Acostumbraban,
todos los domingos a jugar banquitas en Molinos segundo sector al sur
de Bogotá, eran parceros desde niños. Sí, amigos, amigos de esos
que intercambian todo, desde la ropa hasta las novias. Todos los
domingos saliendo de los partidos se tomaban sus polas donde doña
Martha, bajando hacia el barrio Tunjuelito donde vivían. Se
graduaron juntos, en el mismo año por allá en el 2006, con
menciones honorificas, pero en el arte de robar, porque cuando
estaban en el colegio robaban lo que se les atravesara, sobretodo los
libros y calculadoras pero de las científicas. A uno de ellos, lo
conocían en el barrio con el alias de Galileo por su sabida afición
al boxer y el otro se llamaba Carlos pero le decían Caliche. Eran
amantes, del hip hop, ¡claro!, si hasta incluso, se les oyó un par
de veces cantar en buses los clásicos de su ídolos Vico C, gotas de
rap y la etnia, aunque la gente decía que cantaban mejor callados.
De jóvenes, intentaron trabajar, pero en ninguno de los trabajos a
los que se hicieron, duraron más de dos meses, pocas veces por
llegar temprano, otras veces por llegar enguayabados y muchas veces
por su dedicada afición al hurto. Por ejemplo, si era en una
floristería que trabajaban robaban flores, si era en una panadería
robaban pan; si era en una droguería, robaban medicamentos; sobre
todo los de fórmula controlada como el diazepam, el rohipnol, el
tegretol y otras tantas para tratar la epilepsia, las robaban para
doparse ellos mismos o para revenderlas. Algún provecho tenían que
sacar no importaba el trabajo que fuera ,incluso si era en una
funeraria, en cierta ocasión Galileo, quien trabajó cuidando en la
funeraria la Paz y quien al no poderse robar un ataúd, se aprovechó
entonces del cadáver de una muchacha que dejaron una noche y la cual
a pesar de estar muerta no había perdido su hermosura, Galileo, en
medio de su traba con rohipnol le dio por practicar sexo con la
muerta, no fue sorprendido pero al siguiente día se sospechó de lo
que había hecho cuando encontraron en el interior del ataúd unas
monedas de 50 pesos, una ficha de maquinitas y un dije del divino
niño que le había regalado Caliche, aunque Galileo no era devoto de
nada pero sí era aficionado a jugar maquinitas. Un trabajo del cual
echaron a Caliche fue cuando trabajó de ayudante en una panadería
donde un día al revisarle una maleta que llevaba le encontraron
cinco roscones y cuatro mogollas con bocadillo. Galileo era hincha de
nacional, usaba ropa ancha y una gorra de su equipo del alma que se
cambiaba muy pocas veces, Caliche andaba siempre en sudadera y con
camisetas chiviadas y desteñidas de equipos de futbol. Estos eran a
grosso modo los dos protagonistas de este cuento, quienes ya cansados
de rodar de trabajo en trabajo decidieron independizarse y poner su
propio negocio; para probarse le hicieron el primer atraco a una
viejita en el parque tercer milenio y luego a una muchacha
desprevenida que venía hablando por celular. Siempre cambiaban de
sector para no dar mucha boleta, a veces se iban para el parque
nacional, otras al centro y de ahí al parque el Tunal. Un día
estando en este último parque se les acercó una viejita y una
muchacha muy hermosa de falda larga a hablarles dizque del plan de
dios para sus vidas, les dieron unos volantes y los invitaron a una
reunión especial para jóvenes que tendría lugar al día siguiente.
