeraria la Paz y quien al no poderse robar un ataúd, se aprovechó entonces del cadáver de una muchacha que dejaron una noche y la cual a pesar de estar muerta no había perdido su hermosura, Galileo, en medio de su traba con rohipnol le dio por practicar sexo con la muerta, no fue sorprendido pero al siguiente día se sospechó de lo que había hecho cuando encontraron en el interior del ataúd unas monedas de 50 pesos, una ficha de maquinitas y un dije del divino niño que le había regalado Caliche, aunque Galileo no era devoto de nada pero sí era aficionado a jugar maquinitas. Un trabajo del cual echaron a Caliche fue cuando trabajó de ayudante en una panadería donde un día al revisarle una maleta que llevaba le encontraron cinco roscones y cuatro mogollas con bocadillo. Galileo era hincha de nacional, usaba ropa ancha y una gorra de su equipo del alma que se cambiaba muy pocas veces, Caliche andaba siempre en sudadera y con camisetas chiviadas y desteñidas de equipos de futbol. Estos eran a grosso modo los dos protagonistas de este cuento, quienes ya cansados de rodar de trabajo en trabajo decidieron independizarse y poner su propio negocio; para probarse le hicieron el primer atraco a una viejita en el parque tercer milenio y luego a una muchacha desprevenida que venía hablando por celular. Siempre cambiaban de sector para no dar mucha boleta, a veces se iban para el parque nacional, otras al centro y de ahí al parque el Tunal. Un día estando en este último parque se les acercó una viejita y una muchacha muy hermosa de falda larga a hablarles dizque del plan de dios para sus vidas, les dieron unos volantes y los invitaron a una reunión especial para jóvenes que tendría lugar al día siguiente. Galileo que era el más dañado y quien no tenía ningún escrúpulo vio la oportunidad de sacar provecho de esto así que convenció a su compañero de asistir a una de estas reuniones. Caliche que era un tipo supersticioso no estuvo de acuerdo al principio y argumentó que quizá dios los podía castigar por eso… Que va ñero ud lo que tiene es culillo a lo bien, le dijo Galileo. Que culillo ni que nada pirobo vamos de una mañana. Al siguiente día llegaron puntuales, los recibieron con amabilidad y los acomodaron en las sillas para los nuevos creyentes. Había música, muchas jóvenes hermosas rebosantes de alegría, danzas y luego empezó la predicación, Mientras Galileo observaba todo, atento siempre a cómo hacer el mal e indiferente a lo que hablaba el pastor, Caliche estaba concentrado en cada una de sus palabras, su corazón se dejó llevar por el convincente y prometedor mensaje de esperanza que llegaba hasta su alma, su espíritu se rindió poco a poco y creyó, creyó que lo que allí se decía era cierto y cambiaría su vida haciéndolo un hombre nuevo y próspero. Ese día su corazón se quebrantó y sus ojos no evitaron soltar algunas lágrimas al recibir a Jesús como su señor y salvador. De vuelta al barrio Galileo no dejaba de reírsele y ponerlo en ridículo. - No ñero que pasó, entonces se le entregó al señor? Jajajajaja Qué haremos con el hombre nuevo, Aleluya hermano jajajaajaja.. pero caliche se sentía diferente y pensaba que realmente su vida cambiaría de verdad. Caliche siguió asistiendo a estas reuniones a pesar del disgusto de su amigo, quien en cambio se había vuelto más agresivo y como dicen “atravesado”, incluso era sospechoso de la muerte y violación de una joven que había aparecido en el río Tunjuelito, pero ya que como no había suficientes pruebas el caso contra él no fue contundente. Caliche trataba de convencerlo de que cambiara, le hablaba del arrepentimiento y del perdón de dios, del camino de salvación, le leía pasajes de la biblia, le daba testimonios de personas que habían recibido supuestos milagros, un día le regaló una Biblia de esas azulitas pequeñas la cual recibió Galileo con entusiasmo, pero para desconocimiento de Caliche, Galileo usaba sus páginas como cuero para liar sus cigarrillos de marihuana. Ñero qué pasa, no ve que allá le están es lavando el cerebro? A lo bien parcero , camine más bien lo invito a donde doña Martha y nos tomamos unas buenas polas. Y Caliche lo acompañaba, le recibía una o dos cervezas pero aprovechaba para hablarle de dios, de su supuesto amor, del fuego del apocalipsis, de la condenación eterna en el infierno, de la bestia, del falso profeta y hasta del anticristo. Se había entonces establecido un trato tácitamente, Galileo se dejaba acompañar de su amigo, no importaba que lo tratara de evangelizar pero con la condición de que tenía que compartir de lo que bebiera y consumiera, y Caliche pensaba que hacía bien, que era un sacrificio que valía la pena hacer por salvar un alma, se creía un mártir de dios y aceptaba fumar, beber y consumir alucinógenos con tal de poder estar cerca a su amigo y poder compartirle el mensaje, la palabra de dios, pues pensaba que esta era poderosa y terminaría venciendo al mal. Pero en este ir y venir, en este absurdo trato con el caos y la hipocresía se fue uniendo la indigencia, la desesperanza, el sin sabor de la vida. Y Galileo no paraba bolas a lo que decía su amigo, lo veía hablar pero no escuchaba ninguna de sus palabras, antes acentuaba más su maldad y exacerbaba su rebeldía; a Caliche su fanatismo mezclado con drogas lo estaba metiendo en una crisis, cada vez dormía menos, soñaba con la bestia, veía el número 666 en todas partes, no cesaba de hablar de los 4 jinetes del apocalipsis, pero de lo que más hablaba era de la segunda venida de Cristo. Decía que faltaba poco, que ya dios estaba reuniendo y añadiendo a los últimos escogidos y que ese día, el día definitivo en que vendría Cristo a llevarse a su iglesia no tardaba en llegar. Había regalado todas su pertenencias, aunque eran muy pocas, solo conservaba la ropa que llevaba puesta pues decía que en el cielo junto a su señor nada material le haría falta. – De que le sirve al hombre ganar el mundo si perdiere su alma – vociferaba en medio de la calle, en las plazas - La gran tribulación se acerca – arrepentíos - Cristo viene, vendrá como ladrón en la noche- las señales se han cumplido- Pobre Caliche, su fanatismo lo perdía cada vez más, decía que estaba preparando el camino del señor, que él era aquel Juan el bautista escogido por dios para llevar la buenas nuevas de salvación- pero aparte de risa, lo único que Caliche despertaba era lástima, temor, asco, los niños pasaban comentando - mira mamá ese loco, está así por leer la biblia verdad? sí hijo sí, contestaban a su vez sus ignorantes madres. Otros niños al escuchar las arengas de Caliche preguntaban ¿mami es verdad lo que dice ese señor? ¿El infierno existe? - No hijo el infierno no existe, contestaban a su vez, no hay más infierno que este mundo en que vivimos - Pero una noche, como a eso de las tres de la mañana, estando con Galileo en una de las ollas del centro de Bogotá, en medio del humo y el estupor causado por el efecto de la drogas, los sorprendió un ruido, un alborozo, un extraño temblor de puertas, vidrios rotos, gritos y amenazas. ¡El señor! ¡ha venido el señor¡ gritó Caliche levantándose con emoción - se los dije- que llegaría como ladrón en la noche- corrió hacia la puerta con los brazos abiertos para recibir a su salvador, a su señor, corrió para aferrarse a su promesa, corrió, corrió con la esperanza de alcanzar la vida eterna y la salvación, cuando en lugar de un abrazo recibió un bolillazo por la cabeza que le hizo correr la sangre tibia por su cara, y así, casi inconsciente, en medio del caos y el terror, susurró unas palabras que no fueron oidas por nadie, ni siquiera por su salvador. ¡dios mío perdónalos porque no saben lo que hacen!

miércoles, 15 de enero de 2014

LA BARBERÍA

Por: Kenyi calderón




85 años han pasado desde que se fundó la Barbería de Don Moratto, infinitas situaciones han ocurrido en ella, un sin número de eventos históricos le han dado el misticismo que se merece aquel lugar que durante su larga existencia nunca ha tenido remodelaciones serias, Tres generaciones han conservado su esencia; Don  Amadeo Moratto de Mosquera quien fundó la Barbería en 1928 y como anécdota cabe resaltar que su  primer cliente fue el poeta y amigo José Félix Fuenmayor, Don Amadeo se hizo cargo de la barbería durante 20 años, donde logró un gran reconocimiento y estatus, ya que allí iban los mal altos magistrados, políticos, y escritores de la época, actualmente en sus viejas y deterioradas paredes se encuentran los retratos del viejo con varios de sus famosos clientes; ya en 1948 su hijo mayor Lorenzo Moratto Garagoa se hizo cargo del negocio, y tuvo el privilegio de hacerle la barba y el corte de cabello al gran Jorge Eliecer Gaitán, Foto que se encuentra en un bellísimo marco de madera marrón oscura con una veta sutil, con los más finos y delicados detalles de carpinteria, marco que le costó 3500 pesos en 1950, detalle que recalcó a sus clientes  durante cuarenta y dos años que estuvo trabajando en la barbería. Hasta 1980 cuando Lorenzo abandonó el negocio para fallecer dos años más tarde,  era la Barberia preferida por la más alta sociedad capitalina, gozaba del más alto prestigio, pero lamentablemente  desde 1980 hasta 2013 fue la hecatombe para el negocio, durante estos años estuvo al frente del negocio Bernardo Moratto Medina hijo de Lorenzo, quien no contó con la suerte de sus antepasados, puesto que el negocio tuvo una rotunda caída hasta el punto de la quiebra al no ser por lo sucedido el 20 de mayo del 2013, suceso que será narrado a continuación…
La mañana había aparecido como lo había hechos durantes millones de años en la tierra, rayitos perpendiculares se filtran sobre la persiana de la ventana que esta justo detras del espejo donde se mira de manera taciturna Bernardo, pasando delicadamente  la navaja  sobre su garganta, súbitamente sintió un espasmo en su alma, detuvo el filo de la navaja, en su vena  yugular, aplicó una presión leve, pero con una furia interna de diez mil demonios, el tiempo dejó de existir para bernardo, los segundos fueron eternos, viajó a lo largo de su miserable vida, vio cómo el negocio que le había sido heredado caía en un profundo abismo de deterioro, vio como sus hijos se habían dejado engullir por la droga, vio la lúgubre figura de su esposa, aquella mujer quien había sido su galatea y quien en menos de un segundo se había convertido en su mayor enemiga, ya que  lo había abandonado por el carnicero de la esquina, esquina de donde todos los días los ve felices disfrutando del lucrativo negocio. Vio como la vida se le había convertido en un peso insoportable que le fustiga dia y noche sus escasas carnes. Respiraba despacio y desesperaba de nunca llegar. ¿A dónde? Ni lo sabía, lo único que sabía es que era un fracasado. Pero la categoría en que se colocaba no le interesaba. Quizá la palabra fracaso no estuviera en conformidad con su estado interior. Existía otra sensación la cual era el misterio triangular aferrado como una punta de acero en la osamenta de su pecho, de tal manera que no le permitía respirar con tranquilidad. Esa mañana sintió la obligación de cambiar la rutina, la costumbre, el tedio infinitesimal que se había convertido en una progresión infernal; la navaja le hizo ver, creer, soñar  que era el momento preciso, el instante exacto, de lograr la eternidad, que el destino por fin le daría su premio.


