Mientras se cruzaba de brazos y
miraba todo el lugar, un olor extrañamente familiar entraba por sus narices,
ese olor a limpio, a objetos de odontología, a cal, mesclada con salivas, a
blanco reluciente, a luces que se reflejan en las baldosas de un frio y muy
aseado lugar.
Siga señor por favor tome
asiento, el doctor ya lo atiende, fue lo que seguramente la misma joven, con
uñas rojas y labios pálidos, le habría dicho hace tan solo un instante,
palabras que en su momento no se había percatado, siga señor, no se consideraba
propiamente un señor, era algo asi como una sombra, un paracito que se encuba
en el intestino, aquella plaga que muere por inanición después de devorar todo
un órgano, un cáncer, una lombriz intestinal, o quizás, falsa modestia se repetía
una lombriz vomitada por un perro después de comer pasto, siga señor, volvió a
repetir la empleada a un nuevo paciente, el doctor ya lo atiende, no entendía
cuanto podía durar el ya lo atiende, ya es un tiempo exacto algo así como un
pretérito perfecto, ya, no es un intervalo de tiempo que pueda ser prolongado,
ya es hora de levantarse, no importa si son las cuatro de la mañana o las tres
de la tarde, ya, es presente en acción, ya es tarde, pensó al mirar el reloj,
que publicitaba un medicamento para la tiroides, su ya no llegaba ni el de las
otras tres personas que lo anteceden, no podríamos decir, ya es temprano,
reflexiono, habría que recurrir al aún es temprano, pero para mí ya es tarde.
Tomo de la mesa del centro una
revista, no porque le importara leer, la hacía para tener un pretexto de evadir
las miradas de los otros paciente que estaban a su lado, conocía muy bien esa
mirada, la de aquellas personas que busca complicidad para iniciar una
conversación, el pretexto siempre del clima, la tardanza, a cualquier
estupidez, para luego dar paso a una sinceridad que le parece grosera, solo dos
desconocidos terminan diciéndose la verdad de sus vidas, no tienen tiempo
suficiente para comenzar a mentir, la puerta del consultorio se abre, sale un
hombre de unos cuarenta años, el siguiente paciente continuo despidiéndose de
una anciana morada con la que hablaba sobre la importancia de consumir frutas
en ayunas, ya había llegado su ya, y el continuaba observando una revista de
suplementos de calcio para adultos mayores, como si ser anciano fuera un
crimen, todos lo ancianos que allí salían se comportaban como caricaturas de
jóvenes, haciendo cosas sin oficio como montar cicla, o meterse a un grupo de
danzas, desde que tenía uso de razón se sintió viejo y rodeo su vida de cosas
viejas, gafas, abrigos, sombreros, paraguas, libros, música, todo lo viejo, con
su olor a polilla, lo atraían, pensó si llegara a viejo, me gustaría esperar la
muerte en un putiadero o en un parque
llenado un crucigrama, esa es una forma digna de morir, no llenándose de
pastillas y suplementos para jugar al joven, ridículo eufemismo de aquel que le
teme a la muerte, la escena es tan desagradable como cuando visten un bebe con
corbata, parecen enanos de esos que hacen publicidad en los restaurantes.
Llamaron al otro paciente, se
aproximaba su ya, pero ya, no sabía si quería estar allí, en realidad deseaba
salir corriendo, siempre lo hizo porque no ahora, que le costaba levantarse, ni
siquiera tendría que despedirse de la anciana morada, ni de los otro cuatro que
se congregaban en espera de ser atendidos, escucho su nombre desde adentro de
una habitación blanca, la voz pronunciando su nombre le pareció aterradora,
como si decretaran sobre él una sentencia de cadena perpetua, sus músculos se
entumecieron, ante la mirada de los que estaban en la habitación, de nuevo
escucho su nombre, pero continuaba inmóvil, pálido como las baldosas de aquel
lugar, la anciana morada, lo toco en el hombro, con un gesto del más puro y
sincero asco, se levantó y camino hacia la habitación, cerró la puerta y espero
a que le dijesen tome asiento, pero el medico regordete y calvo con mangas de camisa perfectamente
blancas, no se percató que su nuevo paciente aún seguía en pie.