Galileo que era el más dañado y quien no tenía ningún escrúpulo
vio la oportunidad de sacar provecho de esto así que convenció a su
compañero de asistir a una de estas reuniones. Caliche que era un
tipo supersticioso no estuvo de acuerdo al principio y argumentó que
quizá dios los podía castigar por eso… Que va ñero ud lo que
tiene es culillo a lo bien, le dijo Galileo. Que culillo ni que nada
pirobo vamos de una mañana. Al siguiente día llegaron puntuales,
los recibieron con amabilidad y los acomodaron en las sillas para los
nuevos creyentes. Había música, muchas jóvenes hermosas rebosantes
de alegría, danzas y luego empezó la predicación, Mientras Galileo
observaba todo, atento siempre a cómo hacer el mal e indiferente a
lo que hablaba el pastor, Caliche estaba concentrado en cada una de
sus palabras, su corazón se dejó llevar por el convincente y
prometedor mensaje de esperanza que llegaba hasta su alma, su
espíritu se rindió poco a poco y creyó, creyó que lo que allí se
decía era cierto y cambiaría su vida haciéndolo un hombre nuevo y
próspero. Ese día su corazón se quebrantó y sus ojos no evitaron
soltar algunas lágrimas al recibir a Jesús como su señor y
salvador. De vuelta al barrio Galileo no dejaba de reírsele y
ponerlo en ridículo. - No ñero que pasó, entonces se le entregó
al señor? Jajajajaja Qué haremos con el hombre nuevo, Aleluya
hermano jajajaajaja.. pero caliche se sentía diferente y pensaba que
realmente su vida cambiaría de verdad. Caliche siguió asistiendo a
estas reuniones a pesar del disgusto de su amigo, quien en cambio se
había vuelto más agresivo y como dicen “atravesado”, incluso
era sospechoso de la muerte y violación de una joven que había
aparecido en el río Tunjuelito, pero ya que como no había
suficientes pruebas el caso contra él no fue contundente. Caliche
trataba de convencerlo de que cambiara, le hablaba del
arrepentimiento y del perdón de dios, del camino de salvación, le
leía pasajes de la biblia, le daba testimonios de personas que
habían recibido supuestos milagros, un día le regaló una Biblia de
esas azulitas pequeñas la cual recibió Galileo con entusiasmo, pero
para desconocimiento de Caliche, Galileo usaba sus páginas como
cuero para liar sus cigarrillos de marihuana. Ñero qué pasa, no ve
que allá le están es lavando el cerebro? A lo bien parcero , camine
más bien lo invito a donde doña Martha y nos tomamos unas buenas
polas. Y Caliche lo acompañaba, le recibía una o dos cervezas pero
aprovechaba para hablarle de dios, de su supuesto amor, del fuego del
apocalipsis, de la condenación eterna en el infierno, de la bestia,
del falso profeta y hasta del anticristo. Se había entonces
establecido un trato tácitamente, Galileo se dejaba acompañar de su
amigo, no importaba que lo tratara de evangelizar pero con la
condición de que tenía que compartir de lo que bebiera y
consumiera, y Caliche pensaba que hacía bien, que era un sacrificio
que valía la pena hacer por salvar un alma, se creía un mártir de
dios y aceptaba fumar, beber y consumir alucinógenos con tal de
poder estar cerca a su amigo y poder compartirle el mensaje, la
palabra de dios, pues pensaba que esta era poderosa y terminaría
venciendo al mal. Pero en este ir y venir, en este absurdo trato con
el caos y la hipocresía se fue uniendo la indigencia, la
desesperanza, el sin sabor de la vida. Y Galileo no paraba bolas a lo
que decía su amigo, lo veía hablar pero no escuchaba ninguna de sus
palabras, antes acentuaba más su maldad y exacerbaba su rebeldía; a
Caliche su fanatismo mezclado con drogas lo estaba metiendo en una
crisis, cada vez dormía menos, soñaba con la bestia, veía el
número 666 en todas partes, no cesaba de hablar de los 4 jinetes del
apocalipsis, pero de lo que más hablaba era de la segunda venida de
Cristo. Decía que faltaba poco, que ya dios estaba reuniendo y
añadiendo a los últimos escogidos y que ese día, el día
definitivo en que vendría Cristo a llevarse a su iglesia no tardaba
en llegar. Había regalado todas su pertenencias, aunque eran muy
pocas, solo conservaba la ropa que llevaba puesta pues decía que en
el cielo junto a su señor nada material le haría falta. – De que
le sirve al hombre ganar el mundo si perdiere su alma – vociferaba
en medio de la calle, en las plazas - La gran tribulación se acerca
– arrepentíos - Cristo viene, vendrá como ladrón en la noche-
las señales se han cumplido- Pobre Caliche, su fanatismo lo perdía
cada vez más, decía que estaba preparando el camino del señor, que
él era aquel Juan el bautista escogido por dios para llevar la
buenas nuevas de salvación- pero aparte de risa, lo único que
Caliche despertaba era lástima, temor, asco, los niños pasaban
comentando - mira mamá ese loco, está así por leer la biblia
verdad? sí hijo sí, contestaban a su vez sus ignorantes madres.
Otros niños al escuchar las arengas de Caliche preguntaban ¿mami es
verdad lo que dice ese señor? ¿El infierno existe? - No hijo el
infierno no existe, contestaban a su vez, no hay más infierno que
este mundo en que vivimos - Pero una noche, como a eso de las tres de
la mañana, estando con Galileo en una de las ollas del centro de
Bogotá, en medio del humo y el estupor causado por el efecto de la
drogas, los sorprendió un ruido, un alborozo, un extraño temblor de
puertas, vidrios rotos, gritos y amenazas. ¡El señor! ¡ha venido
el señor¡ gritó Caliche levantándose con emoción - se los dije-
que llegaría como ladrón en la noche- corrió hacia la puerta con
los brazos abiertos para recibir a su salvador, a su señor, corrió
para aferrarse a su promesa, corrió, corrió con la esperanza de
alcanzar la vida eterna y la salvación, cuando en lugar de un abrazo
recibió un bolillazo por la cabeza que le hizo correr la sangre
tibia por su cara, y así, casi inconsciente, en medio del caos y el
terror, susurró unas palabras que no fueron oidas por nadie, ni
siquiera por su salvador. ¡dios mío perdónalos porque no saben lo
que hacen!
o_O
ResponderEliminar