Al salir del baño, sobre su cama esta lista la ropa que debería usar el lunes, un traje café oscuro roído en los codos, una vieja corbata amarilla, y su sombrero gardeleano que la ha acompañado durante media vida. Bernardo contempló por largo tiempo las vestimenta, sosteniendo la navaja en sus manos, observa con los ojos vidriosos llenos de nostalgia, una sonrisa desfigurada asoma sobre su semblante angustiado. Decide no usar su habituales prendas , decide vestirse con la ropa que su hijo mayor había dejado colgado en las cuerdas del solar.
Sale de su casa, con jean rojo, un saco ancho con un piolín bordado en su pecho, una gorra del independiente Santa Fe, y unos tenis viejos que deslumbran que algun dia fueron blancos.  
Abre las puertas de la Barbería, aun con la navaja en sus manos espera pacientemente a su amigo Gonzalo Gómez, quien cada lunes pasa a cortarse el cabello y afeitarse. Al llegar Gonzalo de manera inmediata se sonríe al ver a Bernardo vestido de aquella forma, pero por características de su temperamento no realiza ninguna pregunta, simplemente saluda y se sienta en la antigua silla, donde se habían sentado varias personalidades de la antigua Bogotá, Bernardo preguntó ansioso que si le hacía la barba, hecho que le causó cierta curiosidad a Gonzalo, pero soslayo aquella incertidumbre contestando que primero le hiciera el corte. Corte que realizó de manera rápida y sin el cuidado que lo caracterizaba. Al colocar la espuma sobre el rostros de su amigo, la manos le temblaban de manera irrisoria, sacó la navaja del bolsillo de  su pantalón, la paso de manera suave sobre las mejillas regordetas, al llegar al cuello un impulso infrahumano, le obligó a enterrarla sobre la yugular, disparando un chorro grueso y extenso de sangre.  Una tristeza inmensa despertaba en él. Ante sus ojos se había clavado cierto antiguo crepúsculo de satisfacción, la puerta de la Barbería estaba abierta, y él, con ojos distraídos, miraba avanzar una raya amarilla de sol que doraba el rostro pálido de Gonzalo.  Varias veces miró hacia la puerta, como si temiera que allí hubiera alguien espiándole. Su corazón latía gigantescos golpes. De la raíz de sus entrañas emanaba un aire vertiginoso, que al salir por la boca le remolcó el alma. Bernardo con movimientos torpes corrió hacia la puerta y le cerró fuertemente, quedó paralizado con la espalda apoyada sobre esta, Una armonía insólita congela la expresión en  su semblante. Bernardo para que no brotara más sangre cubrió inútilmente el cuello de Gonzalo con una toalla. El moribundo respiraba con dificultad. De un vértice de los labios se le desprendía un hilo escarlata. En el suelo un lago rojo adornaba el baldosín azul.
Al salir del local se encuentra frente a la deteriorada avenida séptima, adornada de una arquitectura magistral en ruinas, camina unas cuantas cuadras, vacilando, se detiene en la esquina de la carnicería,  mira sórdidamente a su esposa, vaga  apresuradamente hacia el norte,   cruza la calle sexta, de manera inmediata atisba, el palacio de justicia, hace caso omiso a su imponente presencia, llega a la plaza de Bolívar, en ella una multitud de manifestantes en contra de la reforma a la educación, se sienta sobre los escalones del capitolio nacional, un perro callejero se le acerca, lo acaricia, este acomoda su esquelético cuerpo junto a su nuevo dueño. Bernardo con su vestimenta ridícula, esperó durante tres o cuatro horas, mientras que el sol cumplia con su trayectoria, fue entonces cuando decidió buscarme.
Mientras escribía estas páginas Bernardo me confesó de manera fugaz que durante su camino hacia mi apartamento había asesinado a dos jóvenes universitarias por el lado de la avenida circunvalar cerca del externado, además que el perro que lo acompañaba, lo mato instantes antes de ingresar al edificio donde vivo.  Esto no lo relató de manera detallada puesto que me fue imposible sacarle dato alguno de estas dos muertes.
Bernardo sentado frente a mi con  la espalda arqueada, los codos acomodados en las rodillas, los pómulos sostenidos con sus puños, la mirada fija en el piso. Hablaba sigilosamente sin obstáculos, como si declamara una lección grabada en el espectro más oculto del inframundo. El timbre de su voz, independiente de los hechos, era homogéneo, isotrópico, sistemático, como el principio cosmológico.  
El martes 21 de mayo en la mañana me pidió que lo acompañara hasta la estación de las aguas. Aquello era peligrosísimo, pero no me negué. Recuerdo que antes de salir me dejó un poema para la barberia, el cual aun conservo. A las siete y cuarto, salimos a la calle. Caminábamos en silencio por el eje ambiental. Observé que pasaba su peinilla de manera exagerada sobre su grisácea cabellera; además caminaba sumamente erguido. Al llegar a la estación compró un pasaje de transmilenio, se acercó con la tarjeta en la mano,  miraba con suma fijeza alrededor, pero tenía la sensación que estaba ausente de todo. intento decir algo; pero se arrepintió con un leve movimiento de cabeza. En esos momentos tanto él como yo sabíamos la inutilidad de toda palabra terrestre. Estaba profundamente pálido. Adelgazaba por segundos. Por romper ese silencio angustioso le pregunté: -¿compro el pasaje?- contesto rápidamente sin pensarlo- si, hasta luego - dio medio giro y se internó en la estación.

Ya en la tarde mientras que finiquitaba este relato, vi la noticia del incendio de la barbería cosa que me entristece, porque quise conocerla, en medio de las cenizas se encontró seis cadáveres entre ellos el de un perro, esto me hace pensar que Bernardo no quiso contar toda la verdad y lo que me dijo fue un relato ficticio de su realidad.

