jueves, 12 de diciembre de 2013

El absurdo estado de la inconsciencia

POR:
Giovanni Quiceno
El absurdo estado de la inconsciencia Angustiante, desastroso, así había sido el año para Maclovio Chitiva, profesor por obligación, padre de familia de tres niños, ninguno de él; esclavo, muy a su pesar, de la pornografía, pero de buen corazón; y digo de buen corazón porque era de esas personas capaces de sacarse el pan de la boca por dárselo a quien se lo pidiese. Maclovio siempre fue un mediocre, un conformista, una persona pusilánime y con muy pocos idealismos. A pesar de tener mujer, Maclovio aún tenía la fea costumbre de masturbarse, vicio que cogió desde la adolescencia cuando encontró una revista pornográfica que su padre había descuidado debajo del colchón; desde que adquirió ese vicio no lo pudo dejar jamás. Pobre Maclovio, sus revisticas vulgares, eran un retrato de lo que era su miserable carácter: ver y no tocar. Desear y no tener; ni para sí, ni mucho menos para dar. Maclovio no era licenciado como tal, había estudiado sistemas en un Instituto del barrio Restrepo y por vueltas que da la vida había ido a parar de profesor a un colegio cristiano llamado “El Redil ”, allá entró a trabajar recomendado por un pastor de esos podridos de la iglesia a donde asistía los domingos. Pero ese colegio de cristiano no tenía nada y menos sus profesores; el de educación física, era un solterón, pasadito de kilos, medio bufón, de malos gustos, que morboseaba a las niñas y las ponía a hacer ejercicios físicos que excitaban su mente enferma, esto cuando hacía clase porque de resto los dejaba jugar microfútbol todo el tiempo. La de español era una señora extravagante, supersticiosa y ordinaria; preocupada más por vender sus productos de Ebel y de Avon que de preparar una buena clase. El de sociales era un gordito con ínfulas de “apóstol Pablo” que siempre mantenía con una camiseta del che Guevara pero que en lugar del rostro del revolucionario tenía el de Jesucristo, además le había mandado a poner un letrero que decía Jesús no es religión es revolución, le gustaba hacer bromas pero ¡ay! de que se las hicieran a él. El de matemáticas, que era el mismo de física era un tipo que siempre vivía diciendo que Pitágoras había descubierto la existencia de Dios por medio de una fórmula matemática y que como divino era Dios el ser humano estaba hecho de una proporción divina, y entonces empezaba a tomarle las medidas a uno del hombro hasta el brazo y luego hasta el codo y después comenzaba a dividir y a sumar hasta que le daba un número el cual decía que era el de la proporción divina y que el mismo número daba si uno hacía los mismos cálculos de la planta de los pies hasta la cabeza y el ombligo. El de inglés enseñaba el idioma por medio de las canciones de un grupo de música cristiana, estaba cuadrado a escondidas con una estudiante de grado décimo con la cual se encontraba cada 15 días en el Restrepo no exactamente para ir a orar. Y la rectora ni se diga, era un vieja usurera que ni siquiera pagaba el escalafón, que lo iba a pagar si ni quiera había invertido en hacerse al menos una especialización en educación o en gestión educativa, que sé yo. Era una vieja negrera que hablaba de la gracia de Dios, de la bendición y la prosperidad pero que exprimía a sus trabajadores lo más que podía aprovechándose de la necesidad de cada uno. Este era más o menos el círculo laboral en el que se desenvolvía Maclovio Chitiva, pero en lo personal y en lo familiar la cosa era más desalentadora, su mujer le conseguía computadoras para que arreglara en casa los fines de semana, le controlaba el sueldo, la vida y hasta las ilusiones. Pero Maclovio era resignado, y como dije antes, conformista, no se compraba ropa pensando en sus tres hijos, por quienes era capaz de dar hasta la vida a pesar de no ser suyos, por eso a veces se le veía mal arreglado, con la misma ropa, y a pesar de que se hubiera bañado desprendía un olor desagradable. En algunas ocasiones saliendo del trabajo