Nombre, Antonio Jaramillo, edad
29 años, dirección, nunca se la aprendió por eso daba la misma, calle 23 sur
Numero 8010 este, parte del número de su cedula. Teléfono dio el de su trabajo,
allí nunca contestan, el medico dirigió sus lupas hacia Antonio, siga siéntese,
conoce usted las implicaciones morales y psicológicas del procedimiento,
Antonio reflexiono las veces que había escuchado esa palabra,
prooooceeeediiiiimientooooo, así se le llama a todo aquello a lo que no tenemos
el valor de llamar por su nombre, un aborto por ejemplo no es un aborto es un
procedimiento, desalojar una familia de su casa es un procedimiento, y ahora el
doctor pronuncia esa palabra frente a Antonio, si las conozco, ya hable con la
psicóloga, el abogado, la trabajadora social, dicen que se reúso hablar con el
sacerdote, pregunta el Medico, no creo en Dios, dijo Antonio, esperando ver el
impacto de su respuesta, pero no lo hubo, el doctor continuo con su
cuestionario, sin dirigirse una sola vez a su interlocutor, sino moviendo sus
dedos sobre un teclado como un pulpo, baboso con ventosas regordetas y peludas.
Hijos, si, esposa, también,
trabajo, si, es conocedor de que en el caso de que el procedimiento no sea
satisfactorio nuestro prestigioso centro médico y de salud, no asume
responsabilidad legal alguna, si, entonces firme aquí, aquí también, y esta,
ahora señor Antonio, quisiera usted quitarse la camisa.
Respire, de
nuevo, muy bien, cuanto mide, por favor parece allí, mirada al frente, muy
bien, signos vitales bien, quisiera usted donar órganos, no.
Por favor tome
asiento, continuo tecleando su computador, señor Antonio, la próxima visita
será dentro de quince días, sepa que si por algún motivo desistiese, debe
enviarnos una carta con dos días de anticipación o usted como persona natural
deberá asumir el costo total del procedimiento el cual ya no será descontado e
su seguridad social, una cosa más don Antonio, deberá llenar estos formatos
antes de retirarse, los puede dejar con la señorita de admisiones, el día del
procedimiento deberá llegar una hora antes, favor absténgase de consumir
bebidas o alimentos durante el día, sabe usted que somos profesionales buen día
el que sigue por favor, señora María Elvia Puerto.
Salió de aquel
lugar le invadían unas ganas infinitas de fumar un cigarrillo, al ponerlo en
sus labios y aspirar la nicotina el humo se entrometió en aquellos ojos, una prófuga
lagrima se resbalo por su delgada mejilla, se sentó en un andén, observaba los
carros atosigados de gente, rostros cansados, ansias de cigarrillos tatuadas en
sus miradas, el sin afán alguno encendió otro y otro más, tenía en su bolcillo
exactamente lo que vale un pasaje, o medio paquete de cigarrillos, opto por la
segunda y decidió caminar, se sentía una locomotora a otro mundo, atravesando calles,
atravesando rostros lánguidos, atravesando aromas, el humo que expelían sus
entrañas se alzaba como nubarrones, sobre esta gris ciudad, quería ser levedad,
quería alzarse sobre las personas que lo rodeaban y estallarse en fétida orina,
sobre sus rostros agobiados, quería ser gas mostaza desgarrando ulceras, y al
mismo tiempo quería ser rayo de luna dibujado sombras de amantes, fundidos en
un beso, un beso de aquellos que duran para siempre, aunque no se repitan,
siguui caminando cada vez más lejos del centro histórico de esta ciudad que no
tiene memoria, camino por las calles donde su infancia se derramaba como
charcos que reflejan estelas, finalmente llego a su casa, toco las tres veces
reglamentadas y espero a que le abrieran, siempre perdió las llaves, siempre fue visita indeseada en el
lugar donde moran sus libros, y sus torres de ceniza, ingreso, se desnudó, deshizo
el nudo de cobijas y busco infructuosamente el sueño, aquel consuelo esquivo
que no llega, de esta manera lo sorprendió la mañana, se bañó y a prisa siempre
tarde y aprisa corrió a su trabajo, cuando llego, las miradas que reprochan la
tardanza se alzaron como faros en el cenit del mar para decirle usted otra vez tarde, cada día inventaba algo
nuevo, para disculpar su atrevimiento, si dijera la verdad tendría que confesar
que espera hasta el último instante para desayunar un cigarrillo, el primer día,
tumbado sobre su cama, amargo y triste como se siente, cuando se percata que
otro día la vida comienza, que la farsa continua, que la muerte no asistió a su
cita.