jueves, 12 de diciembre de 2013

El absurdo estado de la inconsciencia

POR:
Giovanni Quiceno
El absurdo estado de la inconsciencia Angustiante, desastroso, así había sido el año para Maclovio Chitiva, profesor por obligación, padre de familia de tres niños, ninguno de él; esclavo, muy a su pesar, de la pornografía, pero de buen corazón; y digo de buen corazón porque era de esas personas capaces de sacarse el pan de la boca por dárselo a quien se lo pidiese. Maclovio siempre fue un mediocre, un conformista, una persona pusilánime y con muy pocos idealismos. A pesar de tener mujer, Maclovio aún tenía la fea costumbre de masturbarse, vicio que cogió desde la adolescencia cuando encontró una revista pornográfica que su padre había descuidado debajo del colchón; desde que adquirió ese vicio no lo pudo dejar jamás. Pobre Maclovio, sus revisticas vulgares, eran un retrato de lo que era su miserable carácter: ver y no tocar. Desear y no tener; ni para sí, ni mucho menos para dar. Maclovio no era licenciado como tal, había estudiado sistemas en un Instituto del barrio Restrepo y por vueltas que da la vida había ido a parar de profesor a un colegio cristiano llamado “El Redil ”, allá entró a trabajar recomendado por un pastor de esos podridos de la iglesia a donde asistía los domingos. Pero ese colegio de cristiano no tenía nada y menos sus profesores; el de educación física, era un solterón, pasadito de kilos, medio bufón, de malos gustos, que morboseaba a las niñas y las ponía a hacer ejercicios físicos que excitaban su mente enferma, esto cuando hacía clase porque de resto los dejaba jugar microfútbol todo el tiempo. La de español era una señora extravagante, supersticiosa y ordinaria; preocupada más por vender sus productos de Ebel y de Avon que de preparar una buena clase. El de sociales era un gordito con ínfulas de “apóstol Pablo” que siempre mantenía con una camiseta del che Guevara pero que en lugar del rostro del revolucionario tenía el de Jesucristo, además le había mandado a poner un letrero que decía Jesús no es religión es revolución, le gustaba hacer bromas pero ¡ay! de que se las hicieran a él. El de matemáticas, que era el mismo de física era un tipo que siempre vivía diciendo que Pitágoras había descubierto la existencia de Dios por medio de una fórmula matemática y que como divino era Dios el ser humano estaba hecho de una proporción divina, y entonces empezaba a tomarle las medidas a uno del hombro hasta el brazo y luego hasta el codo y después comenzaba a dividir y a sumar hasta que le daba un número el cual decía que era el de la proporción divina y que el mismo número daba si uno hacía los mismos cálculos de la planta de los pies hasta la cabeza y el ombligo. El de inglés enseñaba el idioma por medio de las canciones de un grupo de música cristiana, estaba cuadrado a escondidas con una estudiante de grado décimo con la cual se encontraba cada 15 días en el Restrepo no exactamente para ir a orar. Y la rectora ni se diga, era un vieja usurera que ni siquiera pagaba el escalafón, que lo iba a pagar si ni quiera había invertido en hacerse al menos una especialización en educación o en gestión educativa, que sé yo. Era una vieja negrera que hablaba de la gracia de Dios, de la bendición y la prosperidad pero que exprimía a sus trabajadores lo más que podía aprovechándose de la necesidad de cada uno. Este era más o menos el círculo laboral en el que se desenvolvía Maclovio Chitiva, pero en lo personal y en lo familiar la cosa era más desalentadora, su mujer le conseguía computadoras para que arreglara en casa los fines de semana, le controlaba el sueldo, la vida y hasta las ilusiones. Pero Maclovio era resignado, y como dije antes, conformista, no se compraba ropa pensando en sus tres hijos, por quienes era capaz de dar hasta la vida a pesar de no ser suyos, por eso a veces se le veía mal arreglado, con la misma ropa, y a pesar de que se hubiera bañado desprendía un olor desagradable. En algunas ocasiones saliendo del trabajo se iba para un prostíbulo, se tomaba una o dos cervezas y salía de repente sin acabar la cerveza, casi corriendo, afanado, hacia su casa. No era otra la forma de sobrellevar la mala vida que se hacía día tras día. Tras sus falsas atenciones y modales, se escondía su repudio por la realidad que le atrapaba en el polvo de aquellas obsoletas máquinas que arreglaba. Todo era insuficiente para vivir del modo en que lo había logrado hacer, sin embargo la vida insistía. Cogía de nuevo, a las mujeres desnudas, esas que veía en sus revistas y en los lugares que había visitado, cerraba los ojos, precariamente las imaginaba y soltaba como un loco a llorar, sin que nadie le escuchara. Maldecía una y otra vez, con la pasión con la que se recita una plegaria, su destino. Pobrecillo hombre, era invisible para la buena suerte. Sus compañeros se habían convertido en un fastidio para él, no soportaba sus chistes, los comentarios que hacían en la mañana sobre los realitys y las telenovelas de la noche anterior. Insolentes!! les gritaba callado, después de que les saludaba al inicio de las infernales jornadas laborales. Este hombre a pesar de tener sus vicios tenía arranques de ternura, se compadecía de los animales y sobretodo de los niños, y hablo de los niños en general, no soportaba que ninguno sufriera por ningún motivo, por eso un día yendo hacía su casa le regaló a un señor con el que se encontró en la buseta un pollo que se había ganado en el colegio. Un pollo, tal cual, un pollo que rifaron sus compañeros de trabajo y que para fortuna de Maclovio le había correspondido gracias a la suerte. Ese día en el colegio habían estado celebrando no sé qué cosa y al final entre bromas y malos chistes resultaron con la sorpresa de la rifa del famoso pollo. En fin, ahí iba Maclovio con su pollo, ni siquiera lo destapó para olfatearlo, sólo pensaba en llegar a casa y ofrecérselo a sus hijos, ah claro y a su mujer, pero ni ella ni ellos lo habrían de disfrutar sencillamente porque la vida y el destino así lo querían. Al salir Maclovio del colegio cogió su buseta, La suba rincón, y de una fue a sentarse atrás como tanto le gustaba, como lo había hecho siempre, en el rincón, así había vivido toda su vida, arrinconándose, dejando que la vida lo arrinconara siempre. A las pocas cuadras se subió un señor el cual se sentó en el único puesto que quedaba libre. Venía triste, acongojado, con el cansancio y la angustia dibujados en su rostro y en su alma; ahora venía ahí junto a Maclovio, cabizbajo, no evitaba mostrar su preocupación la cual no fue indiferente para el profesor, quien como dije, era una persona compasiva, con extraños arranques de caridad y humanidad. A los diez minutos el pollo había cambiado de dueño. Maclovio Chitiva esa noche durmió tranquilo, había hecho una buena acción, en su alma se sentía feliz, se imaginaba a ese hombre, al que le había regalado el pollo, al desempleado, al que había estado buscando trabajo todo el día, llegando a su hogar y compartiendo con sus dos hijos, (porque tenía dos hijos, según la conversación que tuvieron en la buseta) el pollo que él le había dado. Si hubiera podido darle más lo hubiera hecho. Al otro día Maclovio se despertó con una sonrisa en su boca, la buena obra que había hecho con ese hombre lo llenaba de satisfacción, era un suceso que de alguna manera le daba un poco de sentido a su vida carente de heroísmo. ese día llegó al trabajo un poco más temprano que de costumbre, la sala de profesores estaba vacía, poco a poco empezaron a llegar sus compañeros, llegó la profesora de español con sus revistas bajo el brazo, estaba extraña, saludó a Maclovio sin mirarlo a los ojos; luego el de inglés, lo saludó sin evitar soltar una sonrisa nerviosa; después entraron el de sociales y el de educación física y cuando vieron al profesor Maclovio se soltaron a reír y le dijeron: Hombre Maclovio que tal el pollo, pero no pongas esa cara hombre, discúlpanos, era sólo una bromita… ¡ El próximo pollo sí va a ser de verdad !

domingo, 10 de noviembre de 2013

EL GOL DE MI VIDA

Por: Luis Giovanni Quiceno 


Pica, pala, pica, pala, pica, pala, pica, empezaba pidiendo yo, y como siempre me pedía primero al Cholo, ese era el mejor, un jugador de esos que la verdad no sé por qué no terminó jugando en Millonarios o en Santa Fe, o en un equipo Argentino, el Cholo era de esos que manejan los dos bordes, el externo y el interno, que levantan la cabeza, que tratan la pelota con estilo, con clase, que meten pases de profundidad, que hacen cambios de frente ,y que además sorprenden metiendo goles; por eso lo quería siempre en mi equipo, pero sobre todo porque era con el que mejor me entendía, entre los dos desbaratábamos defensas, construíamos paredes; mejor dicho, juntos hacíamos obras de arte con el balón en los pies, a lo Rincón y Valderrama, para que se hagan una idea. Después de pedir al Cholo, si el otro no lo había pedido, me pedía al gato, el mejor arquero del barrio, ese muchacho se le tiraba hasta a un tren, era bárbaro, no dejaba entrar ni las moscas a ese bendito arco, lo malo era que a veces se creía Higuita, y por salirse a atacar lo cogían, como dicen, con los pantalones abajo y nos metían unos goles de lo más pendejos. Luego, aunque en esa ocasión se me adelantaron , escogía a Pintuco, le decíamos así porque la primera vez que vino a jugar la gaseosa traía una camiseta de pinturas pintuco, “el color de la calidad” y como no le sabíamos el nombre le gritábamos cada vez que la tenía, acá pintuco, o tómela pintuco, o póngame a picar pintuco; jugaba de defensa, recio, si pasaba el balón no pasaba el jugador, y si pasaba el jugador no pasaba el balón, pero nunca pasaban los dos. Después me pedía al chamo, ese no era que jugara mucho pero le metía cojones a la vaina, era incansable, quizá porque antes de jugar se metía su baretico, pero bueno no hay que reprocharlo por eso, y no es que lo defienda, pero si Lance Armstrong ganó 7 tours de Francia gracias al doping, por qué el chamo no se podía meter un baretico antes de un partido. En fin, el resto ya eran jugadores de relleno, al que casi siempre tocaba dejar jugar sin excepción era al Romario porque era el que siempre prestaba el balón, le decíamos Romario por tronco, porque era una mezcla como entre ropero y armario, de ahí salió la sigla. El único que quedaba siempre sin pedir era pulga, el menor de todos, y para no dejarlo ahí, sentado y vestido con su uniforme chiviado del Barcelona, lo metíamos al gol. Se apostaba la gaseosa, pero más que eso se apostaba el honor, se dejaba todo en la cancha. Por ese entonces yo jugaba adelante, de puntero, porque lo mío era el gol, lo más bonito del fútbol, porque es que lo que uno siente cuando hace un gol no se puede describir, es una especie de éxtasis que lo eleva al cielo por unos segundos, sentir la admiración, generar la alegría, me hago entender? Por ese entonces era conocido con el sobrenombre de Maradona, por mis gambetas, mis definiciones, mis amagues, pero sobretodo me gané ese apodo porque un día en un campeonato acá en el barrio hice un gol con la mano que el árbitro no vio, aunque reconozco también que me gusta ese sobrenombre, a quien no le va a gustar que lo comparen con semejante mago del balón. Este partido tenía algo que lo hacía especial, decían que un empresario de esos que llaman “cazatalentos” iría a ver qué encontraba, que joya, que diamante en bruto podía hallar, y se decía que estaría ese domingo ahí en la cancha viéndonos jugar. Así que tocaba mostrar lo mejor de la vitrina, lucirse, quien quita que le sonara a uno la flauta y terminara jugando en primera, ¿ah? ya me imaginaba yo jugando junto a Mayer Candelo o junto a Omar Pérez, enfrentando a los defensas de Nacional, del Cali o ¿por qué no? en copa libertadores jugando contra Boca o contra River, uno no sabe, soñar no cuesta nada y si se presentaba la oportunidad de acercarse a ese sueño no la iba a desperdiciar, así que estaba decidido a hacerme el gol de mi vida ese día, el que me catapultaría a la profesional. El partido inició como a las 10 y media… suéltela papá que eso no da leche, se escuchaba gritar desde algún lado de la tribuna, todos querían mostrarse, cada cual hacía su juego, ninguno pensaba en el otro, había sed de gloria… a los dijes papi a los dijes, no papá que pasa, déjeme una… eran otras de la cosas que se escuchaban esa mañana. La verdad si quieren que les diga, yo a ese punto ya me estaba desesperando, corría el minuto 30 del segundo tiempo y no me había quedado un solo balón de gol, todos ambicionaban la pecosa con el afán de mostrarse, además estaban cayendo duro; cuando de repente, en su afán de lucirse, salió el gato hasta el primer cuarto de cancha dominando el balón, pero antes de que se la quitaran se la soltó al Chamo, Chamo tomó el balón, corría por la banda derecha, yo me le muestro para que me la toque, pero en lugar de tocármela a mí se la cambia al Cholo que se le muestra por el centro, arrastra la marca, se gambetea al de contención y avanza, yo aproveché para cubrir el espacio que dejaba el contrario por el lado derecho, el cholo me vio, y mirando para el lado izquierdo lanza el balón magistralmente para el lado contrario, a lo Ronaldiño, despistando a toda la defensa, es la oportunidad que estaba esperando pensé para mí, corría hacia el arco con el balón en mis pies, sólo quedaba un defensa, Pintuco, en cuestión de segundos pienso en como evadirlo, así que le hice un amago de cintura haciéndole creer que me le iba a ir por la derecha, pero veo entonces que abre las piernas y aprovecho para mandarle el balón de caño, de túnel o como decimos comúnmente “de cuquita”; el balón pasa, ahora sí “el gol de mi vida”, pensaba para mis adentros, entonces me lo paso por el lado izquierdo y me veo sólo contra el arquero, vislumbraba la gloria, pensaba en la celebración; descubrí entonces que el portero había descuidado el palo derecho y cuando voy a patearle de zurda siento un patadón fuerte que viene de atrás y quedo tendido en el polvo de inmediato. Qué quieren que les diga, aparte de que mis sueños quedaron empolvados y el gol de mi vida en la caneca. Que Pintuco haciendo alusión a su nombre me había pintado la cara y de paso el futuro como futbolista? que me jodió y no pude volver a jugar? Que el tal cazatalentos resultó ser cierto y que ninguno de nosotros por envidiosos y egoístas fuimos escogidos? Sí, así es, ahí termino todo, ni siquiera cobramos el penalti, terminamos fue peliando entre nosotros, además, la gaseosa no se volvió a jugar porque al poco tiempo el pedazo de potrero que usábamos como cancha fue remodelado y privatizado por el IDRD.