se iba para un prostíbulo, se tomaba una o dos cervezas y salía de repente sin acabar la cerveza, casi corriendo, afanado, hacia su casa. No era otra la forma de sobrellevar la mala vida que se hacía día tras día. Tras sus falsas atenciones y modales, se escondía su repudio por la realidad que le atrapaba en el polvo de aquellas obsoletas máquinas que arreglaba. Todo era insuficiente para vivir del modo en que lo había logrado hacer, sin embargo la vida insistía. Cogía de nuevo, a las mujeres desnudas, esas que veía en sus revistas y en los lugares que había visitado, cerraba los ojos, precariamente las imaginaba y soltaba como un loco a llorar, sin que nadie le escuchara. Maldecía una y otra vez, con la pasión con la que se recita una plegaria, su destino. Pobrecillo hombre, era invisible para la buena suerte. Sus compañeros se habían convertido en un fastidio para él, no soportaba sus chistes, los comentarios que hacían en la mañana sobre los realitys y las telenovelas de la noche anterior. Insolentes!! les gritaba callado, después de que les saludaba al inicio de las infernales jornadas laborales. Este hombre a pesar de tener sus vicios tenía arranques de ternura, se compadecía de los animales y sobretodo de los niños, y hablo de los niños en general, no soportaba que ninguno sufriera por ningún motivo, por eso un día yendo hacía su casa le regaló a un señor con el que se encontró en la buseta un pollo que se había ganado en el colegio. Un pollo, tal cual, un pollo que rifaron sus compañeros de trabajo y que para fortuna de Maclovio le había correspondido gracias a la suerte. Ese día en el colegio habían estado celebrando no sé qué cosa y al final entre bromas y malos chistes resultaron con la sorpresa de la rifa del famoso pollo. En fin, ahí iba Maclovio con su pollo, ni siquiera lo destapó para olfatearlo, sólo pensaba en llegar a casa y ofrecérselo a sus hijos, ah claro y a su mujer, pero ni ella ni ellos lo habrían de disfrutar sencillamente porque la vida y el destino así lo querían. Al salir Maclovio del colegio cogió su buseta, La suba rincón, y de una fue a sentarse atrás como tanto le gustaba, como lo había hecho siempre, en el rincón, así había vivido toda su vida, arrinconándose, dejando que la vida lo arrinconara siempre. A las pocas cuadras se subió un señor el cual se sentó en el único puesto que quedaba libre. Venía triste, acongojado, con el cansancio y la angustia dibujados en su rostro y en su alma; ahora venía ahí junto a Maclovio, cabizbajo, no evitaba mostrar su preocupación la cual no fue indiferente para el profesor, quien como dije, era una persona compasiva, con extraños arranques de caridad y humanidad. A los diez minutos el pollo había cambiado de dueño. Maclovio Chitiva esa noche durmió tranquilo, había hecho una buena acción, en su alma se sentía feliz, se imaginaba a ese hombre, al que le había regalado el pollo, al desempleado, al que había estado buscando trabajo todo el día, llegando a su hogar y compartiendo con sus dos hijos, (porque tenía dos hijos, según la conversación que tuvieron en la buseta) el pollo que él le había dado. Si hubiera podido darle más lo hubiera hecho. Al otro día Maclovio se despertó con una sonrisa en su boca, la buena obra que había hecho con ese hombre lo llenaba de satisfacción, era un suceso que de alguna manera le daba un poco de sentido a su vida carente de heroísmo. ese día llegó al trabajo un poco más temprano que de costumbre, la sala de profesores estaba vacía, poco a poco empezaron a llegar sus compañeros, llegó la profesora de español con sus revistas bajo el brazo, estaba extraña, saludó a Maclovio sin mirarlo a los ojos; luego el de inglés, lo saludó sin evitar soltar una sonrisa nerviosa; después entraron el de sociales y el de educación física y cuando vieron al profesor Maclovio se soltaron a reír y le dijeron: Hombre Maclovio que tal el pollo, pero no pongas esa cara hombre, discúlpanos, era sólo una bromita… ¡ El próximo pollo sí va a ser de verdad !