Debió pasar por
el departamento de tesorería, firmar una
autorización para descontar de su liquidación los adelantos hechos de un puto
sueldo que nunca alcanza, de nuevo firme aquí y este también, pero bueno al fin
de cuentas quien paga lo que debe sabe lo que tiene, no tengo ni mierda murmuro.
Entrego los
trabajos pendientes, el inventario de su puesto de trabajo, como sanguijuelas los
funcionarios le exigían reponer cosas que ya estaban desechas por el uso, no
alego en absoluto, solo quería macharme de aquel lugar, hubiese querido gritar,
maldecir, golpear a más de uno, pero Salió en silencio, como siempre vive,
aparentando no estar allí, deseando no estar allí, le quedaban catorce días,
que haría en catorce días, y con lo que le quedaba no podía hacer demasiado así
que fue al centro compro algunos libros, arroz, cigarrillos y panela, no le fue
mal, pudo comprar algunas películas, se confino en su habitación, a fumar , a
ver películas, a leer algunos libros, dormía o imaginaba que dormía de día, de
noche conspiraba con la muerte, los trece días pasaron lento, lento, como la
vida misma, el día catorce, intento escribir algunas cartas, pero no le nacía
nada, pensaba toda palabra era tan solo una pérdida de tiempo, quien decide
marcharse simplemente lo hace, un adiós, guarda la esperanza de un futuro
rencuentro.
No tengo nada
que dejarle a mis hijos solo mi ausencia podría salvarlos de esa amargura que
se me escapa por la mirada e impesta todo a su alrededor, todo lo mío huele a
soledad, a tedio, a vacío, a insomnios, su adiós era la ofrenda de amor y lo único
que le impulsa a realizar el procedimiento, sería un paro cardiaco, solicito el
servicio de bala de oxígeno en la Orta, pum, pum, paro cardiaco, sin remordimientos
a terceros, salida por un atajo, sabía que debía matarse, de lo contrario no moriría.
Día quince se levantó
temprano, que ironía pudo dormir, y creo que hasta soñó, a la vida le gusta
jugar, le gusta reírse en la cara, afortunadamente mientras fumaba su
cigarrillo olvido lo que soñaba, camino hacia la clínica, ingreso como estaba
prescrito una hora antes, sin haber ingerido líquidos ni alimentos pesados, que
para su capital habría sido una empanada de pollo, con mucho aji, con mucha
salsa blanca con pedazos de cilantro, siga señor Antonio, noto la limpieza y lo
reluciente que estaba el lugar, le introdujeron en una sala, donde pudo
observar a la anciana morada, esta vez era el quien la miraba con deseos de
hablar pero ella tan solo terminaba de tejer unos patines para bebe, color
amarillo, les dieron un analgésico y les pusieron esas batas color azul claro,
que tapan el frente y dejan el culo frio y descubierto.
Llego una bella
mujer, con cabellos de ébano, mirada fría pero intensamente confortable, siga
por acá por favor, le indica con su mano una sala con algunas lámparas e
instrumentos quirúrgicos, le aplicaron un gel, en el pecho y los tobillos,
pusieron unas chupas en su cuerpo, llego el doctor regordete con lupas en los
ojos, sentirá un chuzón fuerte, luego una contracción en el pecho y nada más,
luego le tomaremos los signos vitales, de no ser fructífero el procedimiento,
deberemos esperar un mes como mínimo para volver a intentarlo, recuerde no
tiene ningún costo adicional.
La joven de
ojos fríos y llenos de vida, poso su mirada sobre las de Antonio, entro a través
de sus pupilas, enfriando cada parte de aquel cuerpo, la aguja se posó en su cuello
e insuflo su halito por aquellas tibias velas, el aire recorrió sus arterias,
paso volando por algunos órganos, sentía que la mujer lo besaba, con tanto
amor, tanta fuerza, tanta bondad y lujuria, el procedimiento fue todo un éxito,
murmuro el doctor mientras terminaba de llenar unos formatos.
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