lunes, 14 de octubre de 2013

un regalo

Juan Carlos Duque
Pronto, tarde o temprano quedara menos de lo que había planeado, una advertencia, una señal, cualquier pequeñez que cayera del cielo como una gota de rocío que sirviera de advertencia, tan solo una señal mística, un perro inusual, una estrella prófuga, un gato negro, una extraña figura en su humo, no era para nada creyente esto facilita creer en cualquier acontecimiento, pero nada, absolutamente nada, pronto se decía, solo hay que mirar, mirar las personas que deambulan, mirar los avisos publicitarios, mirar los borrachos que estaban a su lado, mirar las formas inusuales que dibuja la espuma en el fondo de su cerveza que agoniza, las tres monedas de quinientos tiradas al cara y sello, otra cerveza, o largarme de aquí, ser o no ser, así de sencillo, otra cerveza, la última, o partir, salir con esa avidez del que no tiene dinero, e inventa asuntos pendientes, siempre hay algo que hacer, llegar a su casa, tumbarse en la cama, buscar monedas o cigarrillos da igual, humo eres en humo te convertirás, nada aun no logra tomar una decisión, si pasara algo, sonó una canción en la pornorokola, nada especial, exceptuando unos senos de ensueño acariciados por una boa constrictor, de fondo una pusilánime canción, de fondo su vida pasando, llega un punto donde toda vida se puede recordar en un solo segundo, nace, se alimenta, crece, envejece, se reproduce, se reproduce, muere, pero también, nace, se alimenta, crece, se reproduce, se reproduce, se enamora, es de nuevo niño, diferente y con algunas arrugas, pero al fin de cuentas niño, que come helado, que saca la lengua para tragar lluvia, que grita, que se entrega, que se marcha, que escribe notas en una servilleta, que juega, que hace pataleta, que se contrae, que convulsiona, que muerde, que babea, que se va, se va, se va, que salta a la eternidad, fugas recuerdo del infinito plasmado en un lienzo que dura un suspiro, termina la pobre canción, del que se gastó lo del mercado, bueno, ser o no ser, mejor no ser, marcharse, pero antes la orinada obligatoria, ese mágico momento de intimidad donde todo ebrio se mira al espejo de su espuma amarilla, de nuevo en su mesa, de aquella tarde, cuenta las botellas, mira los avioncitos que hizo con las etiquetas de póker, 10 cervezas, cadáveres de levadura fermentada, arañadas, en sus viseras, palillitos, figuras informes, rastros de líquido que se secan, dejando entrever algunas letras quizás un nombre, nada ser o no ser. Inicia su noctambula caminata, con sus tres monedas compra medio paquete de cigarrillos, enciende uno, aspira hondo, como queriendo viajar dentro de sí, buenas noches contesta, y se aparta con las manos en los bolcillos, recuerda la canción que sonaba, este hombre se gastó lo del mercado, el acaba de gastar lo único que tenía, pensó, cuantos estaremos viviendo lo mismo, siguió caminando, la noche le encanta, las sombras, el olor a sábado, las luces amarillas de los postes, amarillo que jala al suelo, amarillo lastre, amarillo recuerdo, se abriga el cuello, hace frio y el cielo amenaza torrentes, las calles se visten de gala cuando eso sucede, el cielo se refleja en las calles, los perros beben cielo en bocanadas y los buses vuelan a los hogares, mientras el parabrisas, ejecuta gotas del paraíso, mete la mano a su chaqueta negra, para buscar el encendedor, y encuentra una textura, la reconoce enseguida, pero decide no creer, piensa que es una de sus innumerables notas que terminan hechas un nudo de papel mojado, la saca solo para cerciorarse y que ve, un billete, un hermoso billete de cinco mil pesos, roto, pero bueno, le invade una extraña felicidad, quizás no diferente a si se ganara el baloto, y desde las profundidades de alguien que al agua le temía, broto un río caudaloso torbellino de frenesí, y en un barquito de siete locos, me hice naufrago del infinito opalino del cielo estrellado, pensó, y esas palabras invadieron su existencia como una serenata de charangos rasgados por hombres embotados en coca, felicidad puta, putamente feliz, desvió su caminata, se condujo a un carrito de chorizos, uno por favor, tiene limón, gracias, lo embadurno de salsa de tomate, mordió un trozo, delicioso, la grasa se le escapaba por el mentón, lamio sus dedos que estaban teñidos de rojo, un perro se quedó mirándolo, estaba emparamado, que tristeza en aquellos ojos, está bien pensó, y le arrojo a sus colmillos lo que quedaba del chorizo que no era poco, el can lo engulle de una sola vez y arrastra su vida a otro lugar, termino de comer la arepa y chupo el limón, vio una cabina de internet, porque no, ingresa, tiempo por favor, siga al cinco responde una muchacha concentrada en el Facebook, marco la f, y la sale el link de Facebook, pensó y que tal si buscase otra palabra que empezará por fin, no puede ser la más popular, luego de meditarlo mejor, repitió en voz alta, feo, foca, fósforos, fe, faro, felicidad, tenía razón, mejor Facebook, entro, se encontró con aquella maldita pregunta que lo espanta tanto, que piensas, en algunas ocasiones se ha quedado horas frente al monitor meditando esa pregunta, que pienso, ideas hechas un nudo, como sus notas después de lavar sus pantalones, observo el muro, nada especial, tenía personas que quisiera realmente eliminar, pero no, con un clip, con un disparo, quieto míster Hyde, nada inusual, algunos felices, otros muy tristes, otros envideados, otros que oran, pero algo llamo su atención, era su cumpleaños, como lo había olvidado, bueno no era la primera vez que le sucedía, se deseó feliz cumpleaños y cerro el programa, se disponía a pagar, pero sintió algo, esa extraña sensación de que algo va a suceder mescla rara de susto y felicidad, de ansiedad y sosiego de choclitos y arequipe, intento entrar de nuevo al face, sus manos sudaban, los dedos le temblaban, olvido su contraseña, no era posible, mierda, espero un minuto, algo cambiaría en su vida, y se lo estaba perdiendo, observo bien, claro, por accidente oprimió las mayúsculas, se cercioro que se apagara el color azul, volvió a digitar su clave, pero nada, nada, nada, una angustia invadió su vida, una nube densa de infinita tristeza lleno el local atiborrado de policías, de solitarios de sábado en la noche, quiso encender un cigarrillo pero en este país de mierda no se puede, no se puede, quiso pedir ayuda, quiso gritar auxilio, desbocarse en llantos tibios, pero no lo hizo, no lo hace, no lo hará, se le pierde, la vida, su momento mágico, sus ojitos se humedecen, inspira tanta dulzura, tanta fragilidad, tanta fría soledad, frio de pies en la noche, frio de buenos días en una habitación llena de moho y humedad, cubierta de caminos difusos de ceniza esparcida al caos de unas viejas baldosas, ayuda, solo ayuda, una solitaria lagrima peregrino de sus ojitos a sus labios rojos sedientos de besos, sedientos de pronunciar palabras charquitos calientes que huelen a yerba húmeda Un último intento, sabía que no sería el último pero. A veces nos mentimos por eso de la dignidad, ingreso, piensa la maldita página, programa no responde inténtelo mas tarde, recorre sus cejas con sus manos, así lo hace cada vez que realmente está preocupado, lo intenta de nuevo y entro, entro, lo logre, grito, los policías ocupados viendo niñas con caras de idiotas y tetas grandes, ojos devoradores y labios en gesto de inocencia arrogancia, virginal lujuria, descaradas nalgas onduladas, y su puto celular en la mano, entro solo eso importa, ahora a seguir su corazonada, su ataque de gastritis seria más propio decir, obvio la pregunta que le quita el sueño, y observo detenidamente, pausadamente como se desnuda una camelia, sin afán a la expectativa, recorriendo con paciencia sus pliegues informes, carnudos, observo pero no vio nada, bueno en realidad si, vio a los socialistas, a los evangélicos, a los emos, a los literatos de mierda, pacohelo a pata, a los hinchas, a los nacionalistas, a los existencialistas, a los enamorados, a los pusilánimes, pero todo era mierda, de la peor, mierda virtual que alimenta a las moscas de desocupados en un sábado en la noche. Pago con disgusto, comienza su caminata, pero tenía una miada olímpica, suficiente para inundar el olimpo, para bañar al Kraquen, se imaginó como Heracles limpiando los establos de Augías con su miada mitológica, un baño por favor, intento aligerar su paso, pero ese dolor en los riñones se lo impidió, orinare al lado del río, y lentamente subió la colina a su casa, cuando encontró el lugar más apropiado, saco su miembro y dejo salir de si aquella agua tibia, que si bien no santifica produce descanso al alma, mientras orinaba escuchaba el eco del rio, imagino el agua acariciando las frías rocas, que se sentiría saltar y dejarse llevar, simplemente dejarse llevar, que sentirá el rio cuando mi tibiez lo rosa, eso escribiría la próxima vez que el face le pregunte que piensa, cuando ya iba a terminar es decir cuando menos se puede parar, una patrulla se detuvo a su lado, papeles joven, con esa mano no, no sea cochino, le voy a poner un comparendo, numero del domicilio, numero, de cedula, números, solo números, infractor comenzó a cantar el reloj de Jerusalén, que le pasa, dijo la autoridad vestida de paisa con uniforme, estará drogado una requisa, abra las piernas, no me toque con esa mano, sáquese los bolcillos, pobre diablo, sabe mejor vaya a su casa, y déjeme esos cigarrillos, agradezca que estamos de buen genio, noooooooooo, mis cigarrillos no, el acompañante que no paraba de mirar su celular, le dijo móntelo a la patrulla ese hombre esta drogado, tiraron al hombre dentro de aquel automóvil, era primera vez que esto le sucedía, pudo oler a olla mojada, del tirón se pelo las rodillas, olía a sobre dosis, a peleas callejeras, a bóxer, a no querer estar allí, se alegró, de verdad se alegró, algo diferente sucedía en su vida, algo estaba aconteciendo, escucho la radio de uno de los patrulleros, se encendieron las sirenas, la patrulla arranco a toda velocidad, paso frente a su casa, pero continuo subiendo, llego a una parte de su barrio que no conocía donde las casas colindan con la montaña, a veces imagina que es un extranjero que observa un mapa de américa y entonces mira la cordillera de los andes, allí quedara la casa de algún desgraciado, murmurara mientras la recorre con su dedo, era una pelea, de sábado en la noche, cuando se mezcla el bazuco el Eduardo tercero el amor y el desamor algo sucede, un apuñalado, alguien con un machetazo en la mano, que se yo murmuro, vamos mi cariño ya no llores más, por voz bajaría yo el sol, o me hundiría en el mar, comenzó a cantarse como arrullándose, como consolando un alma triste, que me alcance la noche, vamos mi cariño que todo está bien, vamos mi cariño ya no llores más. El patrullero del celular todo el tiempo, seguramente viendo niñas, me dijo bájese, váyase a su casa, pero acá es peligroso, le respondió, usted me deja en mi casa o en la estación, soltó la risa el patrullero, usted no está drogado, esta es loco, regáleme un cigarrillo y de verdad márchese, hizo cuenta mental, le quedaban tan solo cinco, no tengo respondió y se fue lejos de las luces, de los hogares golpeados, de la sangre escurriéndose de las narices, y esto parece verdad para mí se fue repitiendo colina abajo donde lo espera su casa, sus cobijas que huelen a tabaco, sus cafés fríos, y sus libros de mil en el centro. Llega a su casa sin novedad alguna, lo inesperado no paso, pasan las tardes soleadas, pasa agosto y sus cometas, pasa lo dulce de la vida, también lo amargo, pasa el hambre, pasan los pies fríos y los cuerpos tibios, y yo me quedo, yo me quedo, entro a su habitación, se puso su piyama de cuadros, sus medias para dormir, unas de alpaca que le regalaron traídas de Bolivia, destendio su cama, sus cobijas a rayas, de tigres somnolientos, llego a sus frías sabanas, se introdujo y encendió un cigarrillo, quedan cuatro no quiso pensar, pero las cuentas son su obsesión, piensa en números, más o menos, esa es la cuestión, fumo su cigarrillo, con las luces apagadas se forman sombras mágicas, seductoras figuras que se encienden y se esfuman, dejando un eco en los pulmones, que en ocasiones no muy contadas se escapan en una estrepitosa toz de perro, encendió el otro cigarrillo, sobra decir quedan tres, escucho otras sirenas, varias motos pasaron frente a sus cortinas azules, él estaba protegido, allí en su habitación nada lo toca, nada lo mueve, nada pasa, él se queda, se queda, comienza a sentir ese calor que no lo deja dormir, aquel que hace sudar la espalda, pero no calienta los pies, otro cigarrillo. Mira el reloj en su celular 1111, esa hora le pareció enigmática, lo ha seguido a lo largo de su vida, sería buena hora para morir, 1111, 1111, 1111, 1111, 1112, se le escapo este instante yo me quedo, yo me quedo, bajaron las patrullas, las motos, las sirenas, yo me quedo, yo me quedo, puso una canción de su celular, se abre la tierra, se alzan los mares, bebió agua, mucha agua, tanta agua, se estremeció de un verdadero placer, silencio se abre la tierra, se alzan los mares al compás del volcán, al compás del volcán explosión súbita de magma en la tierra que calcina, que se abre paso entre las calles, los rostros sin rostros, entre las 1111, 1112, 1113, entre las promesas, los silencios, las puertas, llega a su habitación, la magma sube hasta su cama, calienta sus pies, yo me vengo, yo me vengo, yo me vengo, yo me quedo, 1114, quedan dos cigarrillos. Fumar causa cáncer, y no hacerlo mata de aburrimiento, otro cigarrillo, lo puso frente a si, y canto el cumpleaños feliz, al terminar aquella canción que en las sombras parecía un réquiem fúnebre, soplo y pidió un deseo, llegara el momento todo llega a su momento, arrojo el cigarrillo extinto al suelo, callo cerca a los otros aunque un cenicero estaba sobre su mesa de noche, todo llega a su tiempo, se repitió y se puso en posición para dormir, de un lado con los pies afuera, su cama chilla cada vez que se mueve, se queja agoniza esperando la noche sin alba, se lamenta su cama, el cierra sus ojos, felices treinta, y el sueño descendió como una amante agradecida, de repente comenzó a llover, las nubes componen sinfonías, pensó en el perro, en su chorizo, en los policías, en la niña del internet, en la familia que había peleado arriba, muy arriba de su casa, en los que se gastaron lo del mercado, en la luna llena que no se puede ver por las nubes grises, en los cuatro unos, en su último cigarrillo, pero algo no lo dejaba dormir súbitamente, un ruido, un gemido, un llanto que se confundía con sus sueños, con sus quimeras, quiso simplemente pasar, no involucrarse, suficiente tenía con los gemidos de su cama. Se levantó, corrió sus cortinas azules, no vio nada pero el llanto se hacía más fuerte, más denso, más amargo, abrió su puerta y no pudo creer lo que vio frente, era como decirlo, aun lo duda, no sabe cómo explicarlo, quizás sea eso, quizás ya estaba dormido, o tal vez y solo tal vez, su deseo se hizo realidad, quien sabe, todo llega a su tiempo, lo que no nos dicen es que también se va, lo que continua son las propias palabras de aquel que le quedaba un cigarrillo “era una felina, una gata, negra como noche sin estrellas, tan mojada, tan sola, tan frágil y a la vez tan misteriosa, altiva, fascinante, le deje entrar, ella, sin vergüenza alguna recorrió mi apartamento, subió en mis muebles, se paseó, por mis libros, olio mis colillas de cigarrillos, se trepo en mi cama, dejaba a su paso huellas de si, huellas, de noche, cogí mi única toalla y la seque, no tenía nada para brindarle más que mi calor, lo tome en mis brazos, y ella aruño los míos, le acaricie el cuello, la espalda, el pecho, ella ronroneo, comenzó a pasearse por mi cuello, a rozar con su cola mi barba, a besar mis labios, mis oídos, esta hipnotizado con sus ojos verdes, toda la oscuridad parecía su cuerpo, las sombras entonces me acariciaron, desnudaron mi cuerpo, y ella comenzó a besar mi cuello, con su lengua de cepillo, lamia mi mentón que raspa, mis hombros, se estremecían al contacto de sus garras, mordió en ese preciso lugar donde una forma convexa indica que termina el cuello, lo mordió duro, tan duro que mi sangre broto, entre sus dulces colmillos, recorrió mi pecho, velludo y enmarañado, beso mis tetillas, lamio el pequeño arco que hace saltar al infinito, lamio en un solo lugar mi existencia toda, toda, yo veía su cola arqueada, jugar con la noche, siguió descendiendo, cada paso, hacia contraer mi cuerpo, tibio todo, erecto, dispuesto a mil placeres, comenzó a bajar por el camino que conduce de mi pecho a mi abdomen siguiendo el rastro de la selva inexorable de mis pelos, que tercos y rebeldes, cubren mi piel trigueña, mi estómago, dejaba escapar pequeñas cantidades de aire, lo necesario para no morir ahogado, o morir de una vez por todas, lamió mi ombligo como sierva un oasis en el desierto, metió su lengua, en el arco que una vez me unió a mi madre, y en ese recorrido de su lengua, beso cada año de mi vida, treinta círculos, treinta nudos, me beso de niño, oliendo a colada, de joven oliendo a café y eucalipto, de hombre oliendo a madera y tabaco, yo me estremecía, parecía, arcilla moldeada en un torno, dócil a las formas que el alfarero del deseo quisieran darme, rasguño fuertemente mis costillas, y con su cabeza, comenzó a empujarme para arriba comprendí quería que me volteara, lo hice, y ascendió de nuevo por mi espalda, y allí, donde el cabello colinda con la nuca, me mordió, más duro que la primera vez, mucha sangre tiño mis almohadas yo solo gemía, mordiendo no sé qué, creo mi brazo para no gritar, que placer, que dolor, que fuerza, es como si cada gota de sangre fuera mi alma eyaculando, orgasmos hechos sinfonías, y mi cama cantaba, y yo me iba, me iba, me iba, por entre los tejados, por entre las sombras, por entre las nubes grises, por la fría ciudad, por las sirenas de policías, por entre los pies fríos, por entre el olor a tierra mojada, yo me iba, yo me iba. Cuando el hombre volteo, su visitante no estaba, la lluvia termino, dejando la noche desnuda, y permitiendo contemplar desde esta fría ciudad, una luna, mágica luna, el encendió su ultimo cigarrillo, y jamás hombre alguno, fumo con tanto placer, con tanta alegría, extasiado, de luna y humo.

jueves, 10 de octubre de 2013


CÓMPRELO, JUÉGUELO Y GÁNELO.
Por: kenyi calderon
La profunda oscuridad era atravesada por la tenue luz que emergía de manera horizontal desde la pantalla del televisor hasta las paredes, iluminando mezquinamente la habitación, Alfredo embutido en un sin número de cobijas, observaba atentamente el resultado del Baloto, “….compre baloto y disfrútalo” la musiquita acompañaba de manera lóbrega, el acto que se había convertido en un ritual de todos los miércoles, lo esperaba de manera tal que no sabía cómo librarse de la angustia que le torturaba, cada vez que pensaba en las probabilidades de que números podían ser los elegidos por el azar. Esa noche apretaba de manera vehemente el papel donde había escrito los números que según sus cálculos matemáticos eran los más probables para esa noche. La bella señorita detrás de la pantalla decía de manera fugaz 10 12 21 19 40 17; El demonio de la impotencia se apoderó vertiginosamente del alma de Alfredo, observaba una y otra vez los números en aquel papel amarillento, en el que había escrito 42 17 40 15 38 2. Solo dos de seis se decía a sí mismo, solo dos de seis, repite de manera enferma, se muerde los labios y hace un tremendo esfuerzo para no gritar de ira. Arrojando el papel al piso se da vuelta y deja su cuerpo de manera fetal, observa la pared en un punto fijo con los ojos aguados de angustia. Otras sensaciones se injertan entre los nervios que cubren sus músculos, los números enteros positivos se conglomeran sobre su cabeza, dejándole un fuerte dolor que no le permite dormir.
Al día siguiente se dirige hacia su puesto de cigarrillos y dulces que durante más de quince años ha ubicado frente a la universidad nacional. Acomoda su robusto cuerpo de talla media sobre una pequeña banquita. Sus escasos y grises cabellos coronaban un rostro de un rosado rojizo. De manera familiar lo saluda un profesor de la facultad de matemáticas, quien le pregunta de manera burlesca:
-¿Le atino?
Alfredo con una sonrisa escondida contesta:
- El número de posibilidades que tiene un colombiano para escoger los 6 números es de 8'145.060.-hizo silencio por un instante y con la punta de su trajinado zapato rayó pensativamente el pavimento, luego continuo- Según esto, la probabilidad de ganárselo es de 0,00000012, es muy baja, una lotería normal tiene 4 números y dos series, el número de posibilidades es de 1 millón. Pero en el Baloto es muy lejana, por eso es muy normal que siga subiendo
A lo que replico el profesor:
- la gente tiende a escoger números de una manera uniforme. Nadie los escoge todos al principio o todos al final. Es decir, muy pocas personas elegirían todos los números menores al 15. Y hay que ver lo que pasó con el Baloto en estos días, están cayendo los números aglomerados-
-Si, usted tiene razón, anoche 4 de los números fueron menores que 15, muy pocas personas se animarían a comprar la boleta así-
El profesor se despidió de manera cortes y entregado a sus pensamientos, se retiro desapareciendo en una multitud de jóvenes. Alfredo revisa las formulas que tiene escritas en un cuaderno, tacha nerviosamente lo escrito y redacta nuevamente, “la suma de los últimos números, nos dan el numero del medio mientras que los números extremos esta de la división del numero central entre el numero primo consecutivo”.
Al miércoles siguiente estaba nuevamente Alfredo, acostado en la cama, con la luz azul, golpeando su rostro, esperando con impaciencia el sorteo, y como siempre, en su mano un papelito con seis nuevos números. Alfredo se sumerge en sí mismo, ¿si me lo gano?. Por fin dejare de ser el desagraciado, al que todos miran con compasión. Por fin dejare de ser el pobrecito, al que hay que ayudar para luego sentir un alivio por haber hecho un buen acto en el día, ¿si me lo gano? No pienso darle nada a nadie, todo será para mí solo, no tengo porque compartirlo, si llevo cuarenta años de mi vida en la miseria y nadie ha querido compartir nada conmigo, porque habría que darle algo a alguien. No, no y no, perdón Dios, perdón, que estoy pensando, no, yo no soy capaz, es obvio que compartiré mi premio con los pobres, entregare el diezmo en la iglesia, a la gloria de Dios, porque toda la gloria es para ti señor. Sintió que sus pensamientos podrían ser castigados por el látigo de la culpa que es arrojado desde el cielo por el mismo Dios, entonces se arrodillo en el piso y elevo con una fe infinita una serie de oraciones que desde niño había aprendido. Su ferviente acto se vio interrumpido por la musiquita, “….compre baloto y disfrútalo” sus ojos se abrieron como el lente de una cámara lista para disparar, sus pupilas se dilataron, dejándole una circunferencia casi perfecta, similares a los de una vaca. Nuevamente la señorita como en los últimos años comenzó a dar lectura a los números, 42, esta vez Alfredo dirigió su mirada al papel y vio que el 42 estaba ahí de primeras, un descarga eléctrica recorrió su médula espinal, 17, llevo dos de seis nuevamente, dijo para sus adentros, 40, tres de seis, Dios ayúdame, susurro y beso el boleto, 15, es verdad estoy cerca, estoy cerca, se levantó del piso y caminó sigilosamente hacia el televisor, 38, sus ojos soltaron algunas lagrimas sórdidas que se deslizaron por su quemado y rojizo rostro, 2. Gane, gane.......
Dejo instantáneamente de ser el hombre para convertirse en una criatura espantada a la que el terror retuerce como un remolino, precipitando el cuerpo contra las paredes, besando la imagen de la virgen, quiere escaparse de la civilización; dormir a los pies de esa hermosa imagen, sentir el manto afable que cubre el misterioso cuerpo de la virgen, terminar de una vez por todas su siniestra y silenciosa vida. Se imagina con avidez una frescura nocturna, quizá cargada de rocío. Él podría avanzar llorando su terrible dolor, pedir clemencia, ya que por fin tenia poder, y con poder somos capaces hasta de pedir perdón de la manera más enferma. Arrojo toda su humanidad a la cama, cubrió su cabeza con la almohada y lloro fuertemente, hasta que en el pecho tuvo la sensación de que los pulmones se le habían vaciado de sollozos.
Apareció un nuevo día, el sol extendió sus brazos fotonicos sobre la pequeña alcoba de Alfredo, quien se encontraba sentado al borde de su cama, mirando fijamente el boleto ganador, ensimismado, pensativo, y con una extraña sensación en el corazón que se debatía entre alegría y miedo, apretó los párpados, múltiples ráfagas de colores espectrales se estrellaron contra su imaginación. Sin poder explicarse el porqué, recuerda la época vivida en su pueblo de campo, la tranquilidad de las mañanas, el amanecer gélido con neblina cubriendo el paisaje, las cercas con pequeñas góticas congeladas suspendidas en el espacio-tiempo. Todos y cada uno de los recuerdos se abultaban sobre su cabeza, dejándole un eterno dolor esparcido por su cercera. Levantó su elipsoidal cuerpo, limpio sus axilas con un trapo, el cual pasa también por su rostro.
Toda la noche había meditado frente a su magnífica suerte o tal vez ingenio, recordó las palabras que el pastor de la iglesia les vivía recordando: Dios día a día coloca pruebas a sus ovejas, no caigan en tentación. Esto y el miedo terrible de vivir una nueva vida lo hizo pensar que tener tanto dinero era cosa del demonio y muy seguramente no estaba bien visto por los ojos de Dios, y lo mejor sería no reclamar el premio, probablemente era una de las tantas pruebas que Dios ha colocado en su destino. Además ya estaba conforme con haber descifrado una fórmula que le permitió atinarle a los seis números del Baloto.
Caminando hacia el puesto de trabajo, tomo el boleto en sus manos, lo miro de manera pausada, suspiro fuertemente, y lo guardo en su billetera junto a la estampa del arcángel San Miguel.


domingo, 22 de septiembre de 2013

EL SARCÓFAGO DE METAL Por: Kenyi Calderón


¿Y cómo no taparse los oídos con aquel sonido insoportable? Era una fusión de alaridos, suplicas y carne sacudiendo los filos enchapados de las escaleras, la figura pesada de doña Dionisia daba botes y caía rápidamente dejando desparramada la vida por cada uno de los escalones rectangulares de su casa.
Marcos, en medio del éxtasis, retiró sus morenas y venosas manos de los oídos y corrió a socorrerla. De su garganta sale de forma rasgada una voz gutural preguntando: ¿está bien? Al ver que ella no responde, sintió el alma desarraigarse de la raíz de su cuerpo, permaneció inmóvil durante unos minutos inmortalizando la escena. Al salir de su delirio, levanta el redondo cuerpo extendiéndolo sobre el tapete circular de la sala, luego se sienta en el viejo y acabado sillón ocre, observa la figura concéntrica de muerte que adorna un sin número de circunferencias de colores que tiene el tapete. Así permanece ensimismado como despreciando el tiempo, mil recuerdos se atascan en su mente y en cada uno de ellos aparece la efigie de Doña Dionisia. ¿Y ahora que? Se pregunta Marcos quien deja que su cuerpo se desparrame sobre el sillón y a su vez acompaña el acto con un suspiro profundo, tan profundo como la culpa que siente con lo sucedido. ¿Y ahora que? Sigue la frase merodeando su mente, mientras que el espacio se torna odioso, los objetos se distorsionan a su alrededor, unas lágrimas recorren sus mejillas, su cuerpo tiembla de miedo, se ve en medio de una cárcel pagando una condena infinita, entonces soslaya este pensamiento, era evidente que ya no había tiempo para lamentaciones ni penas estériles, alza el cadáver que pesa tanto como su conciencia, lo lleva al patio, allí divisa una vieja caneca metálica, De pronto se estremece. Una idea había cruzado su mente. Lentamente acomoda los brazos y las piernas para que cada centímetro cúbico de angustia fuese ocupado en su totalidad. Un febril temblor nervioso se había apoderado de él. Tenía calor a pesar de que el frío era insoportable. Luego buscó de manera desesperada cubrir la caneca, el sonido de las llaves abriendo la puerta se propaga por toda la casa como una alarma que avisa la llegada de alguien. Entonces corre precipitadamente, toma unas tablas y las coloca de manera simétrica sobre la caneca, luego sale intentando disimular la trágica escena.
Al volver a la sala su esposa lo saluda como de costumbre, de manera parca y que cualquiera podría pensar que grosera, él de igual forma la saluda con un “hola” seco sin gracia. Su esposa quien se dedica a vender ropa en la plazoleta de san Victorino, le pregunta por doña Dionisia, en ese instante una daga congelada se incrusto en el pecho de Marcos, sintió como el frio helado recorría sus venas y le congelaba cada una de sus entrañas. Su esposa insistió en la pregunta con un tono enfurecido, él en un instante de lucidez contesto: -salió a reclamar sus medicinas-. Su esposa dejo sus corotos en la sala y se dirigió a la alcoba, mientras que Marcos se lava de manera enferma sus temblorosas manos. La oscuridad se apodero del espacio anunciando que la noche había llegado, Marcos se acostó de manera delicada a lado izquierdo de la cama mientras que escucha a su esposa en el patio extendiendo la ropa recién lavada, una vez más el sudor se apoderó de su cuerpo sólo le pedía a Dios que su esposa no fuese abrir la caneca, las pulsaciones ascendieron de setenta a ciento diez, hubo un temblequeo de irresolución en sus pupilas. Se pregunta: ¿Hasta dónde soy capaz de llegar?¿qué voy hacer con el cadáver?¿por qué no decir la verdad? Cada pregunta fustiga su corazón, desgarrando hilos de horror que recorren su cuerpo. Al cabo de un tiempo, su esposa entra en la alcoba se coloca la piyama y se acuesta junto él, eleva unas plegarias al cielo y vuelve a preguntar por la señora. Esta vez Marcos responde que ella se iba a quedar donde su hermano por un par de días, su esposa no muy convencida por la respuesta busca en sus pensamientos el sueño, sueño que en toda la noche no quiso llegar a Marcos, la horas se hicieron eternas, los pensamientos insoportables, la soledad era perpetua, la madrugada llego mas helada que de costumbre, estas ráfagas congeladas escarchan el alma de Marcos quien se levantó serenamente, salió al patio contempla de manera atónita el cadáver oculto en la caneca, Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar la caneca en silencio, aquel silencio insoportable que no resiste y con un movimiento instintivo cubre la caneca con varias tablas. La luz de sol apareció de repente, se infiltro por cada rincón de la casa, él tranquilamente esperó a que su esposa se fuera a trabajar, luego llamó a su patrón y con la excusa de encontrarse enfermo no fue a la cotidianidad.
Salió de su casa, caminó con la mirada clavada al piso, con el corazón desfallecido y sacudidos los miembros por un temblor nervioso, recorrió las empolvadas calles de su barrio mientras que los minutos consumían sus pensamientos, al levantar la cabeza observó un aviso “Deposito de materiales Don José”, entonces una idea emergió del mismo infierno, quemando sus reflexiones. Entró al local pidió de manera muy natural un bulto de cemento y dos tulas de arena, el empleado de la tienda le ayuda a llevarlas hasta su casa, Marcos le agradece al joven y le da propina cosa que no acostumbraba a hacer, pero esta vez un impulso lo llevó a realizar aquel acto de generosidad.
Ya en el patio al terminar aquella grisácea mezcla, con la pala comenzó a vaciarla en la caneca donde ocultaba el cadáver, poco a poco la caneca se lleno hasta el tope mientras que él sentía desmoronarse en el desconocido universo de lo macabro. Luego la pinto de naranja y blanco, la colocó en un rincón del solar mientras que sus pensamientos realizaban una danza lóbrega y así, simplemente espero a que la vida siguiera su transcurso normal.
Al cabo de unas semanas comenzó la búsqueda desesperada por doña Dionisia, en esta Marcos ponía todo de su parte incluso, él se había encargado de instalar el denuncio de la desaparición. Ya en las noches, sentía como la caneca palpitaba, oía una especia de lamento débil y reconocía que era debido a su temor irreparable, a medida que pasaban los días y mientras que todos dormían el maldito sonido se reproducía en su pecho aumentado con su eco espantoso el pánico que lo embargaba.
Pasados trece meses la figura de Marcos se había desgastado, su irrisoria carne se incrustaban sobre sus huesos, a duras penas lograba mantenerse en la realidad, se había creado un pequeño mundo ficticio donde Doña Dionisia estaba enterrada en cualquier cementerio de Bogotá, pero esta mentira no duraría para siempre.
Al filo de una lúgubre noche, arrinconado en desconsoladas reflexiones, salió al patio observó la caneca y de manera inmediata lo invadió un sentimiento de insoportable tristeza, la pintura naranja y blanca ya se había desgastado, en el cielo las nubes se filtraban bajas y cargadas, mezquinas ráfagas de luz caían perpendicularmente sobre la figura cilíndrica de metal. Durante tres segundos Marcos tuvo inmensos deseos de echarse a reír ruidosamente y repitió para sí mismo: “es el destino” pero al volver a la realidad, esa realidad de estar solo con el sarcófago de metal, tomó la decisión de librarse de su suplicio. Halló fuerzas de donde no las había para levantar la caneca, pero le fue imposible, buscó ayuda y para su fortuna un vendedor de frutas pasaba por allí con su carretilla en madera, Marcos no dudo en pedírsela prestada, al fin logró sacar la caneca de su casa, abandonándola muy cerca de allí, quizá el ojo observador de muchas personas le acompañaron en su trayecto.
Ya acostado en su cama volvió a escuchar los aterradores ruidos pero esta vez ausculta el espeluznante sonido de las latas rechinando, su corazón palpitaba como si hubiese corrido una carrera de doscientos metros, pero algo extraordinario sucedió, su esposa también escuchó los tormentosos ruidos, tanto así que asomó su frágil cabeza por la ventana atisbando la calle invadida de policías, al parecer el asqueroso olor hizo que la comunidad llamara a las autoridades. No pasaron ni diez minutos cuando la policía golpeo a la puerta, entonces Marcos abrió rápidamente y sin dejar pronunciar palabra al inspector dijo de manera tranquila: “En esa caneca se encuentra el cadáver mi mamá”.  

lunes, 16 de septiembre de 2013

Mientras se cruzaba de brazos y miraba todo el lugar, un olor extrañamente familiar entraba por sus narices, ese olor a limpio, a objetos de odontología, a cal, mesclada con salivas, a blanco reluciente, a luces que se reflejan en las baldosas de un frio y muy aseado lugar.
Siga señor por favor tome asiento, el doctor ya lo atiende, fue lo que seguramente la misma joven, con uñas rojas y labios pálidos, le habría dicho hace tan solo un instante, palabras que en su momento no se había percatado, siga señor, no se consideraba propiamente un señor, era algo asi como una sombra, un paracito que se encuba en el intestino, aquella plaga que muere por inanición después de devorar todo un órgano, un cáncer, una lombriz intestinal, o quizás, falsa modestia se repetía una lombriz vomitada por un perro después de comer pasto, siga señor, volvió a repetir la empleada a un nuevo paciente, el doctor ya lo atiende, no entendía cuanto podía durar el ya lo atiende, ya es un tiempo exacto algo así como un pretérito perfecto, ya, no es un intervalo de tiempo que pueda ser prolongado, ya es hora de levantarse, no importa si son las cuatro de la mañana o las tres de la tarde, ya, es presente en acción, ya es tarde, pensó al mirar el reloj, que publicitaba un medicamento para la tiroides, su ya no llegaba ni el de las otras tres personas que lo anteceden, no podríamos decir, ya es temprano, reflexiono, habría que recurrir al aún es temprano, pero para mí ya es tarde.
Tomo de la mesa del centro una revista, no porque le importara leer, la hacía para tener un pretexto de evadir las miradas de los otros paciente que estaban a su lado, conocía muy bien esa mirada, la de aquellas personas que busca complicidad para iniciar una conversación, el pretexto siempre del clima, la tardanza, a cualquier estupidez, para luego dar paso a una sinceridad que le parece grosera, solo dos desconocidos terminan diciéndose la verdad de sus vidas, no tienen tiempo suficiente para comenzar a mentir, la puerta del consultorio se abre, sale un hombre de unos cuarenta años, el siguiente paciente continuo despidiéndose de una anciana morada con la que hablaba sobre la importancia de consumir frutas en ayunas, ya había llegado su ya, y el continuaba observando una revista de suplementos de calcio para adultos mayores, como si ser anciano fuera un crimen, todos lo ancianos que allí salían se comportaban como caricaturas de jóvenes, haciendo cosas sin oficio como montar cicla, o meterse a un grupo de danzas, desde que tenía uso de razón se sintió viejo y rodeo su vida de cosas viejas, gafas, abrigos, sombreros, paraguas, libros, música, todo lo viejo, con su olor a polilla, lo atraían, pensó si llegara a viejo, me gustaría esperar la muerte en un putiadero  o en un parque llenado un crucigrama, esa es una forma digna de morir, no llenándose de pastillas y suplementos para jugar al joven, ridículo eufemismo de aquel que le teme a la muerte, la escena es tan desagradable como cuando visten un bebe con corbata, parecen enanos de esos que hacen publicidad en los restaurantes.
Llamaron al otro paciente, se aproximaba su ya, pero ya, no sabía si quería estar allí, en realidad deseaba salir corriendo, siempre lo hizo porque no ahora, que le costaba levantarse, ni siquiera tendría que despedirse de la anciana morada, ni de los otro cuatro que se congregaban en espera de ser atendidos, escucho su nombre desde adentro de una habitación blanca, la voz pronunciando su nombre le pareció aterradora, como si decretaran sobre él una sentencia de cadena perpetua, sus músculos se entumecieron, ante la mirada de los que estaban en la habitación, de nuevo escucho su nombre, pero continuaba inmóvil, pálido como las baldosas de aquel lugar, la anciana morada, lo toco en el hombro, con un gesto del más puro y sincero asco, se levantó y camino hacia la habitación, cerró la puerta y espero a que le dijesen tome asiento, pero el medico regordete  y calvo con mangas de camisa perfectamente blancas, no se percató que su nuevo paciente aún seguía en pie.
Nombre, Antonio Jaramillo, edad 29 años, dirección, nunca se la aprendió por eso daba la misma, calle 23 sur Numero 8010 este, parte del número de su cedula. Teléfono dio el de su trabajo, allí nunca contestan, el medico dirigió sus lupas hacia Antonio, siga siéntese, conoce usted las implicaciones morales y psicológicas del procedimiento, Antonio reflexiono las veces que había escuchado esa palabra, prooooceeeediiiiimientooooo, así se le llama a todo aquello a lo que no tenemos el valor de llamar por su nombre, un aborto por ejemplo no es un aborto es un procedimiento, desalojar una familia de su casa es un procedimiento, y ahora el doctor pronuncia esa palabra frente a Antonio, si las conozco, ya hable con la psicóloga, el abogado, la trabajadora social, dicen que se reúso hablar con el sacerdote, pregunta el Medico, no creo en Dios, dijo Antonio, esperando ver el impacto de su respuesta, pero no lo hubo, el doctor continuo con su cuestionario, sin dirigirse una sola vez a su interlocutor, sino moviendo sus dedos sobre un teclado como un pulpo, baboso con ventosas regordetas y peludas.
Hijos, si, esposa, también, trabajo, si, es conocedor de que en el caso de que el procedimiento no sea satisfactorio nuestro prestigioso centro médico y de salud, no asume responsabilidad legal alguna, si, entonces firme aquí, aquí también, y esta, ahora señor Antonio, quisiera usted quitarse la camisa.
Respire, de nuevo, muy bien, cuanto mide, por favor parece allí, mirada al frente, muy bien, signos vitales bien, quisiera usted donar órganos, no.
Por favor tome asiento, continuo tecleando su computador, señor Antonio, la próxima visita será dentro de quince días, sepa que si por algún motivo desistiese, debe enviarnos una carta con dos días de anticipación o usted como persona natural deberá asumir el costo total del procedimiento el cual ya no será descontado e su seguridad social, una cosa más don Antonio, deberá llenar estos formatos antes de retirarse, los puede dejar con la señorita de admisiones, el día del procedimiento deberá llegar una hora antes, favor absténgase de consumir bebidas o alimentos durante el día, sabe usted que somos profesionales buen día el que sigue por favor, señora María Elvia Puerto.
Salió de aquel lugar le invadían unas ganas infinitas de fumar un cigarrillo, al ponerlo en sus labios y aspirar la nicotina el humo se entrometió en aquellos ojos, una prófuga lagrima se resbalo por su delgada mejilla, se sentó en un andén, observaba los carros atosigados de gente, rostros cansados, ansias de cigarrillos tatuadas en sus miradas, el sin afán alguno encendió otro y otro más, tenía en su bolcillo exactamente lo que vale un pasaje, o medio paquete de cigarrillos, opto por la segunda y decidió caminar, se sentía una locomotora a otro mundo, atravesando calles, atravesando rostros lánguidos, atravesando aromas, el humo que expelían sus entrañas se alzaba como nubarrones, sobre esta gris ciudad, quería ser levedad, quería alzarse sobre las personas que lo rodeaban y estallarse en fétida orina, sobre sus rostros agobiados, quería ser gas mostaza desgarrando ulceras, y al mismo tiempo quería ser rayo de luna dibujado sombras de amantes, fundidos en un beso, un beso de aquellos que duran para siempre, aunque no se repitan, siguui caminando cada vez más lejos del centro histórico de esta ciudad que no tiene memoria, camino por las calles donde su infancia se derramaba como charcos que reflejan estelas, finalmente llego a su casa, toco las tres veces reglamentadas y espero a que le abrieran, siempre perdió  las llaves, siempre fue visita indeseada en el lugar donde moran sus libros, y sus  torres de ceniza, ingreso, se desnudó, deshizo el nudo de cobijas y busco infructuosamente el sueño, aquel consuelo esquivo que no llega, de esta manera lo sorprendió la mañana, se bañó y a prisa siempre tarde y aprisa corrió a su trabajo, cuando llego, las miradas que reprochan la tardanza se alzaron como faros en el cenit del mar para decirle  usted otra vez tarde, cada día inventaba algo nuevo, para disculpar su atrevimiento, si dijera la verdad tendría que confesar que espera hasta el último instante para desayunar un cigarrillo, el primer día, tumbado sobre su cama, amargo y triste como se siente, cuando se percata que otro día la vida comienza, que la farsa continua, que la muerte no asistió a su cita.
Debió pasar por el departamento  de tesorería, firmar una autorización para descontar de su liquidación los adelantos hechos de un puto sueldo que nunca alcanza, de nuevo firme aquí y este también, pero bueno al fin de cuentas quien paga lo que debe sabe lo que tiene, no tengo ni mierda murmuro.
Entrego los trabajos pendientes, el inventario de su puesto de trabajo, como sanguijuelas los funcionarios le exigían reponer cosas que ya estaban desechas por el uso, no alego en absoluto, solo quería macharme de aquel lugar, hubiese querido gritar, maldecir, golpear a más de uno, pero Salió en silencio, como siempre vive, aparentando no estar allí, deseando no estar allí, le quedaban catorce días, que haría en catorce días, y con lo que le quedaba no podía hacer demasiado así que fue al centro compro algunos libros, arroz, cigarrillos y panela, no le fue mal, pudo comprar algunas películas, se confino en su habitación, a fumar , a ver películas, a leer algunos libros, dormía o imaginaba que dormía de día, de noche conspiraba con la muerte, los trece días pasaron lento, lento, como la vida misma, el día catorce, intento escribir algunas cartas, pero no le nacía nada, pensaba toda palabra era tan solo una pérdida de tiempo, quien decide marcharse simplemente lo hace, un adiós, guarda la esperanza de un futuro rencuentro.
No tengo nada que dejarle a mis hijos solo mi ausencia podría salvarlos de esa amargura que se me escapa por la mirada e impesta todo a su alrededor, todo lo mío huele a soledad, a tedio, a vacío, a insomnios, su adiós era la ofrenda de amor y lo único que le impulsa a realizar el procedimiento, sería un paro cardiaco, solicito el servicio de bala de oxígeno en la Orta, pum, pum, paro cardiaco, sin remordimientos a terceros, salida por un atajo, sabía que debía matarse, de lo contrario no moriría.
Día quince se levantó temprano, que ironía pudo dormir, y creo que hasta soñó, a la vida le gusta jugar, le gusta reírse en la cara, afortunadamente mientras fumaba su cigarrillo olvido lo que soñaba, camino hacia la clínica, ingreso como estaba prescrito una hora antes, sin haber ingerido líquidos ni alimentos pesados, que para su capital habría sido una empanada de pollo, con mucho aji, con mucha salsa blanca con pedazos de cilantro, siga señor Antonio, noto la limpieza y lo reluciente que estaba el lugar, le introdujeron en una sala, donde pudo observar a la anciana morada, esta vez era el quien la miraba con deseos de hablar pero ella tan solo terminaba de tejer unos patines para bebe, color amarillo, les dieron un analgésico y les pusieron esas batas color azul claro, que tapan el frente y dejan el culo frio y descubierto.
Llego una bella mujer, con cabellos de ébano, mirada fría pero intensamente confortable, siga por acá por favor, le indica con su mano una sala con algunas lámparas e instrumentos quirúrgicos, le aplicaron un gel, en el pecho y los tobillos, pusieron unas chupas en su cuerpo, llego el doctor regordete con lupas en los ojos, sentirá un chuzón fuerte, luego una contracción en el pecho y nada más, luego le tomaremos los signos vitales, de no ser fructífero el procedimiento, deberemos esperar un mes como mínimo para volver a intentarlo, recuerde no tiene ningún costo adicional.

La joven de ojos fríos y llenos de vida, poso su mirada sobre las de Antonio, entro a través de sus pupilas, enfriando cada parte de aquel cuerpo, la aguja se posó en su cuello e insuflo su halito por aquellas tibias velas, el aire recorrió sus arterias, paso volando por algunos órganos, sentía que la mujer lo besaba, con tanto amor, tanta fuerza, tanta bondad y lujuria, el procedimiento fue todo un éxito, murmuro el doctor mientras terminaba de llenar unos formatos.